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 domingo, 12 de septiembre de 2004

Panorama político
El escenario peronista

Julio Villalonga (*)

El español Rodrigo de Rato, director-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), fue claro cuando dijo que la negociación de la Argentina con los acreedores privados debía llegar a su fin antes de enero del próximo año.

Ahora bien, desde su fugaz paso por Buenos Aires mucho se ha dicho acerca de cuáles son las razones que De Rato y sus colaboradores tienen para impulsar el reingreso del país al concierto de las naciones que mantienen relaciones normales con el Fondo.

Una de esas razones es la posibilidad de que se vaya dibujando un escenario de confrontación con esos acreedores que ponga al FMI en una situación por demás incómoda.

¿Qué pasa si la Argentina y sus acreedores no se ponen de acuerdo, no cierran la brecha que hoy separa a la oferta de las demandas? Esta es la pregunta que comenzaron a hacerse en las cercanías de De Rato en las últimas semanas. ¿Por qué? Es sencillo: el año próximo Néstor Kirchner estará expuesto a la elección de mitad de mandato, comicios como siempre cruciales para el futuro de un presidente porque determinan si podrá aspirar a un segundo mandato o deberá continuar con una cáscara vacía, con las formas del poder pero sin sus fundamentos.

Alguien instaló en la cabeza de De Rato que la peor de todas las alternativas es que la Argentina no cierre la negociación y que "el peronista" presidente Kirchner se vea tentado a usar ese escollo en medio de una campaña electoral, con el fin de abroquelar a los votantes detrás suyo para enfrentar "a los usureros" de afuera y a sus representantes internos. Una polarización de esa magnitud bien podría suponer la continuidad de la suspensión del acuerdo con el Fondo, mientras la Argentina todavía goza de unas exportaciones importantes en dólares, con un superávit fiscal histórico. En suma, que dispone de suficiente dinero como para que el gobierno no tema mantenerse afuera del sistema financiero internacional. En rigor, afuera o adentro para el país no significa una diferencia mayúscula. Como anticipó el ministro Roberto Lavagna, la Argentina no está ansiosa por volver a pedir créditos. Y es bueno que así sea, porque aunque cierre una negociación exitosa con los acreedores, ya han surgido los llamados de alerta sobre las reales posibilidades de repago de una deuda que, comparada con el PBI, igualmente tendrá un tamaño enorme y exigirá superávit consistentes en las próximas dos décadas.

En suma, que la estrategia de Lavagna de reconocer el ciento por ciento de la deuda que el país tenía con el FMI antes del default, y volcar toda la quita posible a los acreedores privados, puede poner a aquel organismo en el lugar de ser la variable de ajuste de la negociación. Y De Rato ya no descarta que deba hacer un "gesto" de último momento para acortar la distancia que, sin duda, habrá al final de este próximo y crucial trimestre entre el gobierno y los bonistas.

La administración Kirchner, por su parte, abona el terreno para que el Fondo no tenga argumentos propios para quitarle la alfombra a la Argentina y, mientras mantiene un discurso moderado pero duro, no deja de hacer ni uno solo de los deberes fiscales que el organismo ha venido reclamando. Como para decir, en su momento, que hicieron "todo lo que pidieron". Y dejar del lado de los intransigentes a los representantes de los bonistas, al fin y al cabo, dirán, una banda de abogados oportunistas que se quieren quedar con "la parte del león" de las acreencias.

(*)Director periodístico de la revista "Poder"

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