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 sábado, 25 de junio de 2005  
El querido club El Tala

Hace 20 años que trabajo en el periodismo y es la primera vez que escribo una carta de lectores. Pero quizá esta sea una buena razón para hacerlo. El tema es particular pero de enorme interés general. Como muchos rosarinos, concurro desde "la más tierna edad" a un club de barrio, incluso ahora que paso la mayor parte de la semana en Buenos Aires. Es más, mi madre conoció a mi padre en un baile de carnaval en El Tala. Ergo no seré objetivo en estas líneas. El club es como si fuese mi propia casa. En las últimas semanas se difundieron informaciones inexactas sobre el club que me parece necesario aclarar. Como todos los socios de estas instituciones saben y sufren, los clubes de barrio están prácticamente desamparados de apoyo estatal. Se sostienen gracias al esfuerzo de gente sencilla y apasionada que dedica parte de su tiempo a sostener estos espacios semipúblicos para que sus hijos y los de sus vecinos crezcan con los parámetros que dan el deporte y la solidaridad. El Tala fue víctima de un empresario llamado Ricardo Nallino, que tomó la concesión del natatorio como si fuera su feudo. No pagó el canon desde abril del 2004 hasta marzo del 2005 y mantuvo a todos sus empleados en negro -como lo pudo comprobar la Secretaría de Trabajo-. El contrato de concesión venció el 31 de marzo pasado y la comisión directiva, después de dar el preaviso previsto, comunicó la rescisión del acuerdo. También se presentó ante la Justicia para pedir el embargo de los bienes del deudor. La medida fue acogida y la pileta tuvo que cesar en su explotación. Haciendo gala de diversas técnicas de manipulación, el ex concesionario presentó en los medios de comunicación a los miembros de la comisión directiva del club, como villanos insensibles que impedían el uso del natatorio a niños de capacidades especiales que concurrían a la pileta: "Los chicos son rehenes", planteó. "Cree el ladrón que todos son de su condición", afirma el dicho popular. Si la comisión directiva no actuaba de esa manera, no sólo estaba en peligro la pileta para los niños especiales, estaba en peligro la continuidad del club. La falsedad del argumento es evidente: la idea es que la pileta se reabra en breve cuando se supere la cuestión judicial, para esos niños y para todos los asociados. Pero la actitud menemista de Nallino no terminó allí. Curiosamente apareció un supuesto comprador de los bienes embargados por la Justicia para hacer valer "sus derechos" y salvar la ropa del ex concesionario. La compra se habría realizado unos días antes del embargo. Una vergüenza. Sin embargo, algunas de sus mentiras tuvieron eco en la prensa y ese es el motivo de estas líneas. Quería contarles una historia que los argentinos conocen de memoria: un empresario vivo que quiere aprovecharse, como lo hizo durante casi una década, del patrimonio de todos. Ojalá esta carta cumpla con otros objetivos complementarios: salvar el buen nombre de Jorge Gómez Uría y de Patricio Giavarini, presidente y vice, así como el del resto de los dirigentes y socios de El Tala que han priorizado en sus vidas la actividad social a la billetera. Y también como un llamador a las autoridades políticas de la ciudad y la provincia para que no abandonen a los clubes de barrio a su suerte. Y al truchimán de Nallino le recomiendo que vaya al cine: en la película "Luna de Avellaneda" va a sentirse identificado. Ahí también hay un personaje que quiere destruir a un club por dinero.

Reynaldo Sietecase, DNI 14.684.325


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