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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Tras las rejas. Cómo se vive en el único instituto para menores de puertas cerradas de la provincia
Rehabilitarse para volver a la calle, la pelea diaria de los pibes del Irar
A pesar de su moderna construcción, el instituto que se levanta en Saavedra y Cullen tiene graves falencias estructurales. A todo eso, los 29 jóvenes alojados allí le suman la falta de proyectos y de contención afectiva

Leo Graciarena / La Capital

"Esto no es una cárcel". La frase, a manera de advertencia filosófica, partió de la boca de Javier Rodas, director del Instituto de Rehabilitación del Adolescente de Rosario (Irar) desde hace dos meses. Pero al llegar ante el portón de ingreso al edificio que se levanta en Saavedra y Cullen, en la zona sudoeste de la ciudad, lo que puede verse es una construcción similar a la de cualquier prisión, aunque más pequeña. Idéntica sensación llena a quien recorre los pabellones, inaugurados a fines de 1999, donde se vislumbran entre las luces mortecinas las serias fallas estructurales de las celdas (aunque se prefiera llamarlas "habitaciones"). Quizás, el punto a favor de los pibes en relación a quienes están recluidos en comisarías y cárceles, está dado en que no viven hacinados. Por si eso fuera poco, al contexto de desamparo estructural en el que permanecen, los adolescentes deben sufrir que sólo un 30 por ciento de ellos son visitados por sus familiares en forma asidua.

El Irar está ubicado en el corazón del barrio Triángulo, más precisamente en Saavedra y Cullen. Fue inaugurado como un edificio "modelo" a fines de 1999 en lo que fuera la canchita del club de fútbol Loma Negra (trasladado a Camino del Indio y 27 de Febrero) y hoy muestra el deterioro de seis años sin inversiones ni mantenimiento. Es el único instituto de rehabilitación de menores de puertas cerradas que funciona en la provincia y, esta semana, allí había internados por orden judicial 29 menores de entre 14 y 19 años. Sólo tres de ellos no son rosarinos: llegaron desde Gálvez, San Cristóbal y Sunchales con historias de delitos y marginación. "Tenemos 10 muchachos por sobre los 18 años, pero eso es un hecho excepcional", explicó Rodas. Los delitos por los que están alojados los menores van desde el robo al homicidio.

Javier Rodas, un subcomisario de 43 años que revistó durante 14 años en la Tropa de Operaciones Especiales (TOE) y es parte del equipo del Servicio Penitenciario, se hizo cargo de la dirección del Irar en mayo pasado. Su antecesor fue Gustavo Arizmendi, quien resultó desplazado del cargo tras conocerse en febrero pasado la violación de un menor de 13 años dentro de uno de los pabellones.

Bajo la supervisión de Rodas están 29 internos, en un lugar con capacidad para 36, y 69 empleados nucleados en las gremiales UPCN y ATE, 29 de ellos "operadores". Estos celadores, que no son penitenciarios, son los que trabajan en contacto permanente con los menores cubriendo turnos de 24 horas por 72. "La idea es que los operadores trabajen para que los adolescentes internalicen pautas de conductas que les permitan reinsertarse en una sociedad que los expulsó o que nunca los tuvo en cuenta", refiere Rodas. Muchos de los pibes en el Irar son segunda o tercera generación de familias que crecieron entre la asistencia y el desamparo estatal. La seguridad del perímetro fuera del Instituto es responsabilidad de la policía.

La edad promedio de los internos está entre los 16 y 17 años, aunque "en baja", según comentan las autoridades. Y si bien no se habla de números, el nivel de reincidencia en los internos que vuelven a la calle "es alto".

Querer no siempre es poder. Eso queda claro al dialogar con el flamante director y con los internos del Irar. "Los pibes que están internados acá son muchachos que en el mejor de los casos fueron expulsados del sistema, porque hay otros muchos que nunca llegaron a estar incluidos", explica Rodas.

La edificación del Irar resalta a simple vista entre la pobreza de un barrio duro y una sucesión de casitas iguales destinadas a personas trasladadas desde distintos asentamientos. La alambrada que define el perímetro no alcanza para tomar conciencia de que, al cruzar el portón de calle Saavedra, la libertad se queda suspendida en el tiempo. "Del pabellón donde se fugaron los cinco pibes (entre ellos Heraldo V., acusado por el homicidio de un policía ocurrido en febrero pasado) tres se quedaron. Cuando les preguntamos por qué no habían aprovechado ellos también para irse, uno nos dijo: «Yo me quiero ir por la puerta, no por los techos»", comentó Rodas.

