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 sábado, 11 de octubre de 2003

Editorial
El Nobel de la Paz

La designación de la iraní Shirin Ebadi como Nobel de la Paz 2003 tiene un profundo significado para el mundo musulmán y especialmente para los iraníes. No es casual que el Comité Noruego haya dejado de lado a candidatos de la talla del Papa Juan Pablo II o del ex presidente checo Vaclav Havel. El aval a esta abogada, defensora de los derechos de la mujer y de los niños, es una clara señal de apoyo a las transformaciones que lentamente se están produciendo en el país persa, donde hoy la democracia es condicionada y la libertad de expresión sufre serios embates.

La flamante Nobel sabe muy bien de estas cosas, ya que cuando en 1979 triunfó la revolución, debió dejar su cargo de juez, incompatible con el fanatismo religioso que reduce a las mujeres a un rol absolutamente mínimo y secundario en la sociedad.

Ebadi es la primera mujer musulmana en ganar el Nobel de la Paz y, en realidad, es la decimoprimera mujer en obtener el galardón desde su creación, en 1901.

A pocas horas del anuncio, que se hizo ayer a la mañana, la reacción en todo el mundo democrático fue de gran algarabía. El gobierno de Irán, como era de esperar, reaccionó con cautela. Sabe que este premio a una connacional, luchadora por la democracia, es un inequívoco mensaje a todo el mundo islámico para alentar reformas políticas. Los noruegos conocen perfectamente el impacto del premio y los cambios que puede operar.

En 1980 la Argentina de la más sangrienta dictadura que supo la historia de este país estaba repleta de campos clandestinos de detención, miles de personas habían desaparecido y otras miles debieron exiliarse. No había libertad de prensa y las urnas estaban bien guardadas. Fue en ese momento que el Comité Noruego eligió a un entonces desconocido Adolfo Pérez Esquivel como Nobel de la Paz por su defensa de los derechos humanos. En poco más de tres años desde el galardón a Pérez Esquivel la Argentina recuperaba su democracia que, con problemas e imperfecciones, perdura dos décadas después.

Tal vez la apuesta del Comité Noruego tenga la misma intención: alentar el proceso de verdadera democratización de la socidad iraní y empujar desde allí reformas y cambios políticos en lo que en algún momento de la historia fue una de las más grandes civilizaciones de la humanidad, pero que hoy ostenta falta de libertades incompatibles con el mundo moderno.

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