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 domingo, 02 de abril de 2006  
La curiosidad hecha feria
En pleno barrio Belgrano, especiales criaturas esperan ser visitadas

David Nahón

Las ferias de fenómenos nacen y se nutren de la asimetría, de lo extraordinario. Mujeres barbudas, personas sin extremidades, el hombre más gordo, el más flaco o el más alto del mundo formaban parte de una función donde lo que falta o está de más, provocaba desde lo distinto recordando el propio fantasma de la deformidad. Pero el prodigio es tal en tanto exista alguien dispuesto a concebirlo. Puesta en escena mediante, lo diferente se torna atractivo y, a pesar de su natural propensión a ocultarse, la necesidad promoverá en estas personas una forzada voluntad de exhibición. A esa tradición pertenece Delinda Romano, quien en Derqui 6474 (Mendoza al 6400, pleno barrio Belgrano), presenta el notable Museo de Cera "La gran epopeya de los transplantes".

Al poco tiempo de enviudar del embalsamador Dimitri Dimitroff, Delinda Romano conoce al escultor Domingo Isaac Tellechea en la ciudad de Río Tercero, Córdoba. Era un bohemio encantador que para entonces había construido el Museo de Cera de Ciencias Naturales.

Tellechea le propuso casamiento, y Delinda Romano aceptó con la condición de que le obsequiara la escultura en cera que representaba la cabeza de Gandhi, obra por la cual quedó fascinada y que motivó su acercamiento al escultor. De allí en adelante, Delinda se encargará de viabilizar los proyectos de Tellechea, transportándolo a él y a su magnífica colección de gira por Argentina en un camión que ella conducía.

La exhibición, instalada en el barrio de la Boca en Buenos Aires, fue un éxito al punto de hacer temporada de verano en Mar del Plata. Tellechea, que para entonces había realizado material para ocho museos temáticos, recibió un encargo sorprendente desde la Quinta de Olivos: restaurar el cadáver embalsamado de Eva Duarte de Perón.

Al tiempo el matrimonio se separó y Tellechea aceptó un trabajo de restauración de obras de arte en San Pablo, Brasil, donde residirá definitivamente, abandonando su obra a una suerte dispar. Los ocho museos son divididos entre el matrimonio pero Tellechea, que no quiere renunciar a su parte aunque le es imposible transportarla a su nuevo destino, desmantela el conjunto de las obras hasta que, de visita a fines de los años 80, le ofrece a su hija Elena hacerse cargo de las piezas que quedaron a salvo en el caserón de la Boca quien, con su marido, refunda el Museo Histórico de Cera.

Tellechea aumenta su popularidad trabajando en proyectos del gobierno de Brasil en tanto Delinda, con cuatro hijos a su cargo, debe reinventarse en favor de su prodigiosa capacidad de concebir ideas para sobrevivir, ideas que ella misma se encargará de llevar a la práctica.

"Recuerdo haber visitado una muestra alemana de pintura sobre alfileres -dice-. Había algo que no me convencía y volví diez veces a la exhibición hasta que me confiaron lo que yo ya suponía: las imágenes eran diminutas impresiones pegadas sobre el alfiler. Entonces se me planteó como desafío poder lograrlo tanto que empecé a pintar sobre alfileres y al cabo de seis meses pude lograr la primera más o menos clara, probé con pelos de muchas personas pero el único que funcionó fue el mío pegado a un escarbadientes".

El camino, luego de tamaño éxito, no le fue sencillo. Esta vez salió sola de gira por escuelas e instituciones, junto a elementos de distinta naturaleza, como su colección de pintura sobre alfileres y la Máquina de Pintura Psicodélica, de su invención.

"Logré darle a la máquina de hacer copos de azúcar un fin más interesante -cuenta-. Casi con la misma mecánica, inventé la máquina para hacer pintura psicodélica en vivo. La máquina hace girar una hoja de papel a mediana velocidad sobre la cual voy vertiendo pintura de distintos colores, con cierta práctica, controlo las mezclas y logro los motivos que yo deseo, hasta paisajes o la bandera Argentina. Con ella recorro los colegios, les muestro a los chicos y por un poco de dinero cada uno se lleva a su casa una obra de arte original. La ofrezco también para cumpleaños, voy a la fiesta y cada chico se lleva de souvenir un cuadro psicodélico único e irrepetible a todo color con el impreso del cumpleañero".

En cuanto a las piezas del museo, la misma Delinda vende por necesidad la mayor parte de ellas. Las que pudo preservar -una de las colecciones, llamada Museo de las Personalidades, se perdió en un incendio- se exhiben en su propio domicilio, rebautizadas con el título "La gran epopeya de los trasplantes".

"Los pasos a seguir para realizar una figura de cera -explica- son: una buena escultura en arcilla, tomar sobre ella un molde en yeso, sacar el yeso en varias partes, unir las mismas y sellarlas muy bien y luego volcar la cera previamente teñida dentro de ese molde. Cuando la cera ya endureció, comienza el verdadero trabajo especial. Hay que darle el brillo natural de la piel humana viva, colocar las prótesis oculares y dentales, la lengua, el implante de cabello, venas y todo detalle que convierte a la pieza en una imagen casi viviente."


A puro asombro
La visita es un espectáculo para el asombro. El espacio es pequeño y la extrañeza envuelve al espectador que sólo reacciona a la elocuencia entusiasta de Delinda por guiar al público. Las vitrinas a los lados de la habitación presentan en distintas etapas operaciones de trasplante de corazón y de riñón, entre otras imágenes, con descripciones claras y pormenorizadas de los procesos quirúrgicos, en una especie de homenaje a los médicos que hicieron historia en este campo de la medicina.

Además de descripciones y cortes del organismo humano, mamíferos y anfibios, se lucen los formidables retratos en cera de Hipócrates, Leonardo da Vinci, Aurelio Celso, Claudio Galeno, Miguel de Nostradamus, y, por supuesto, la máquina para realizar pintura psicodélica.

A cada instante Delinda sorprende con algún objeto de su invención. Muestra orgullosa un delantal de cocina que se sostiene con un alambre rígido a la cintura, dispositivo de su creación -con la venta del cual asegura haber comprado su casa-, y las marionetas "Carlitos" que realizan piruetas con un mecanismo sencillo.

Delinda cuenta haber vivido aventuras y una vida intensa al lado de Domingo Tellechea hasta incluso haber ganado mucho dinero, aunque reconoce haberlo perdido por distintas circunstancias de la vida. Dice estar cansada de no conseguir apoyo para sostener su espacio y desea vender el museo. En el intento por comercializar sus proyectos, construye un discurso pedagógico que se permite máximas filosóficas.

"Realizar pintura sobre alfileres es un trabajo de concentración. Realizando este tipo de experiencias uno aprende a verse hacia adentro, conocerse a sí mismo, lo que ayuda a encontrar paz interior, paciencia, pulso y lo más importante es que todo ello facilita la convivencia con los demás. Ese es mi mensaje y deseo que así sea interpretado para ser transmitido a los niños ciudadanos del mañana".

Lejos del paisaje de deformidad que ofrecían sus antecesores feriantes, Delinda se instala en el circuito menos recorrido de la invención, de la idea, misma idea que justifica por sí sola la existencia de un museo donde la exhibición no hace más que confirmar que el fenómeno es otro: allí donde lo cotidiano de un barrio oculta algo, dispuestas las piezas del modo correcto, lo habitual se vuelve fascinante.

El Museo de Cera puede ser visitado

sábados y domingos de 16 a 20.
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En el museo rosarino pueden verse atrapantes personajes.

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