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 sábado, 03 de abril de 2004

Educación y exclusión. Una historia de vida basada en la voluntad por aprender
La fórmula de Leandro: esfuerzo y amor por los libros
Tiene 19 años, desde siempre quiso ser escritor. Para sostener sus estudios en Letras junta cartones

Marcela Isaías / La Capital

Cuando Leandro estaba en la escuela primaria ya sabía que quería ser escritor. Al menos le gustaba escribir y también dibujar historietas. Ahora tiene 19 años y cursa el segundo año de la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Leandro Coronel es uno de los pocos jóvenes que logró cruzar la frontera de la exclusión que genera la pobreza. Sabe que sólo un 18 por ciento de la población estudiantil llega al nivel universitario en la Argentina, y que dentro de ese porcentaje muy pocos, pero muy pocos, son de hogares muy pobres. Esta es su historia.

Leandro Coronel vive en el barrio Santa Lucía de Rosario, ubicado en Riobamba al 7500, muy cerca de Circunvalación y Pellegrini. Vive con sus padres y sus siete hermanos (que tienen entre 9 y 25 años), todos en la misma casa, "que ahora estamos agrandando", destaca en su relato. De entrada supo que ir a la facultad no era nada sencillo: "Me lo dijeron todos, y es así, hay que poner mucha voluntad y esfuerzo", dice aceptando el desafío. La diferencia entre Leandro y el poco más del 80 por ciento de los estudiantes que cursan una carrera universitaria es que proviene de un hogar muy pobre.

¿Cómo se sostiene en el estudio? Toma aire, levanta la mirada y cuenta: "En los días que no tengo clases junto cartones. Al finalizar la semana los vendo en una compraventa. Con lo que gano me pago la tarjeta para el colectivo y dejo algo para los apuntes". Lo que gana son cinco pesos a la semana. Está claro que no es suficiente. Por eso a veces recurre -a pesar de la inseguridad que le representa- a viajar en bicicleta y en última instancia a pedirle a sus padres.

Para juntar cartones recorre con un carro un circuito de unas 20 cuadras del barrio Fonavi cercano a su casa. El recorrido es suficiente como para advertir que la pobreza no es sólo una cifra. "Son muchos los que salen, son muchos los chicos que no están en la escuela para hacer este trabajo, y a veces me da apuro sacarles los cartones, porque yo los uso para estudiar y ellos para comer", confiesa Leandro.

La reflexión es fuerte. Cuando se le pregunta si no cree que educarse también es una necesidad básica, sin vueltas responde: "Sí, claro, pero si primero no comés no vivís". Y es cierto que en la Argentina los índices de pobreza relacionados con la población escolar alarman: el último informe sobre "La situación de la infancia en la Argentina", realizado por Save the Children, advierte que "la población infantil en situación de pobreza es el 48,2 por ciento del total" y alerta sobre la pertinencia de la frase acuñada en los últimos tiempos: "Casi la mitad de los niños son pobres; casi la mitad de los pobres son niños".

"En mi casa siempre estuvo clara la idea de que o se trabajaba en lo que fuera o se estudiaba, no había lugar para no hacer nada, somos mucho para eso", cuenta Leandro comentando cómo es su relación con la familia y los estudios. Su padres y hermanos mayores trabajan de jornaleros en el Mercado Central. Los hermanos más chicos van a la escuela, aunque cuando es época de vacaciones, Marcos, de 11, lo suele acompañar en los recorridos. El no pierde la esperanza de conseguir un trabajo más estable que le permita seguir estudiando en la universidad. "Es difícil lograr todo, además porque lo veo en mis compañeros, los que trabajan muchas horas al día terminan dejando a mitad de año, o les cuesta mucho sostenerse. Por lo general, los que siguen es porque pueden ser ayudados por sus familias o tienen un trabajo que no les impide ir a clases", comenta al respecto.


La universidad
"La mayoría llega a la facultad por la literatura, también porque quieren ser escritores y profesores en letras. Ese es mi caso", dice el joven que no se anima a mostrar sus escritos (poemas y algún que otro cuento). Asegura que le gusta "la literatura europea, en especial la española, sobre todo Antonio Machado". Es que lo conoció justamente dando clases en el primer año de la carrera.

También menciona a los que "prefiere todo el mundo: Borges, por ejemplo". Y cita a los "autores pocos conocidos, los que escriben en revistas no tan famosas -más bien underground- , o bien la de los chicos de la calle (como "El ángel de lata"). Además de ser un medio de expresión, Leandro está convencido de que la literatura es "un lugar productivo", sobre todo para los que menos tienen.

El año pasado la facultad le otorgó una beca para estudiar, pero este año la perdió por no haber rendido a tiempo todas las materias. Debe dos del primer año, que ahora está recursando junto a las de segundo. "Me resulta difícil conseguir el tiempo suficiente para estudiar tranquillo o sin pensar en la plata", agrega.

"Soy consciente de que no todos los chicos llegan a la universidad. También que sostenerse en los estudios no es fácil. Por eso me da mucha bronca cuando se dice muy ligeramente que los jóvenes no quieren estudiar".

Ser pobre y estudiar en la Argentina quizás no sea una novedad. Sí lo es sostener una vocación desde chico. "La pobreza no es una virtud ni un defecto, sino un problema del que hay que tomar conciencia. De nada vale sentarse en la casa y lamentarse por ella, hay que tomar conciencia", dice Leandro sobre una situación que bien conoce.

Para él la escuela cumple un rol esencial para romper este círculo: "Te enseña pero también te contiene", afirma como para dar crédito a lo que los especialistas en educación señalan hace rato: "Los adolescentes que no están en el sistema -en la Argentina llegan al medio millón entre quienes tienen 15 y 17 años -están condenados a la marginación" (Unicef de Argentina y Educación nacional).

Leandro es tímido, más bien apocado y muestra un carácter muy sereno. Tiene el pelo crespo y muy negro. Alguna vez, cuando era chico, eso le valía que lo estigmatizaran como "negrito y pobre". "Sólo en la primaria me sentí discriminado, con el tiempo no le di importancia y ahora en la facultad me siento muy bien tratado", cuenta.

Recién al final, cuando la charla está terminando, mientras se define como un admirador de Fontanarrosa, saca unos dibujos. Son historietas hechas con birome y algo de color, es su otra pasión. "No soy un superhéroe, más bien soy débil de carácter, pero lo que me gusta lo defiendo", y en eso cuenta para Leandro su permanencia en la universidad.

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"La pobreza no es una virtud ni un defecto, sino un problema social".

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