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 domingo, 02 de abril de 2006  
Primera persona
"La literatura debe ser analizada como fenómeno cultural"
Siglo XXI acaba de reeditar "El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna", uno de los grandes textos de la crítica nacional. Su autor repasa las ideas y las tensiones que explora el libro

Angel Oliva

Ubicado entre la referencias de la crítica de los últimos años y leído y discutido indistintamente por críticos literarios, historiadores y sociólogos, "El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna", de Adolfo Prieto, ofrece un pensamiento que excede la problemática estrictamente literaria para indagar sobre temas como el proceso de conformación de una identidad nacional, el lector como actor cultural y la relación entre literatura y prensa escrita, entre otros. Producto de una lenta y furtiva tarea de investigación, el libro fue publicado por primera vez en 1988 y acaba de ser reeditado en Buenos Aires por Siglo XXI Editores.

Adolfo Prieto nació en San Juan en 1928 y se doctoró en la Universidad de Buenos Aires en 1953. Ha sido profesor de literatura argentina y latinoamericana en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad de Florida, Gainesville, de la que es profesor emérito desde 1996. Fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Rosario entre 1959 y 1964. Es autor de "Sociología del público argentino" (1956); "La literatura autobiográfica argentina" (1962); "Estudios de literatura argentina" (1968); "Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina" (1996). Actualmente vive en Rosario.

-El libro se puede leer tanto como una investigación histórica como crítica literaria. ¿A usted le parece que tiene que ver de alguna manera con una perspectiva generacional de la crítica?

-Creo que no sé si generacional pero en el caso mío fue sintiendo los impactos de los cambios que se fueron produciendo en la crítica. Cuando yo empecé a escribir, lo hacía todavía bajo la sombra de Ricardo Rojas. Para mí la literatura argentina era una serie de textos que me permitía conocer la historia argentina. Y se trataba de que cada texto y cada serie determinaran una suerte de tipo de contenido de ese conocimiento de la Argentina. Y a medida que fue avanzando el tiempo, aparecieron otras cosas y hubo cambios en la teoría literaria y el gran impacto se produjo desde luego con la aparición del estructuralismo y el posestructuralismo, que fijó, en un principio, para mí, como una especie de inhibición de continuar con esa línea de trabajo, porque me daba cuenta que eso evidentemente no escondía las exigencias ante lo textual que yo por otra parte confirmaba en algún sentido. A pesar de los excesos, a pesar de la cháchara que uno podía sugerir de la invasión de la literatura estructuralista y posestructuralista, entendía que ahí había algo y lo que había era la preocupación del texto como tal y la importancia del texto como tal. A eso se fue agregando, relacionado con esto, el descubrimiento de la importancia de la lectura como tal, es decir la lectura como un elemento integrador del análisis literario. Entonces tenía diversos componentes que estaban ahí esperando y se fue agregando eso otro que apareció con la parte final: el descubrimiento, a través de la lectura, del lector. ¿Quién era el lector?

-¿Pero las herramientas para poder ahora capturar este objeto desplazado que es el lector y no ya solo el texto abrevan de la sociología y de la historia?

-Desde luego, era un poco lo que venía conmigo, es decir la actitud venía conmigo, la importancia del texto, cualquier tipo de texto, no importaba que estuviera canonizado por la crítica. Eso no me costó encontrarlo porque venía de alguna manera con mi formación. Lo que intentó ser nuevo es analizar el texto como texto, incluirlo en las conexiones que tenía con el momento en que fue escrito, con las modas literarias y con la presencia de un público para el que fue escrito. Entonces eso me llevó a deconstruir la presencia del lector. Por lo cual me la pasé tratando de trazar las líneas de lo que fue el mapa de lectura argentina de fines de siglo. Es decir qué pasó con la campaña de alfabetización, cómo al cabo de algunos años se empezó a crear un nuevo público lector que había accedido a la lectura pero en un grado muy particular; es decir la mayor parte de ese público había aprendido a leer, pero no había aprendido a leer con las exigencias de lo que entonces suponía la cultura letrada que debía leer. O sea hay un desfasaje ahí que a mí me interesó seguir desde el primer momento. Lo primero era descubrir el mapa de lectura, la campaña de alfabetización, cómo fueron avanzando y cómo de pronto a través de la prensa periódica se descubre que hay gente que lee, miles de personas que leen y que leen de modo diferente. Y ahí aparece entonces otro tema que le da para mi gusto mayor provocación al texto: es el modo como este tipo de literatura jugó un papel en la conformación de la identidad nacional, de qué manera esto está jugando en un momento en que un país invadido de inmigrantes y de campesinos y que a través de esta literatura buscan de alguna manera un tipo de integración.

-¿Qué valoración hace de la vinculación entre literatura y periodismo? ¿Hay posibilidades de vehiculizar la literatura por medio del periodismo?

-Desde luego, ocurrió así desde los comienzos del periodismo. Es decir, con énfasis mayor o menor eso existió desde el principio. La inclusión del folletín en los primeros grandes periódicos de Europa es la manera, digamos, más obvia de esta inclusión. Se incluía en entregas periódicas, pero luego esos textos se agrupan en un texto y ahí salía un volumen, una novela.

-¿Pero su impresión es que estos dos elementos se acoplaron de manera equilibrada en la Argentina?

-Y yo no sé... mi impresión es que no. Que había una especie de prevención de parte de la impresora habituada a la lectura, digamos, culta respecto de este tipo de literatura como la criollista. Pero lo que intento señalar en el libro es que a pesar de esta prevención la literatura estaba allí y no dejó de ser conocida. Leyendo un texto y otro texto, un periódico y otro periódico, llegué a la conclusión de que lejos de ser una cosa condenada, la lectura culta sabía que estaba allí... En parte la discusión que se escribió sobre ella a partir de ahí, lo hacía tratando de competir con ella. Eso es justamente lo que sucedió a pesar de esta especie de reserva declamada por el sector letrado, del lector, digamos, de periódicos con literatura complicada.

-A partir de este vínculo antiguo que usted tiene entre la crítica literaria y estas otras disciplinas: la historia, la sociología, ¿cómo definiría su actividad?

-Tengo dos respuestas para no cerrar en una. Una es que yo soy un más bien un historiador de la literatura, creo que esa me define bien, porque leí la literatura desde la perspectiva histórica tratando de ver cómo se vinculaba un elemento literario con otro. Y otra que no desmiente a esta pero que tal vez sea más representativa de lo que significó este libro y otras cosas que escribí por allí, sería la de ser un crítico cultural. La idea de lo cultural creo que de alguna manera incluye a la literatura pero la incluye de una manera que no le da un privilegio. Es decir, la literatura es un fenómeno cultural y debe ser analizada como fenómeno cultural. Bueno, esa sería mi última auto definición.
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Prieto se define como un historiador de la literatura pero también como un crítico cultural.

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