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 sábado, 27 de noviembre de 2004  
Acusado y acusador apelaron el fallo de primera instancia
Condenaron a 12 años de prisión a un recluso que asesinó a otro
Fue en abril de 2001 en la comisaría 16ª. Hacía pelear entre ellos a jóvenesdetenidos. Alguien se lo reprochó y el le asestó dos puntazos con una "chuza"

Jorge Salum / La Capital

"¿Por qué no dejás tranquilo a los pibes?". Quienes presenciaron su final cuentan que fue lo último que dijo Luis Armando Oviedo antes de caer herido de muerte en el piso de una celda atestada de muchachos. Oviedo estaba detenido en la comisaría 16ª, en la zona sur de la ciudad, y allí lo asesinaron. Le dieron dos puntazos con un arma blanca de fabricación casera, eso que en la jerga de la prisión se llama chuza. Fue el 16 de abril de 2001 y al autor lo condenaron esta semana. Se llama Jorge Carlos Rosales y el viernes montó una escena en tribunales: fiel a sus antecedentes, quiso intimidar a los funcionarios que le hicieron conocer el fallo y a los gritos prometió reencontrarse algún día cara a cara con el juez que lo sentenció a 12 años de cárcel.

Rosales está acostumbrado a hacerlo. Es un hombre corpulento que basicamente inspira miedo. Y él lo sabe, si se dan por ciertos los relatos de quienes lo conocieron en distintas circunstancias.

A esa capacidad para infundir temor apeló la noche que, según el fallo del juez Luis Giraudo, asesinó a Oviedo. Quiso imponer silencio a los testigos para garantizar que así atravesaría impune la investigación sobre el crimen. Algunos callaron, es cierto, pero muchos más se animaron a decir la verdad y sus testimonios en torno al hecho son la prueba sobre la que se basa su condena en primera instancia.

Mientras estaba detenido, Rosales practicaba el siguiente deporte: incitaba a otros reclusos, más jóvenes que él, a pelear. "Igual que si se tratara de una riña de gallos", describió a La Capital alguien que conoció a fondo los detalles del caso por haber tenido acceso al expediente judicial.

Ese era su entretenimiento, el estímulo a un par de muchachos a pelear. Alrededor de la 1.40 del 16 de abril de 2001 los penales de la comisaría 16ª estaban atestados de personas: había 44 presos en dos calabozos donde debería haber la mitad de personas. Mientras muchos miraban sin decir nada, Oviedo no soportó la situación y le reprochó a Rosales su actitud. Es lo que contaron después los reclusos que se animaron a hablar. El grandote no dijo nada pero se movió con agilidad: sacó la chuza y la clavó dos veces en el cuerpo de Oviedo. El segundo puntazo resultó fatal. Lo había herido en el corazón y la víctima, de 25 años, se desplomó.

Los cuatro policías que estaban en la comisaría no tardaron en entrar, acompañados por otros efectivos del Comando Radioeléctrico. En ese momento, bajo la mirada amenazante de Rosales, nadie quiso decir nada. Es más, él también calló. Aunque después hizo algo peor: intentó acusar del crimen a otros dos compañeros de celda. Fue entonces cuando muchos decidieron hablar. Y quienes lo hicieron, lo apuntaron sin cavilaciones. Según sus relatos coincidentes, había sido quien apuñaló a Oviedo, crimen por el que luego una fiscal pidió que lo sentenciaran a prisión perpetua. Para la acusadora, había matado por la espalda a una víctima indefensa.

El juez Giraudo finalmente lo condenó, aunque a 12 años de prisión. Pero la sentencia no está firme porque la fiscal y el propio Rosales apelaron. Significa que la condena será revisada por la Cámara Penal, y que la última palabra todavía no está dicha.
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