| domingo, 12 de septiembre de 2004 | Mandale Pichia ¿Te acordás hermano?... de Roberto Appicciafuocco El ex insai derecho de Central en la década del 50 es un antihéroe que volvió después de vivir 36 años en Estados Unidos y es más conocido por su apellido que por su carrera Miguel Pisano / La Capital "Te ponemos Pichia", sentenció, práctico, el delegado de San Luis, el equipo del barrio Azcuénaga donde jugaba el insai derecho Roberto Appicciafuoco, en el extraño caso del jugador que fue mucho más conocido por su apellido que por su carrera misma.
Un metro 60 y chirolas, los ojos verde oscuro y esa rodilla que lo tiene a mal pisar desde los 17 años -la tarde en la que debutó en la cuarta especial de Central y chocó con el arquero de Córdoba por tratar de puntear esa pelota larga-, Appicciafuoco conserva su pose de antihéroe, su carácter introvertido y ese loco berretín por desatender el teléfono, quizá acentuados por los 36 años que vivió entre la nieve y el distante clima social de los yanquis de Filadelfia.
Hijo de Julio y de Lucía Ruffini, dos italianos de Abruzzo que bajaron de los barcos, Pichia aprendió el oficio de albañil del viejo, "un general constructor", como se ufana el Gringo 70 años después. Appicciafuoco nació el 10 de mayo del 30 en una vieja casita de una cortada de la zona de Pasco y Crespo, de la que no recuerda ni el nombre, aunque desde pibe su familia se mudó a Matienzo y Córdoba, donde empezó a jugar en el baby de Libertad, primero, y en el equipo del barrio, después.
Otro mundo por donde se lo mirara, una lejana mañana de domingo del invierno del 43, Pichia fue a jugar un amistoso para San Luis contra la quinta B de Central, en la mismísima cancha vieja de Arroyito, y cuando el delegado lo vio jugar bien y lo llevó a jugar para ellos junto a un par de muchachos del barrio: el Cachorro Marchetti, que era centrofoguar; el Colorado Miranda, fulbá, y Felipe Chaveta, insai izquierdo. "Nosotros les secábamos la cancha a los más grandes. Jugábamos a las siete de la mañana con una escarcha bárbara", recuerda Pichia 60 años después.
Comenzó a jugar en las inferiores de Central, donde pasó por la quinta, cuarta especial y primera local. "Les ganábamos a todos y salíamos campeones todos los años", simplifica, con la seguridad de los ex jugadores. "Nos pagaban dos pesos por partido, ganáramos o perdiéramos. ¡Sabés lo que eran dos pesos en aquella época? Si el café valía diez centavos", abunda Pichia.
Después del infausto debut en la primera local, en el que sufrió la grave lesión de rodilla que casi le corta la carrera, Pichia se quedó jugando en los desafíos y torneos de barrio, hasta que un representante de Racing en nuestra ciudad lo llevó a probarse a Buenos Aires, junto a un par de muchachos del barrio.
Y cuando un dirigente de Racing llamó a Central para pedir el pase, los canallas pidieron una fortuna y Pichia tuvo en un santiamén la impensada oportunidad de jugar en primera, que le habían negado hacía tres años. "Al otro día Central me mandó una citación y me hicieron el primer contrato. Esa semana había un amistoso contra los paraguayos y empecé a jugar en la primera. Los hinchas preguntaban quién era porque los únicos que me conocían eran los más grandes que iban a ver los partidos de las inferiores a las ocho de la mañana", recuerda el Gringo, con una mueca de bronca porque recién lo llamaron cuando Racing le ofreció contrato, a tono con la máxima de pueblo que reza "cómo va a ser bueno si vive a la vuelta de mi casa".
Pichia jugó en aquel equipo de Central que formaba con Bottazzi; Aresi y Federico Vairo; Alvarez, Minni y Fogel; Gauna, Appicciafuoco, Motura, el Gitano Juárez y Chiquito Giménez.
"Un día le ganamos acá 4 a 3 a River, que tenía un cuadrazo donde jugaban Labruna y Moreno, y yo hice el último gol cuando Federico Vairo pateó un tiro libre con todo y le puse el taco para cubrirme y la pelota entró igual", confía el Gringo y desmiente la leyenda de barrio que contaba que la pelota le había pegado en el culo, en uno de los escasos oasis que iluminan su memoria.
Después de diez años en Central, Pichia emigró a Morelia de México y luego tuvo un fugaz paso por el fútbol canadiense y por el estadounidense, donde volvió y jugó con don Angel Zof, con el que hasta compartieron una parrilla argentina en Filadelfia, como muestran un par de fotos en blanco y negro y cartón gruesísimo.
Así, entre los diez años en Central y los casi 40 en el exterior, a los 74 años Roberto Appicciafuoco es un extraño caso del fútbol en el que un jugador es mucho más recordado por su apellido que su por su carrera misma. Por algo le habrán puesto Pichia. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Roberto Appicciafuocco posa en su casa con una vieja tapa de la revista Mundo Deportivo. | | |