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miércoles,
11 de
mayo de
2005 |
Editorial:
La policía y el colapso
de la confianza
El episodio denunciado por Apropol el sábado y su réplica gubernamental condensan la percepción de la seguridad pública en Santa Fe. Varias cosas se pusieron en debate a raíz de la manipulación presunta de cuentakilómetros de patrulleros en plena Jefatura. Se discute a partir de un incidente conocido no de ahora, como es la malversación del combustible de los móviles, sobre corrupción policial. Se discute sobre la condición cuestionada de los que denunciaron. Se discute sobre el encuadre reglamentario de la denuncia y de los denunciantes. Pero sobre estos ejes se impone otro debate: el de las atribuciones de la autoridad, el de su legitimidad y el de la capacidad para imponer mando en una sociedad democrática.
El ingreso nocturno de tres policías del no reconocido gremio policial a la Jefatura fue, para el gobierno provincial, un acto de usurpación de autoridad. Aunque el gobierno señaló que la manipulación de patrullas que denunció Apropol se investigaría, el énfasis lo descargó en objetar la acción no reglamentaria de los hombres del sindicato, resaltar que invadieron un área que tenían vedada y decir que pretenden solamente vulnerar la conducción legítima de la policía.
La forma que adoptó el debate, y no sólo el contenido, sincera que el estado de inquietud imperante en la esfera policial va más allá del incidente del combustible.
Apropol es una entidad polémica, contradictoria y de predicamento interno incierto. Durante mucho tiempo sus denuncias naufragaron por ser más estrepitosas que documentadas. Su acto de mayor resonancia, el autoacuartelamiento en la Jefatura del 12 de abril pasado, derivó en medidas disciplinarias irreprochables, porque al impedir la salida de patrulleros dejó a la ciudad sin seguridad. Pero minimizar su señalamiento porque lo hacen oficiales cuestionados parece muy poco pertinente si ellos documentaban un delito in fraganti. Que además habían denunciado por escrito dos días antes en la Dirección de Asuntos Internos.
El gobierno reacciona en nombre de la autoridad. Pero la autoridad no es un objeto dado naturalmente sino algo que se construye históricamente. La condición del mando, más que vociferando, se alcanza con tres atributos: la idoneidad, la credibilidad y el ejemplo. En tanto alguna de estas condiciones falte, más difícil es obtener obediencia. Porque sólo al principio el mando es algo que se detenta por delegación. Después hay que ganárselo con los actos y en la práctica.
"No va a quedar ninguno", dijo el subsecretario de Seguridad Pública, Alejandro Rossi, hablando de los dirigentes de Apropol, a los que trató de "bandoleros" y de "banda facciosa". Recurrir a esas calificaciones colindantes con la amenaza y el insulto no parece la mejor forma de demostrar autoridad. Quien busque autoridad necesita más que verborragia.
Es público de dónde proviene la debilidad de la posición de Rossi, que se proyecta al gobierno. El funcionario protagonizó un incidente armado contra un taxista cerca del puente Rosario-Victoria en noviembre pasado. Obtuvo la falta de mérito en una causa en trámite, lo que no implica que sea inocente, como pregona, sino que el juez dijo no haber obtenido pruebas en un proceso no exento de polémica pública.
Menos que de la imputación judicial en trámite, Rossi y su autoridad son rehenes de su mentira pública. Empezó negando tajantemente haber tenido con el taxista algo más que un altercado de tránsito. Pero a los once días aceptó que había esgrimido un arma. El taxista arguyó en Tribunales, con un discurso derrengado y balbuceante, que no se había sentido víctima. Y el gendarme que documentó el episodio acatando lo que su rol le ordenaba quedó para la Justicia como un mentiroso.
Acaso el incidente en sí no sea tan grave como algo que saben del primero al último policía rosarino: que los oficiales que estuvieron en el lugar del incidente no documentaron que Rossi tenía un arma. Gendarmería, al hacerlo, puso en evidencia la deliberada omisión, protagonizada no por un par de efectivos aislados, sino por altos oficiales en conocimiento de la superioridad y del propio Rossi.
Por este episodio reciente, el funcionario que señaló que la rebelión del 12 de abril fue intolerable y que ahora trata de bandoleros a los efectivos de Apropol tiene su decir en quiebra. O lo que es lo mismo, carece de la autoridad para demarcar lo que está bien y lo que está mal. Porque la policía sabe que el funcionario que la comanda políticamente utilizó a oficiales superiores para encubrirlo con un acta falseada. Y que recurrió en público al falso testimonio para sostenerse.
A la sociedad estadounidense no le importó tanto que Bill Clinton tuviera un episodio amoroso con Monica Lewinsky. Sí le importó que mintiera sobre eso, porque los principios de mando y de obediencia se resquebrajan cuando colapsa la confianza. Que no proviene de declamar la autoridad, sino de edificarla desde los dichos y los hechos.
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