Año CXXXVII Nº 48347
La Ciudad
Política
Economía
El Mundo
Opinión
Información Gral
Escenario
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Campo
Educación


suplementos
ediciones anteriores
Salud 31/03
Autos 31/03
Turismo 28/03
Mujer 28/03
Economía 28/03
Señales 28/03


contacto

servicios

Institucional

 sábado, 03 de abril de 2004

Derivación de un enfrentamiento en avenida de Circunvalación
El último viaje de un remisero que la policía mató creyendo que era ladrón
Fabio Lunardelli se ganaba la vida como chofer. Llevó a dos pasajeros que resultaron ser hampones y, tras un presunto intento de robo en Granadero Baigorria, los siguió un patrullero. Se tirotearon y murió baleado

Paola Irurtia / La Capital

"Gorda, prepará la comida que hago este viajecito y vuelvo a almorzar". Fabio Alberto Lunardelli trabajaba en su Renault 18 y por cuenta propia como remisero. El 24 de marzo a las 12.15 le gritó a su esposa desde la vereda de la casa que salía a hacer su primer viaje del día. Llevaba a dos hombres a los que "sólo conocía de vista" y que fueron a buscarlo hasta su casa, como tantos otros vecinos de San Francisquito. Cuarenta minutos después, el chofer debía llevar a una nena a la escuela, un viaje diario que había conseguido pautar desde el comienzo de las clases. Sin embargo, ese trayecto nunca lo pudo hacer. Una hora más tarde moría baleado e identificado como un delincuente de los que enfrentaron a la policía en la avenida de Circunvalación y la autopista Rosario-Santa Fe, tras un asalto frustrado a una distribuidora de Granadero Baigorria.

"Fabio era remisero. Quiero que limpien su nombre. Era remisero, no ladrón", pronuncia con angustia su esposa Sandra en el diálogo que mantuvo con La Capital en su casa cercana al Mercado de Productores, donde vivieron los últimos siete años con sus dos hijas, de 12 y 5 años.

Los dos pasajeros que lo llevaron a la muerte fueron a buscarlo a su casa y lo encontraron de casualidad. "Llegamos del súper con las compras, porque esa noche íbamos a hacer un asado y vi a los dos hombres cruzando la calle", contó Sandra. La mujer entró a la casa y escuchó el saludo de despedida de su esposo desde la vereda. Fabio le advirtió que volvía rápido para comer y llevar a la nenita -su clienta habitual- a la escuela. Y Sandra lo esperó hasta la tarde, hasta que los vecinos le comentaron sobre el tiroteo y las muertes y comprobó que el auto baleado era el Renault 18 de su esposo.

Sandra tiene el pelo largo y rubio y ojos celestes que se nublan mientras habla sin que se le quiebre la voz. Habla firme y con calma. No expresa resentimientos. En el sitio donde su esposo murió le aseguraron que el auto se desvió de la ruta porque el chofer estaba malherido, pero con vida. Dos comerciantes, que fueron testigos del tiroteo, le aseguraron que la policía no llamó inmediatamente a la ambulancia "porque era un ladrón". Esos dos hombres se ofrecieron como testigos si necesitaba corroborarlo en Tribunales.

"Me dijeron que cayó herido sobre el volante mientras el acompañante disparaba contra la policía y el otro salía corriendo", contó Sandra. "Después del tiroteo querían pedir una ambulancia, pero la policía les contestó «para qué, si total era un ladrón más»", reprodujo la mujer.

Un familiar de Lunardelli, que reconoció el cuerpo en el Instituto Médico Legal, contó que el remisero recibió tres disparos en las piernas, tres en los brazos y uno que le atravesó el tórax, le produjo una hemorragia y le provocó la muerte. Nadie le explicó si su atención inmediata podría haber permitido su recuperación.

Sandra y su esposo se conocieron cuando ella tenía 14 años y él 16. Festejaron los 21 años de estar juntos en las últimas vacaciones, que pasaron en Córdoba como los dos últimos años. Estuvieron un tiempo separados, pero volvieron a estar juntos. "Es que era muy mujeriego ...", contó Sandra.

Vivían en una casa que el padre de la mujer recibió como parte de una indemnización por despido y a la que se mudaron unos siete años atrás. Antes, compartían la vivienda con los padres de él. Ninguno de los dos tenía empleo fijo y vivían humildemente con las changas de remisería que surgieron un año atrás, cuando compraron el auto con GNC.

Fabio trabajaba con personas conocidas, del barrio, a quienes les daba su número de celular. Tenía clientes de la parroquia San Francisquito, de la escuela y del dispensario del barrio. Además de los viajes, compraba y vendía ropa de chicos. La familia tenía otro ingreso por el alquiler de una habitación pequeña, en la misma casa, en la que funciona un kiosco.

La hija mayor de los Lunardelli va la escuela San Miguel Arcángel. Después de la muerte de su papá, Sandra la acompañó a clases por temor a la reacción de los compañeros y docentes, pero en el colegio nadie le pidió explicaciones. "Nos conocen desde hace años, saben que Fabio trabajaba, muchas mamás eran clientas de él", contó. La otra nena va a la escuela en el barrio de la abuela, que ayudaba a la familia desde antes de la muerte de Fabio.

La muerte del remisero conmovió a su clientela. Una de las mujeres, que lo conocía desde hace años, aseguró a La Capital que el hombre "odiaba a los ladrones". "Lo único que hacía eran viajes. Nunca se metió en nada", contó Marcela, que aún recordaba anécdotas de situaciones oscuras en las que el hombre se había negado a trasladar pasajeros por desconfianza. "Era único hijo y siempre pensaba en que su mamá se moriría del disgusto si hacía algo inapropiado", aseguró.

La investigación que incluye la muerte de Lunardelli está a cargo del juez de Instrucción Nº3, Luis María Caterina. Esta semana, su esposa se presentó con una abogada para acceder al expediente y encontrar las respuestas a su única inquietud: que su esposo quede en el recuerdo de todos como un trabajador, con su "nombre limpio".

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Una de las últimas fotos de Fabio junto a su familia.

Notas Relacionadas
Un robo fallido, una corta persecución y un tiroteo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados