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domingo,
09 de
abril de
2006 |
Panorama político
Cupido motorizado
Mauricio Maronna / La Capital
El gobierno de la Alianza (con Fernando de la Rúa como estandarte) era un bombero que apagaba los incendios con nafta. Allí donde la sociedad reclamaba mejoras en sus ingresos, particularmente la clase media, el atrofiado sistema de decisiones que se levantaba en el poder metía impuestazos a mansalva. Néstor Kirchner concentró radialmente la decisión de convertirse en el dueño de los matafuegos, con el fino olfato peronista de saber con quienes no ha llegado el tiempo de romper lanzas.
Como Lorenzo Miguel en las épocas de una Argentina más o menos industrializada, Hugo Moyano es hoy quien queda al margen de los sablazos del coyuntural estilo K.
El camionero (curtido más por la experiencia de luchar en el barro que por una metodología sindical cercana a la de un país civilizado) entendió que lo que desvela al presidente es el desmadre de los conflictos, la sensación de despoder que pueden experimentar ciertas capas sociales urbanas. Al fin, por más intento hegemónico que exista, semana a semana los movileros agitan sus pasos para cubrir alguna marcha piquetera que casi siempre termina en desmadre y que luego gana espacio mediático bajo el subrayado de la desmesura. Un claro ejemplo de esto fue el collage de vanguardia underground en que quedó convertido el edificio Kavanagh, un ícono pasado de moda de la Argentina de dólar dulce de los 90.
Pero más allá de los espasmos de Quebracho (cuyos líderes parecen extraídos de un grotesco manual de insurgencia escrito por el célebre "Yéneral González" más que de una usina intelectual de alto voltaje), el jefe del Estado no olvidará jamás que el primer muerto registrado bajo su administración, como consecuencia de una crisis seria, se produjo en su propio territorio, Santa Cruz. Un episodio confuso que terminó con el gobernador Sergio Acevedo dictando clases en un paraje solitario del distrito, rodeado de un tufillo denso que puso al desnudo los mecanismos feudales de Santa Cruz, provincia que, a diferencia de lo que se pregona como deber ser en Balcarce 50, está repleta de pasillos oscuros, manejos discrecionales y personajes clave que solamente saldrán a la luz cuando el apellido Kirchner pierda influencia. Algo que sucederá en un futuro incierto.
Se sabe: las justicias comarcales no están dispuestas a navegar como el salmón, contra la corriente, a la hora del desove.
El caricaturesco Moyano (solamente a la hora de las caricaturas, claro) entendió perfectamente el cuadro de situación y preparó el escenario: ciudades enteras del conurbano convertidas en basurales gigantes, medidas de fuerza en casi todos los medios de transporte, amenaza de dejar vacíos los cajeros automáticos y de llegar a Semana Santa con rutas raleadas de ómnibus.
¿Cómo hubiese reaccionado el presidente si quien lo desafiaba no era el poderoso mandamás del no menos poderoso sindicato sino alguna corporación "noventista", algún militar desencajado o alguna pluma que se atreve a ir un poco más allá de las historias de Mary Poppins que atiborran las páginas de los diarios oficialistas? La respuesta está cantada (o gritada a viva voz): lo hubiera desafiado, desautorizado o acusado del peor mal de estos tiempos K, encerrándolo en el círculo noventofóbico.
Con la misma táctica del Loro Lorenzo Miguel, Moyano pidió casi un 30% de aumento para cerrar en un 19%. Todo se abrochó en el mismísimo despacho presidencial, con pompa y repercusión asegurada. El camionero salió de la Rosada erguido y diciendo en voz baja: "Contra nosotros no se puede". Desde la vereda de Balcarce 50 respiraron aliviados al saber que el control de la calle ya no estaba en manos extrañas.
El paso de Daniel Scioli por la ciudad de Santa Fe fue propicio para solidificar dos conclusiones: el temor reverencial hacia el presidente y la confesión ante unos pocos testigos de que la inflación es el enemigo que desvela a Kirchner. "Se puso la cuestión al hombro porque después de un pico inflacionario todo se convierte en un potro indomable", dicen que referenció Scioli, personaje que el Ejecutivo sacó del placard por estos días para que recupere un poco de aire tras un largo período de ostracismo.
