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 domingo, 12 de septiembre de 2004

Lecturas. El genocidio de Ruanda
"Una temporada de machetes": Crímenes en primera persona

Jorge Carrión

"Una temporada de machetes" de Jean Hatzfeld. Crónicas. Anagrama, Barcelona, 2004, 285 páginas, $55.

En el montaje está la ideología. Lo defendido por Godard a propósito del arte cinematográfico puede aplicarse a este libro de crónicas en que los capítulos impares son fragmentos de un reportaje y los pares reproducen las respuestas de un grupo de entrevistados a unas preguntas que permanecen en la elipsis, aunque se enumeren por temas. El reportaje resume los prolegómenos y la consumación del genocidio de tutsis por parte de hutus en Ruanda. Los entrevistados son varios de los asesinos. La ausencia de las preguntas y de un diálogo real entre el entrevistador y los homicidas remite a la ideología del montaje. Al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en "S21: The Khmer Rouge Killing Machine", el documental de Rithy Panh sobre el genocidio camboyano, donde víctimas y verdugos conversan -con escalofríos- sobre lo que ocurrió en aquella guarida de torturas, Jean Hatzfeld separa formalmente a unos y otros.

"Una temporada de machetes" es, de hecho, la continuación de "Dans le nu de la vie. Récits des marais rwandais" (2002), la crónica que Hatzfeld hizo de sus años en la Ruanda de la violencia étnica. Según dice el autor, en esa primera parte entrevistó a los supervivientes y, por tanto, relató la historia desde el punto de vista de las víctimas. Ahora, en cambio, nos encontramos ante los relatos en primera persona de esos hombres comunes que, durante una época de sus vidas, fueron homicidas sistemáticos a golpe de machete. Hombres que crecieron "oyendo lecciones de historia y programas de radio que mencionaban todos los días los serios problemas entre los hutus y los tutsis", pero que mantuvieron relaciones cordiales con los tutsis hasta que un día, motivados por unas instancias políticas no del todo definidas y por la posibilidad de ganar dinero fácil y de apropiarse de los bienes de sus vecinos, protagonizaron una matanza descomunal. Se levantaban, se reunían, mataban durante la mayor parte del día, a veces violaban o robaban, se reunían de nuevo, cenaban y bebían abundantemente y hacían el amor con sus esposas con más fogosidad de lo habitual. Más que la banalidad del mal: su excepcionalidad.

"Después de las matanzas, las palabras cambiaron de sentido", apunta uno de los entrevistados. Una de las múltiples lecturas de este libro imprescindible sobre el devenir histórico de nuestro tiempo señala hacia la complejidad semiótica del genocidio. Desde la responsabilidad de las emisoras de radio, que animaron a la aniquilación, hasta la mutación de las palabras, cuyos significados fueron distintos durante la convivencia de las dos etnias, durante las masacres y, al fin, cuando éstas finalizaron y llegaron los organismos internacionales y se iniciaron los procesos judiciales, con sus actas escritas y sus declaraciones juradas, primer paso hacia el discurso histórico.

La impasibilidad internacional, su hipocresía vomitiva (de nuevo en la picota con el caso de Sudán), es un fantasma visible en las páginas del libro. El tema que, en cambio, brilla por su ausencia es la responsabilidad el gobierno francés en lo ocurrido (no sé si ya fue tratado en la primera parte, que no he leído). No convencen, por otro lado, las continuas comparaciones que Hatzfeld establece entre el genocidio ruandés y el perpetrado por los nazis, no por la pertinencia, sino por la simplicidad. Con ellas se evidencia que nos encontramos ante un libro de periodismo y, por tanto, de divulgación -valga la redundancia. Un libro que cumple el requisito del buen periodismo. Este, como no se cansa de repetir el periodista y maestro de periodistas Arcadi Espada, debe responder al qué, al cuándo, al dónde y al cómo, pero no debe inventar el porqué.

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El éxodo de los tutsi con la muerte en los talones.

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