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 sábado, 27 de noviembre de 2004  
Universidad y empresas: el revés de la trama discursiva

Matías Loja

El historiador uruguayo Alberto Methol Ferré solía advertir sobre el equívoco que podía acarrear la aplicación mecánica de una misma categoría descriptiva a hechos o dispositivos de diferente naturaleza, pues sostenía que "aplicando el mismo nombre a elefantes, gorriones y moscas a una diversidad de situaciones heterogéneas" invitaban a la confusión.

Pero el error no sólo se puede manifestar en la descripción o en el diagnóstico de un acontecimiento, sino también en las soluciones que a veces se plantean para determinadas problemáticas. Así, las lecciones (aún inconclusas) del pasado reciente, arrojan como saldo una década en donde, desde distintos ángulos, se descargó una feroz balacera que transformó al Estado, y sus instituciones, en el blanco predilecto de innumerables críticas. Algunas con cierto fundamento, aunque otras con un claro tinte corporativista por parte de algunos sectores que históricamente han mirado con recelo todo aquello que lleve el sello de "lo público".

Así, la célebre sentencia que plantea que "el Estado es mal administrador" fue la excusa perfecta para una rauda introducción de la lógica empresarial en algunos estamentos del sector público, experiencia que en muchos casos, como en las polémicas privatizaciones de los servicios públicos, no tuvo resultados demasiado satisfactorios.

Y como la estrategia más eficaz del equívoco es la repetición, circula por estos días una nueva versión de esta lógica, aunque lo excepcional del caso radica en que esta vez el latigazo está focalizado hacia la universidad pública.

El hecho tuvo lugar recientemente, cuando el empresario textil Juan Carlos Blumberg salió a pedir sin eufemismos la renuncia del rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), Guillermo Jaim Etcheverry, a raíz de una nota periodística publicada en un semanario porteño, en donde se hacía referencia a la "suciedad" y a la "circulación de drogas" en el interior de algunas facultades de la UBA.

"Yo cuando voy a las fábricas camino los techos, voy a ver los baños. Si están escritos, ya sé que el jefe de personal no sirve, que hay indisciplina", sentenció el empresario, inaugurando un nuevo capítulo en la antología de la comparación absurda.

Porque si bien es innegable que existen dificultades internas por las que atraviesan varias universidades nacionales, propias muchas veces del sano juego democrático en las que se cimientan, es erróneo pretender entenderlas desde realidades que poco tienen que ver con ellas.

Al rector lo elige democráticamente una Asamblea compuesta por todos los actores que conforman la vida académica, lo cual no ocurre (ni tiene por qué ocurrir) con quien dirige una organización comercial. Los decanos no son "capataces de las facultades". Y los afiches y carteles pegados en los pasillos de los claustros pueden verse como elementos que "ensucian" las paredes... o pueden entenderse como formas de expresión de las diferentes fracciones (docentes y estudiantiles) que residen la universidad.

Ejemplos abundan para marcar las diferencias, lo cual no implica, vale aclarar, un intento de minar la necesaria y estrecha relación universidad-empresas, eslabón ineludible en la vinculación de la educación superior con el contexto del que forma parte.

Pero también es lícito aquí preguntarse acerca de la responsabilidad social que el empresariado nacional tiene para con la universidad pública, de la cual, según muestran los números, egresan casi la gran mayoría de sus jóvenes profesionales.

Dato que marca a las claras una vieja contradicción: las mismas universidades que son permanentemente atacadas por sucias, politizadas y burocráticas, son las que forman los cuadros técnicos e intelectuales que prefieren las empresas privadas, pues consideran, paradójicamente, que todos estos "obstáculos" con los que deben toparse los preparan para adaptarse a escenarios cambiantes.

Sin duda alguna son muchas las cuestiones que aún tiene pendiente la universidad pública. Aunque a la luz de ciertas exigencias, no es bueno reducir el debate académico a una mera cuestión estética de higiene y prolijidad. Porque, aunque una cosa no implica la otra, tal vez sea preferible contar con una universidad desprolija y crítica, en lugar de una universidad pasteurizada de ciertos gérmenes pero incapaz de plantearse y responder a las necesidades de la sociedad.
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