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domingo,
16 de
abril de
2006 |
Para beber
Gabriela Gasparini
La mente nos devuelve a senderos olvidados. Estaba leyendo el viaje de Giacomo Casanova por España, y de pronto la que viajaba era yo. Volvía a Granada después de pasar unos días de playa, faltaba todavía un tramo para llegar pero mi amigo detuvo el auto al costado de la ruta, y mientras nos bajábamos comentó: "Supuestamente aquí se paró Boabdil cuando huía de las tropas españolas para mirar por última vez la ciudad que tanto amaba, fue entonces, al verlo lagrimear, que su madre le reprochó: Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre". Y nos quedamos como el rey moro, disfrutando del paisaje con tristeza.
La frase consiguió su lugar en el "hall de la fama", pero convengamos que es de una crueldad ilimitada, una mamá no puede "cargar las tintas" de esa manera a su hijo que estaba destrozado porque debía abandonar un lugar tan bello como la Alhambra. Además, Boabdil intentó hacer las cosas de la mejor manera y, antes de partir, acordó con los reyes católicos el respeto hacia quienes profesaran el islamismo. Como era de esperar el arreglo duró poco porque el cardenal Cisneros ya había comenzado la conversión forzada de moriscos, y unos meses más tarde echaban a los judíos no conversos. Y pensé en la Pascua, y en los siglos y siglos que tiene esto de no tolerar creencias diferentes a las nuestras, y como siempre, terminé entretejiendo historias con el vino, y asomando la cabeza a las liturgias y prohibiciones en las tres religiones que dominaban la escena.
Recorriendo relatos es fácil percibir a los pobladores de al-Andalus, musulmanes o no, como verdaderos amantes de los placeres de la vida, gozaban de la música, la poesía, la comida y la bebida. Quizás, una síntesis de ese espíritu se podría encontrar en las palabras del rey al-Mutamid: "¿Te dejarías llevar por la tristeza hasta la muerte cuando el laúd y el vino fresco están aquí y te esperan?". Es sabido que hubo épocas en que se pasaba de períodos de ortodoxia extrema, nada de alcohol, a tiempos decididamente más laxos donde la ingesta de vino era permitida, es obvio que no todos interpretaban los escritos de la misma manera. Sin embargo, es interesante destacar que los vaivenes no impidieron una convivencia entre religiones que resultó increíblemente enriquecedora, lástima que no pudo sobrevivir a los avasalladores intereses de los hombres.
Pero siempre hay voces listas para expresar el sentir popular y cantar lo dichoso de la vida. Y para demostrar el placer que les brindaba el vino, los poetas volcaron en papel la alegría que brotaba de las copas. Entre ellos sobresalían Semuel Ibn Nagrella, un vate judeoandalusí que trabajó como secretario de los reyes de la taifa zirí de Granada, y como jefe del ejército que me pareció una buena síntesis del espíritu de la época. Este texto pertenece a Diván: "Si te agradara como a nosotros, juntarnos a beber el vino que alegra el corazón, oye las palabras que te dirijo, y te mostraré el sendero que conduce a la alegría; pero si no hicieras caso, serías para mí un amigo triste, pues hay cinco cosas que llenan el corazón de riente gozo y disipan mis penas: una muchacha hermosa, un jardín, el vino, el murmullo de los arroyos y la poesía". Me uno a quienes piensan que es posible un intercambio pacífico entre las distintas culturas e indispensable el respeto de todas las creencias. Felices Pascuas.
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