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domingo,
02 de
abril de
2006 |
Interiores: Dueños
jorge Besso
Somos educados para ser dueños de las cosas, y ser dueño tiene un prestigio sin fisuras. Tanto en las sociedades pasadas como en las presentes y con toda probabilidad en la futuras, el dueño campea por la vida con un aire distinto, en tanto el verbo ser y el verbo estar se conjugan en él con una intensidad particular. Los dueños en primer lugar son, en el sentido de que parecen tener un "ser" que es más que el de los otros. Esto con relación a todos aquellos que no son dueños, sobre todo los de las grandes cosas. A los dueños habría que dividirlos y agruparlos en dos grandes categorías:
Los dueños mayores.
Los dueños menores.
Los segundos no merecen mayores consideraciones ya que son la gente de los ahorros, créditos, prendas e hipotecas, en suma de las cuotas, siempre de una u otra manera socios involuntarios de los bancos en condiciones en cualquier caso desventajosas. El primer grupo configura un conglomerado selecto de topman y topwomen (en mucha menor medida) que son y están donde hay que estar y que al mismo tiempo que circulan en las avenidas vip son dueños de la vida de muchos, y en las ocasiones de máxima explotación son dueños también de la muerte, precisamente de aquellos que no son dueños de su propia vida.
En este conjunto vip se han de incluir las grandes empresas y los grandes países, en esa especial relación que ha constituido el último capitalismo entre las empresas y los países, en tanto y en cuanto las metástasis de las empresas por el mundo las convierten en más dueñas de la situación que los propios países. Salvo en el caso del país que gobierna al mundo.
Dueños y no dueños conviven en este mundo con relaciones más bien escasas, ya que viven en distintos mundos, de forma que recurriendo apenas a una simplificación, bien se puede decir que los dueños viven en el primer mundo y los no dueños en el tercero y último. Con todo, en esta particular convivencia comparten un sentimiento generalizado, y aunque ahora esté muy actualizado no deja de ser de toda la vida. Ese sentimiento compartido es la inseguridad.
Se trata de una inseguridad de signo contrario, en tanto la de los dueños es la de los que tienen mucho o casi todo, mientras que la de los otros es la inseguridad de los que no tienen. Como se sabe existen variadas clases de dueños ya que están los dueños de la tierra y de los bancos que vendrían a ser los dueños del dinero, que en su redundancia se alimentan sólo de dinero, y por supuesto los dueños de las empresas monstruos que en estos tiempos se fusionan para ser más monstruosas.
Un ejemplo de estos días, Bayer compra Schering a buen precio: 16.300 millones de euros. El primer anuncio es un recorte de personal, en este caso, 6000 personas. Recorte es un eufemismo de estos tiempos para no hablar de gente lanzada a la calle. En este mundo espectáculo, la galería y la pasarela de los dueños apenas logra ocultar una de las apropiaciones más difíciles de todas, sino la más difícil: la de ser dueño de sí mismo.
Esta imposibilidad contribuye de un modo decisivo a la enorme paradoja de que sea más fácil ser dueño del otro que de sí mismo. El dinero y el amor, por sí solos y en pareja, son los actores principales en las comedias y en los dramas cotidianos donde los humanos se esfuerzan por ser los dueños de sus días. A menudo se suele escuchar una frase que por ser más o menos corriente adquiere un sentido obvio: yo soy dueño de hacer lo que quiero.
Generalmente se recurre a este latiguillo como respuesta a críticas, reproches o increpaciones que provienen generalmente de algún ser querido (de quién si no). El problema de la frase no es tanto los aires de arrogancia que destila, sino más bien el optimismo que desborda. Bien mirado el optimismo no deja de ser en sí mismo un desborde. La sentencia implica una conexión de una linealidad extrema: soy dueño, entonces puedo hacer lo que quiero. Con lo que cada vez que hago lo que quiero confirmo que soy dueño.
Sin embargo, mirado más de cerca es posible que nos encontremos con un doble equívoco: somos mucho menos dueños de nosotros mismos de lo que pregonamos. Además de que en ocasiones, más o menos frecuentes, somos bastantes más dueños del otro de lo que debiéramos. La cuestión es que ser dueño de uno mismo en ningún caso es un punto de partida, sino en todo caso, pero no en todos los casos, es un punto a alcanzar.
Somos instalados en este mundo por manos de otros que vienen a ser los padres y demás agentes sociales que nos hacen comer y vivir, en un largo camino en el que nos vamos convirtiendo de ser un organismo biológico en un ser social. Ser un ser social es una generalización que alcanza a todos, aun a los ermitaños o a los individualistas, pues todos estamos envueltos en las incontables significaciones sociales que nos determinan como son las determinaciones ideológicas, económicas y religiosas, por nombrar las más evidentes.
Todas significaciones que guían la existencia, o en ocasiones frecuentes arrastran a individuos ciegos en su creencia de que es el único camino. Conviene recordar que los caminos, como tantas otras cosas, son plurales. En cambio, en muchas ideologías y en las religiones se nota la predilección por los caminos únicos y los individuos ciegos. Roberto Begnini (aquel de "La vida es bella") cuenta que el notable director de cine Luis Buñuel decía: "Gracias a Dios soy ateo". Semejante mezcla de humor, capacidad de creer y espíritu crítico son indispensables para que en lo posible seamos dueños de nuestros días.
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