Para lograr la evasión, los pibes estuvieron tres días cortando -con paciencia, jabón y una pequeña sierra- un enrejado de hierro torsionado de 8 milímetros ubicado a 4,40 metros. Luego de hacer un hueco de 40 por 40 centímetros ganaron los techos tras violentar las rejas de un ventiluz. Luego corrieron, saltaron a un patio contiguo a la cocina y huyeron tras sortear un tapial de 2 metros que da a calle Cullen. Eso es, palabras más o menos, a lo que arribó la investigación interna sobre la fuga que llevaron adelante el 28 de julio pasado 5 adolescentes. "Cuando les pedís que declaren, los pibes te dicen: «Yo no soy buchón de nadie»", se escuchó en los pasillos del Irar cuando La Capital quiso abordar el tema.

Puertas hacia adentro, el instituto está dividido en cuatro sectores (entre ellos la admisión) y una enfermería, el lugar adoptado por los internos como un pabellón más. Las condiciones generales de esos sectores y de las celdas-habitaciones no distan en casi nada a las de la cárcel de Coronda, la más grande de la provincia. También es cierto que los internos no padecen la situación de hacinamiento, aunque las condiciones de vida, al menos en el sector C, son inhumanas. Las celdas no tienen luz ni inodoros. Durante la noche, cuando sólo ingresa al pequeño cubículo el reflejo de las luces opacas de los pasillos, los adolescentes deben orinar en una botella. Al otro día, con las luces de la mañana, tienen que arrojar el contenido en el único baños habilitado. "Los pibes rompían los inodoros y usaban los caños de la luz para hacer facas. Entonces, alguien optó por lo sano y tapó con chapa y cemento los huecos dejándolos sin baño y sin luz", contó Rodas.

Será por eso que al caminar los pabellones, el olor se convierte en una mezcla de suciedad y humedad, pestilente y penetrante. A esa altura, la imagen del pibe que se reinsertará en la sociedad, dejando el delito parece de ciencia ficción.

La actividad en el Irar comienza a las 8 de la mañana y las luces se apagan a las 22, a excepción de los domingos, que se prolonga hasta las 23. Y a lo largo de esos períodos "sin casi nada de que ocuparse",la clave para mejorar es similar a la del sistema carcelario común: hacer "buena" conducta. Claro que los conceptos quedarán en manos de los "operadores" y el personal superior del instituto.

El tiempo libre de los pibes sirve para muchas cosas. Así, aparecen pinturas rupestres monopolizadas por los escudos de Central y Ñuls, una planta de marihuana y una superfigura que logra fugarse con una saca de dinero en una de sus manos. También, en blanco y negro, hay un cuerpo sin rostro que tiene un fierro en una de sus manos.

A todo eso, hay que sumarle la notoria falta de contención que sufren los menores. Sólo el 30 por ciento de los internos reciben visita en forma asidua y ninguno de los jueces de Menores es habitué del lugar. "Al juez lo veo cuando me llevan a Tribunales, pero por acá ni pinta", comentó un joven en conflicto con la ley.

En el Irar los pibes completan su escolarización, trabajan en distintos talleres y son "contenidos" por profesionales. Pero todo parece una lucha. Por ejemplo, para alfabetizar hace falta que el Ministerio de Educación destine una partida económica, lo que muchas veces conlleva demasiado tiempo. En tanto, las autoridades siguen luchando por lograr una escuela en el lugar. Más allá de eso, hay tres aulas donde los adolescentes completan sus estudios. Y, a la vista, los docentes son bien respetados por los pibes. "La educación es la única alternativa que existe para instalar a estos muchachos en una sociedad que muchas veces los desprecia y los menoscaba". No queda otra opción si se pretende que Irar no sea "el preescolar de Coronda", como lo calificó un delegado de ATE.


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Poca luz, olores pestilentes, agua y orina en los pisos. Así pasan sus días los adolescentes encerrados en el Irar.

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