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 sábado, 11 de octubre de 2003

Por la ciudad
El poder de la Iglesia santafesina

Adrián Gerber / La Capital

Esta fue una semana llena de sorpresas. Una semana donde los hombres más poderosos de la Iglesia Católica santafesina se adueñaron del centro de la escena, demostrando su influyente poder sobre el gobierno provincial y su particular visión de la realidad del país. Una semana que podría resumirse en dos frases, de las tantas que se difundieron públicamente, que siguen retumbando en el ambiente.

"Soy un católico sumiso a los obispos". Esta afirmación, que parece extraída de una biblioteca del Medioevo, fue la que eligió el miércoles pasado el flamante ministro de Educación santafesino, Julio Zapata, para presentarse en sociedad. Así que si había dudas sobre los motivos del alejamiento de Daniel Germano de ese cargo, éstas quedaron despejadas con las primeras declaraciones del nuevo funcionario. Uno hubiera esperado una frase, aunque sea para que aplauda la tribuna, sobre que va a trabajar por una educación de calidad para todos, sin distinción de escuelas públicas y particulares. Pero no, Zapata prefirió además dejar "bien en claro" que es "un defensor de la enseñanza privada".

La renuncia de Germano desnuda en toda su dimensión la estrepitosa derrota que sufrió en la pulseada que mantuvo con los colegios particulares, que en su gran mayoría son confesionales, por el recorte de los subsidios que reciben del Estado.

Reutemann fue quien le dio el guiño a Germano para avanzar en esta política que fija las cuotas de los establecimientos privados en relación al aporte oficial que perciben. Y es el mismo Reutemann quien ahora da marcha atrás en esta decisión bajándole el pulgar a su funcionario y mostrando cuán permeable es a la presión de la cúpula de la Iglesia (en las últimas semanas mantuvo varias reuniones con obispos de Santa Fe).

Esta crisis desatada en Educación a 60 días del cambio de gobierno es una muestra palmaria de la falta de políticas coherentes que tuvo Reutemann en esta área. Lo único que cosechó fueron tres fracasos consecutivos: primero nombró como ministro a Gualberto Venesia, quien insólitamente estrenó el cargo negándose a posar en una foto junto al monumento a Sarmiento; luego llegó Alejandro Rébola, que estuvo más de un año en el ministerio pero nunca logró contar con el total respaldo del gobernador; y en su reemplazo asumió Germano. Ahora el ministerio termina sin políticas y virtualmente a la deriva.

Pero este brusco cambio de gabinete también confirma el influyente poder que ejerce en esta provincia la Iglesia Católica no sólo en lo que atañe al sector privado de la educación, sino a la toma de decisiones que conciernen al sistema en su conjunto. Un claro ejemplo es que sigue sin implementarse en las escuelas públicas y particulares de la provincia un programa de educación sexual, pese a que existe una ley que lo establece.

En un reciente estudio comparativo de las provincias realizado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, se señala que en Santa Fe llama la atención "el alto porcentaje de gasto destinado al sector privado, que supera en aproximadamente 10 puntos porcentuales a la media regional y nacional". También advierte que el Servicio de Enseñanza Privada del Estado provincial funciona como un pequeño ministerio aparte que gestiona y administra, con sus propias reglas, sus escuelas. Es como un enclave dentro del ministerio.

Es así que por casi 40 años los responsables del Servicio de Enseñanza Privada fueron bendecidos por la curia o directamente fueron curas. Tras la caída hace un año del arzobispo santafesino Edgardo Storni, procesado por abuso sexual agravado y coacción, hubo un intento por cambiar esta situación. Pero esta semana todo volvió a su lugar cuando la Iglesia terminó ungiendo al nuevo ministro. Habrá que ver qué hace Jorge Obeid cuando asuma el 10 de diciembre.

"El gobierno nacional tiene que enterrar el pasado y darle de comer a la gente. Es peligroso estar entreteniendo". La declaración de tinte político que realizó el martes pasado el padre Ignacio Peries durante la festividad de la Virgen del Rosario sorprendió a todo el mundo. Y más si se tiene en cuenta que no se recuerda ni una sola frase crítica del cura de Sri Lanka hacia el gobierno de Carlos Menem, ni por los altos índices de desocupación y pobreza, ni por el festival de hechos de corrupción.

Pero también esta declaración en boca de un cura que indudablemente tiene un enorme poder de convocatoria por sus supuestas sanaciones es al menos inquietante. ¿Qué quiso decir con enterrar el pasado? Porque una cosa es arrepentirse o perdonar, pero otra es sepultar la verdad, algo inviable en una sociedad que pretende tener presente y futuro dignos. ¿Qué quiso decir con enterrar el pasado? ¿Se refirió a que las Abuelas de Plaza de Mayo abandonen la búsqueda de sus nietos robados o habrá querido decir que las madres de los desaparecidos dejen de averiguar qué pasó con sus hijos?

¿Y por qué plantea un falso dilema? ¿Qué tiene que ver enterrar o desenterrar el pasado con darle trabajo o de comer a la gente? ¿Qué quiso decir el padre Ignacio? No estaría de más que lo explicara públicamente para que nadie saque erróneas interpretaciones.

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