El acuerdo de precios en once cortes de carne populares (que hasta hoy es solamente una manifestación de buenos deseos) demuestra que ni al propio gobierno convence su decisión de bloquear las exportaciones, un fenomenal contrasentido si se tiene en cuenta que la bonanza económica está casi exclusivamente construida por los pilotes de un dólar recontraalto.
Un presidente que debe exponerse periódicamente a oficiar de bombero (aunque con muchísima mayor eficacia que el esperpéntico De la Rúa) deja en claro que Argentina está todavía lejos de salir del infierno. Siempre es bueno tapar los baches, pero raramente esos agujeros no vuelven a mostrarse sin un profundo trabajo de erradicación.
A Kirchner le encanta el rol de único sostén, de última red, de dueño exclusivo de la marquesina. Y lograrlo no le genera demasiado esfuerzo. Con una oposición raquítica de peso político, estragada por internas indescifrables, estériles e inútiles, no hacen falta análisis cenagosos para comprobar que el timón de la nave (o la cabina del camión) lleva marcada de aquí hasta más allá del 2007 la letra K.
La nueva ruptura del duhaldismo en la Cámara de Diputados también es una buena noticia para el hombre que vino del sur. ¿Quiénes se sienten hoy representados por esa constelación de duhaldistas, menemistas y adolfistas que nació bajo el sello de Eduardo Camaño?
Mientras la relación con Uruguay se columpia entre desvarío y cerrazón, ni Mauricio Macri ni Elisa Carrió parecen tener nada que decir. Frente a la escalada de precios que hace trepar hasta el borde de los 900 pesos la canasta básica, el presidente de Boca y la líder del ARI guardan silencio. Los espacios que se regalan en política siempre son ocupados por alguien. El santacruceño cuenta con la bendición de estas espectrales figuras opositoras que apenas se dejan ver en programas de cable aplastados en el share por la vulgaridad de Marcelo Tinelli, el oficialismo inteligente de CQC o el sitcom de Guillermo Francella.
"El problema no somos solamente nosotros, la mayoría de la sociedad está otra vez anestesiada por cierto repunte en sus ingresos y no quiere escuchar a nadie que trace interrogantes sobre el futuro. ¿O en otro país no hubieran constituido un escándalo las denuncias sobre los fondos de Santa Cruz, la renuncia de Acevedo o la malversación de fondos que se le imputa al jefe del Ejército, Roberto Bendini, que ahora, además, pasa a la órbita militar?", se defienden.
En Rosario, Miguel Lifschitz sorteó su semana negra demostrando dotes de pragmatismo: sus concejales les dieron un sonoro cachetazo a las aspiraciones del radicalismo milletista (cuyo rostro visible es Daniela León) y se abrazaron al ubicuo proyecto lucubrado por Jorge Boasso, el "enemigo número 1" de los socialistas durante la campaña.
Repasar los archivos permite recordar cómo los ahora aliados en la sesión que aumentó el boleto se dijeron las peores cosas. Horacio Ghirardi era para Boasso el Chirolita de Lifschitz; el radical era para Ghirardi Piñón Fijo. También se sabe: en la política se vuelve de todo menos del ridículo. ¿Menos del ridículo?
Lo mejor que le pasó a una institución históricamente tan mal vista como el Concejo Municipal es que se haya reducido a la mitad el número de sus integrantes. Más allá de los posicionamientos no hubo escándalos ni denuncias de cheques bajo la mesa. Curiosamente (junto a la derogación de la ley de lemas por parte de la administración Obeid) es lo único que hizo la gestión Carlos Reutemann en materia de reforma política.
Al tiempo que empiezan a sobrevolar versiones sobre otro aumento en el boleto del transporte, este tiempo muerto debería invertirse en mejorar la calidad de un pésimo servicio, cada vez más lejos de las aspiraciones de los sufridos rosarinos que, como sucede de vez en vez, tendrán que hurgar hasta el fondo de sus bolsillos para bancar la ineficacia de otros.
Eficacia, esa es la palabra a la que deberían aferrarse los gobernantes. No hay encandilamientos ni siestas colectivas que no tengan su bisagra.
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