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 sábado, 12 de marzo de 2005  
Reflexiones
Europa y el islam, un año después de Madrid

Gilles Kepel / El País (Madrid) (*)

Los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid fueron la señal de que Europa se había convertido en un campo de batalla importante dentro de la guerra en el corazón del islam iniciada el 11 de septiembre de 2001. Para los militantes e ideólogos islamistas de todo tipo, el devenir de los millones de ciudadanos europeos de origen musulmán, actuales y futuros, jóvenes y surgidos de medios desfavorecidos en su inmensa mayoría, es un reto político crucial. Desde los más radicales, como Bin Laden, Zawahiri y sus afiliados, hasta los Hermanos Musulmanes, con toda su esfera de influencia y sus derivaciones más afables, desde el telepredicador de Al Yazira Yussef al Qardaui hasta Tariq Ramadán, todos luchan por ganar su confianza y proclamarse sus representantes. ¿Comparten estos millones de ciudadanos nuevos los valores y las lealtades que constituyen la identidad europea actual -con su diversidad y sus contradicciones, pero también con su unidad esencial-, y van a contribuir, a partir de sus condiciones de vida en nuestras sociedades -democráticas, pluralistas, pero no igualitarias-, al aggiornamento del islam para poder arrebatar a los ideólogos islamistas la interpretación que hacen de él? ¿O, por el contrario, son estos últimos quienes lograrán construir, en el propio territorio europeo, bastiones desde los que cercar un continente que, ya en dos ocasiones, con la Reconquista española en el siglo XV y la derrota otomana ante Viena en 1683, ha rechazado los ataques de la yihad?

El atentado de Madrid, cometido por jóvenes inmigrantes de origen marroquí y financiado por militantes de Al Qaeda, parece inclinar la balanza hacia la segunda posibilidad. La muerte por apuñalamiento, en octubre de 2004, del realizador de video Theo van Gogh, autor de un documental que su presunto asesino consideró ofensivo para el islam, parece indicar la misma cosa. Por el contrario, la masiva movilización de los ciudadanos franceses de origen o credo musulmán para apoyar a Christian Chesnot y Georges Malbrunot -secuestrados en Irak en agosto y liberados en Navidad, y cuya supervivencia habían condicionado los secuestradores a la abolición de la ley sobre el carácter laico de la escuela pública- habla a favor del compromiso decisivo de los musulmanes europeos contra el islamismo radical.

¿Qué criterios nos permiten valorar la actual correlación de fuerzas? ¿Qué políticas pueden aplicar tanto los Estados como la Unión Europea? ¿Qué estrategia tienen los islamistas de diversas tendencias para alcanzar sus objetivos?

Al leer las reivindicaciones del grupo islamista que cometió los atentados de Madrid, y que estaba suficientemente al tanto de la vida política española para cometerlos en el momento de las elecciones legislativas y alterar su resultado, se observa que, en medio de la verborrea habitual sobre la caída de Occidente, figuran amenazas concretas contra España, respecto a la que los yihadistas anuncian que van a empezar a "arreglar viejas cuentas". En su lenguaje, eso quiere decir que la península Ibérica no es más que la antigua Andalucía musulmana, una tierra arrebatada al islam que hay que recuperar cueste lo que cueste; sus habitantes no musulmanes son usurpadores y, por consiguiente, "es lícito derramar su sangre". Es decir, se justifica una matanza de inocentes como la que produjeron los explosivos en los trenes.

Es evidente que, para la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos de origen musulmán, esta visión del mundo es una aberración; pero basta con que unas cuantas docenas de individuos adoctrinados en las ideas salafistas-yihadistas radicales estén convencidos y sean capaces de adquirir explosivos para que mueran cientos de personas y, como consecuencia, los musulmanes europeos se conviertan en rehenes de la sospecha. Porque ese era otro objetivo de los yihadistas: los atentados -empezando por el del 11 de septiembre-, al agudizar las sospechas, han aumentado las desavenencias y han favorecido el apostolado de los islamistas -en este caso, moderados- que son hoy, en Europa, los principales productores de catequesis musulmana. Cuántos musulmanes desamparados, desgarrados entre su rechazo a la violencia y la sospecha que leían en la mirada de los demás, han acudido a los apoyos religiosos que encontraban en una especie de repliegue comunitario fomentado por los Hermanos Musulmanes y sus seguidores.

Estos musulmanes no propugnan la violencia: algunos consideran que Europa es una tierra del islam -por la presencia de ciudadanos europeos musulmanes- y exigen que dichos ciudadanos puedan vivir con arreglo a los criterios y las normas de la ley islámica, la sharia. Otros, conscientes del efecto negativo de esta expresión en la opinión pública no musulmana, precavida frente al proselitismo, prefieren decir que Europa es tierra de predicación (da'wa) o tierra de shahada, un término árabe que significa "testimonio" y "profesión de fe islámica". Para estos últimos, el objetivo es formar una "comunidad", definida en función de criterios de identidad religiosa llevados al extremo, que negocie con los poderes públicos una condición de "minoría" y construya un espacio político balcanizado, en el que el apoyo electoral a una u otra corriente política dependa de las concesiones que haga cada una para favorecer la influencia de los islamistas sobre sus correligionarios.

¿Es una fatalidad este encadenamiento? La movilización de los ciudadanos musulmanes en Francia, durante todo el otoño, en apoyo de los dos periodistas rehenes de los yihadistas en Irak, precisamente mientras los secuestradores hacían chantaje con la ley sobre la laicidad en la escuela -que prohíbe llevar prendas y signos religiosos, entre ellos el hijab-, demuestra lo contrario. Ahora bien, eso supone que las autoridades lleven a cabo una política enérgica en cuanto a la integración política, social y cultural, la igualdad de oportunidades y la plena participación democrática de nuestros compatriotas europeos de origen musulmán, en su mayoría procedentes de medios desfavorecidos, si bien se está viendo un extraordinario fenómeno de movilidad social ascendente, sobre todo entre las mujeres jóvenes. Ante la ley sobre la laicidad, los Hermanos Musulmanes y sus compañeros de viaje en el movimiento altermundialista y ecologista organizaron manifestaciones contra una legislación "liberticida", un lema con capacidad de unir fuerzas más allá de las fronteras comunitarias. Para los Hermanos es un desafío crucial, porque el velo es un criterio decisivo a la hora de ver su influencia sobre sus correligionarios y, por tanto, justificar su pretensión de negociar en nombre de ellos con los poderes públicos. Los ciudadanos franceses musulmanes, al proclamar que estaban a favor de la liberación de sus dos compatriotas periodistas, desautorizaron a los Hermanos, que no pudieron llevar a cabo las acciones que tenían pensadas contra la aplicación de la ley. Del mismo modo que han manifestado su rechazo absoluto de los salafistas-yihadistas y el chantaje que ejercen sobre Europa desde el triángulo suní de Irak o desde otros lugares.

Un año después de Madrid, la pelota está en el campo de las autoridades políticas europeas: no hay ninguna fatalidad de la yihad o de los islamistas en nuestros países, pero es preciso hacer todo lo necesario para fomentar la adhesión de nuestros conciudadanos de origen musulmán a los valores que constituyen Europa, que son los que permitirán el aggiornamento del islam.

(*)Profesor de ciencias políticas en la cátedra de Oriente Medio Mediterráneo de la Universidad de París, y autor, entre otros libros, de "Fitna. Guerra en el corazón del islam"


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