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 domingo, 12 de septiembre de 2004

Interiores: El lugar de la utopía

Jorge Besso

El título es una paradoja que hace mucho ruido ya que representa hablar del lugar de lo que no tiene lugar: utopía es una palabra de la que se hace uso y abuso, para designar un no lugar. Es decir que la "u" de utopía toma la función de un no para significar un no topos, por lo tanto lo que no tiene lugar, lo que lleva a la Real Academia a definirlo como lo que no existe.

A mi modo de ver se trata de un gran apresuramiento de los académicos pensar que lo que no tiene lugar es algo que no existe, ya que con ese criterio a todas luces Dios tampoco existe, en tanto y en cuanto no tiene domicilio declarado, lo cual hace de Dios un sin aloje más que manifiesto dada la infinitud del cielo.

Otra particularidad bastante notable de la palabra utopía es que se trata de una palabra con autor, pues se le atribuye y se le reconoce la autoría a Tomás Moro que vivió entre los siglos XV y XVI, nacido en Londres, y que llegó a consejero de Enrique VIII, el rey inglés que perdió la cabeza por Ana Bolena, lo que lo llevó a forzar a la iglesia a anular su matrimonio con la infanta española Catalina de Aragón, enfrentar al Papa y dar lugar al surgimiento de la iglesia anglicana. Aunque la mencionada iglesia encuentre orígenes que se remontan al siglo III de Gran Bretaña, según las voces anglicanas.

Luego la bella Ana Bolena perdería también la cabeza, pero literalmente (acusada de adulterio) al igual que el propio Tomás Moro, en este caso por no secundar al rey. Ahora bien, en la época que tenía la cabeza donde corresponde escribió un libro llamado "Utopía" con cierta inspiración platónica. Siguiendo las huellas del filósofo griego formuló un estado ideal extendiendo algunas de las ideas de Platón como la comunidad de bienes y la igualdad de hombres y mujeres, sin olvidar que la utópica República finalmente consagraba la sabiduría en el gobierno con la célebre sentencia platónica: o los reyes eran filósofos, o los filósofos reyes.

Moro, respecto de la estructura social de la utopía llevo las cosas más lejos que Platón y eliminó todo tipo de diferencias, jerarquías y clases. Promovió la tolerancia y se opuso a toda persecución por razones de creencias. Pero los que negaban la existencia de Dios y la inmortalidad del alma no tenían cabida en la utopía, es decir estaban fuera de lugar lo que no dejaba de ser una intolerancia.

Lo cierto es que es probable que la irrealización de las utopías hizo que en ella se alojaran los ideales, y de la utopía se extrajo un adjetivo calificativo: lo utópico. Es decir cuando alguien exalta la importancia de los valores, por caso, la igualdad, la verdad, la justicia o la tolerancia se le recuerda que está muy bonito lo que dice, pero sólo para decirlo y nada más, que de eso se trata, y que mientras tanto en esta vida los valores se cacarean pero no se practican, tal cual como hace la iglesia que cada tanto no olvida su misión de recordar a la sociedad de que hay combatir la pobreza.

La sociedad por su parte, como sabe que la iglesia no lo dice en serio, no sólo no combate la pobreza sino que aumenta los pobres. En el sermón final al utópico se le recordará que los únicos valores son en todo caso los cheques, que por algo reciben el nombre de valores. En este caso valores, obviamente, se refiere al dinero como el único valor importante e imperante, eso sí, a condición de que no se reparta.

Llegados a este punto dos cuestiones merecen ser puestas en la mesa de las reflexiones:

* La utopía no es un buen lugar para albergar los ideales.

* La utopía tal vez no merece el lugar de un ideal.

En el primer caso no parece una buena idea poner los ideales en el depósito de lo irrealizable, pues de esta forma no se hace otra cosa que agrandar aún más el abismo entre el cielo y la Tierra, con lo que lo único que se logra de esta manera es que la Tierra en lugar de parecerse al cielo se parezca cada vez más al infierno.

En el segundo caso, tal vez sea importante despojar a la utopía de su aureola de intocable: ese no lugar no debiera estar a salvo de un análisis y una reflexión desmitificadora. En este sentido C. Castoriadis, muy por el contrario, se inclina por una condena radical y completamente justificada de toda utopía, es decir de toda tentativa de definir y fijar la sociedad perfecta. No puede haber una definición semejante. Ninguna reglamentación podrá circunscribir nunca la alteración perpetua de lo real social e histórico.

Es decir que más bien habría que pensar que la utopía no es otra cosa que un ideal de no modificación, por tanto de una estabilidad perfecta, en cierto sentido el ideal perverso y además autoritario de tener todo bajo control. Ya lo han practicado y han fracasado en el intento todo tipo de dictadores a lo largo de la historia. Mientras tanto los amantes de la Tierra nos resistimos al absoluto domiciliado en el cielo, o al absoluto domiciliado en el infierno, y nos sumamos a todos los que practican la reflexión y la tolerancia en una praxis siempre orientada al cambio, y que por lo tanto no idealiza lo invariable.

Por lo demás, como muestra de la imprescindible paciencia que se requiere en nuestro turno en la existencia, seguiremos tolerando a las legiones que por estos pagos saludan con el omnipotente ¿Todo bien? ¿Todo bajo control? Nunca se sabe. Las cosas siempre pueden ser distintas, porque nunca "están atadas y bien atadas" como creyó dejarlas el general Franco que en su desmesura alcanzó el grado de generalísimo, es decir, alguien que porque gobernó con la muerte se creyó capaz de gobernar desde la muerte.

jorge [email protected]

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