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 miércoles, 15 de diciembre de 2004  

candi
Charlas en elCafé del Bajo
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-Estaba leyendo, Candi, un interesante artículo aparecido en un diario porteño sobre la Navidad. Y en él se plantea la cuestión sobre si realmente se perdió ese espíritu navideño tan peculiar en otros tiempos. Fíjese lo que dice el artículo en cuestión realizado a partir de ciertos estudios e investigaciones: "Para muchos, son un problema de reencuentros familiares, discusiones y gastos, que ayudan a incrementar el mal humor. Para otros, sirven para aumentar el mercantilismo. El 35 por ciento de los divorcios tiene origen en la cena de Nochebuena, y muy pocos recuerdan lo bueno de esa velada".

-No conocía ese dato, que el 35 por ciento de las separaciones se gestan en la cena de Nochebuena. Seguramente es el reflejo de situaciones que se producen en distintas partes del mundo.

-Dice además el artículo: "Las cenas de Nochebuena y Año Nuevo han representado la culminación del rito sagrado. Estaban cargadas de simbolismo cristiano, de alegría y regocijo por el Dios nacido. Sin embargo, en los últimos años, especialmente en las grandes ciudades de Occidente, el espíritu tradicional de la Navidad ha sido sustituido por un sentido secular, acorde con las nuevas formas de vida. Hoy la Navidad tiene un significado marcadamente consumista". ¿Está de acuerdo con este planteo Candi?

-Totalmente de acuerdo. Sin dejar de reconocer y aclarar debidamente que hay seres humanos que aún mantienen intacto esa predisposición al recogimiento y valoración de lo que significa la Navidad, no podemos negar que muchos han transformado a la Natividad en un fiesta pagana con predominio de adoración por cosas materiales y con el imperio de una fuerte hegemonía de la búsqueda del placer por sobre la exaltación de valores sustanciales. Seguramente la Navidad servirá de excusa a muchos para sentarse a devorar y beber todo, para extasiarse ante los regalos y para después formalizar una fenomenal pachanga. Debo decir que no me parece mal que esto ocurra, si no es desmedido, porque en el fondo en la Navidad nada se debe lamentar y sí festejar, pero sí me parece mal, por ejemplo, que en el marco de la fiesta no haya espacio para la reflexión.

-¿Por ejemplo qué reflexión?

-Yo diría que recordar el nacimiento de Jesús puede y debe ser para el ser humano cristiano un momento del año propicio para reformularse cuestiones de la vida pasada, esa que termina cada 24 de diciembre. Es el momento de repasos, de aceptar que uno cometió errores. Es el momento de recordar, por ejemplo, lo que nos dijo el prójimo alguna vez sobre nuestras equivocaciones y pensar: ¿no habrá tenido razón? Y a partir de allí hacer lo que los religiosos llaman un examen de conciencia sincero y profundo que en lo posible contemple el no engaño de uno mismo. Creo que todo cristiano tiene allí un buen momento para decidirse a nacer a una nueva vida junto con ese Jesús que cada año llama de manera especial. No estoy hablando necesariamente de acudir a una vida religiosa de ritos y templos, no, eso lo hará quien tenga la fe y la necesidad de ello, pero sí de nacer nuevamente con la mano tendida y el corazón abierto para la reconciliación con uno mismo y con el prójimo. Navidad sería para mí "nacer al amor". Es decir nacer primero para uno, respetándose y valorándose, sintiéndose pleno y libre de pesos para, inmediatamente, entregarse al otro. Mire Inocencio, el cristianismo tiene un perfecto y maravilloso mensaje de lo que es el amor: Jesús nace y se honra a sí mismo nutriéndose de amor y haciéndose amor, pero enseguida lo da y tanto lo da que se inmola al fin por los demás. Me dirá usted ¿pero qué consiguió con amar tanto? Más allá del dogma de fe sobre la salvación del mundo en el que cada uno creerá o no conforme a su fe, podemos decir que por ese amor que entrega resucita y alcanza la gloria. Es por amar tanto, entregarse sin condiciones por los demás y hasta la muerte, que El mismo se salva. Tanto es así que después de dos mil años estamos diciendo que fue una de las cosas más maravillosas que le ocurrió al hombre. En esta charla preludio de la Navidad podríamos decir a la cristiandad: a beber -¿por qué no?-, a danzar, pero antes a nacer a una nueva vida, al amor de verdad, para que la fiesta tenga un verdadero y gran sentido.

Candi II
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