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 sábado, 27 de noviembre de 2004  
Kirchner a Cuba

Con cierta frecuencia la Cancillería lanza la confirmación del viaje del presidente Kirchner a Cuba, como una suerte de sondeo de la opinión pública nacional e internacional. Contrariamente a lo que se pueda suponer, no me anima ningún sentimiento anticastrista. Todavía tengo presente el agravio que infligiera Castro al gobierno y al pueblo argentino cuando aquél calificó al gobierno de De la Rúa como "lamebotas yanqui". Agravio infligido indivisamente al pueblo argentino. Insólita agresión que pretendía interferir en el voto argentino en cuanto a la resolución de la ONU condenatoria a los atropellos a los derechos humanos que se transgreden en Cuba. Condena que se refleja de manera cuasi unánime a través de las personalidades intelectuales más objetivas y ecuánimes del mundo contemporáneo. En un contexto similar, destaco también la oportuna posición del actual presidente electo de Uruguay. En un afrentoso entredicho político-diplomático de Cuba frente al gobierno uruguayo de Batlle, Tabaré Vázquez -enrolado en el ala política de la izquierda uruguaya- con toda dignidad advirtió a Castro que se abstenga de entrometerse o interferir en los asuntos internos de Uruguay. Tampoco creo que este presunto viaje constituya el gesto de reciprocidad con el gobierno del presidente Bush, verdadero sostén internacional en el complejo entramado de la negociación y la salida argentina del default. Dejo una última consideración de mi objeción al viaje de marras. Aunque más subjetiva, la más dramática. A esta altura de mi vida -setenta y cinco años- se agiganta la cruz que sobrellevo y que mantuve asfixiada durante décadas: la "ausencia-presencia" de mis queridísimos hijos Lía y Gerardo. Mi verdadero holocausto personal en la trágica década del 70. Tengo aún fresco en mi retina el abrazo de Fidel Castro con Nicanor Costa Méndez, canciller de la más sangrienta e inepta dictadura militar del Cono Sur. Afrentoso y grosero abrazo que, so pretexto de la solidaridad con Malvinas, mancilló y abofeteó la memoria de millares de jóvenes argentinos que, alucinados, fueron gratuitamente inmolados en una aberrante y sangrienta década retroalimentada por falsos mitos e ideologismos.

Pablo Szerzon


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