José M. Petunchi / Ovación
El poster de Michael Jordan en tamaño natural, que reposa detrás de la puerta oficia como bienvenida y parece estorbar en un living decorado solamente por fotos familiares, sin connotaciones sobre el deporte. La imagen parece sacada de contexto en una casa que está en remodelaciones y por la que transitan con naturalidad albañiles y carpinteros sin reparar en que se trata del hogar que cobijó durante años a uno de los deportistas argentinos más encumbrados del momento. El sol del mediodía ingresa por el ventanal del living en el pasaje Vergara 14, donde Jorge (62) no se cansa de hablar de su hijo menor Emanuel, antes de que Raquel Maccari (57) se sume al diálogo. La casa, sin grandes estridencias, es un típico hogar de clase media a unas pocas cuadras de la plaza de una ciudad que sufre, vibra y disfruta del show más impactante que puede ofrecer el deporte por estos días, las finales de la NBA de la mano de su hijo dilecto: Emanuel David Ginóbili. Manu, la figura del momento, es uno de los tres hijos del matrimonio compuesto por Jorge y Raquel, que reboza de orgullo por la satisfacción que les da el "nene" de la familia. La vida cansina de una ciudad grande pero con muchos matices de pueblo hace de colchón para que la familia Ginóbili no quede presa de la vorágine que determina tener un hijo en la catedral del básquet mundial. De no ser porque sus vecinos y amigos, y todos los medios de comunicación se empeñan en remarcárselo, ellos lo viven con tranquilidad, aunque con la ansiedad lógica de cualquier padre. "Manu me ha colmado todas las expectativas. Y que sea un referente del básquet es una satisfacción enorme, porque veo que esto le está dando mucho más auge al deporte", recalca Jorge Ginóbili, quien jugó 25 años al básquet en Bahía, en la época en que todo era a pulmón, los estadios eran abiertos y los pisos de cemento. "Lo que está haciendo Manu es un sueño para todo la familia y especialmente para él", agrega en diálogo con Ovacion, como si hiciese falta. Jorge no quiere entrar en comparaciones, pero esta sensación que causó la figura rutilante de su hijo en el básquet más competitivo del mundo, le recuerda al boom que tuvo el tenis con la aparición de Guillermo Vilas. "No sé si en la misma dimensión, pero esto me hace acordar a la explosión que tuvo ese deporte con la aparición de Vilas", exageró Yuyo, el apodo que supo acuñar en sus tiempos dorados de jugador en la selección de su ciudad, pese a que nunca, según dice, los indujo a practicar este deporte. Jorge, el papá de Manu, dedicó toda su vida al básquet, primero como jugador y ahora como dirigente en Bahiense del Norte, el club que está a 80 metros de su casa y donde sus tres hijos (Leandro de 33 años, Sebastián de 31 y Manu de 25) fueron forjando sus sueños y asomaron en el profesionalismo. "Terminaban la escuela y se iban a jugar al club", recuerda Jorge. "Pasaban más tiempo ahí que en casa", reseña Raquel, con un dejo de nostalgia, cuando se prende con la charla avanzada luego de visitar a una prima en el hospital. Como es lógico, al padre le resulta complejo hablar de las bondades del hijo. "Mucha gente me dice vos te das cuenta de lo que hizo, de lo que logró. Yo me doy cuenta, pero no tengo el mismo asombro que puede tener una persona que no conoce a los chicos. Yo lo ví crecer y fue viendo como evolucionaba en su juego. Por eso no me sorprende este presente". Manu logró todas las metas que se fue poniendo a medida que avanzaba su meteórica carrera. "Esa es una de sus mayores virtudes. Es muy perseverante y cuando se le pone algo en la cabeza busca la forma de llegar. Es muy competitivo, siempre miraba lo que hacía el hermano mayor. Desde la escuela hasta en el deporte, siempre quería superarlo", cuenta Jorge. Desde muy chiquito Manu mostró su entusiasmo por este deporte. A los 7 años ya ocupaba buena parte de sus tardes haciendo picar la pelota en el club Bahiense del Norte. Todo marchaba bien para los Ginóbili hasta que el Huevo Oscar Sánchez, un amigo de la familia y entrenador de Andino por entonces, fue a buscar a Manu para llevárselo a La Rioja. "Al principio la madre no quiso saber nada, pero entre los dos la convencimos", rememora con humor papá Jorge, al tiempo que mamá Raquel se ríe con ganas cuando recuerda aquella situación. Sin embargo, y luego de dar el okey, cuando estaban llegando a La Rioja Raquel jugó sus últimas fichas. El paisaje era agreste, medio hinóspito y desolador antes de llegar, entonces la madre empezó a hacerle la cabeza para que se arrepintiera: "Mirá lo que es esto, no hay nada para hacer", exclamaba apelando a todo, en el afán de convencerlo para que revirtiera su elección. Pero era tarde, Emanuel ya había escogido el camino que quería transitar. De ahí en adelante su derrotero no tuvo descanso. En su primer año en Andino fue la revelación de la Liga y mostró que no tenía techo. Los problemas en La Rioja hicieron que se volviera a Bahía Blanca. Apareció Estudiantes en escena, y en su tierra natal, muy cerca de los suyos, llegó su explosión. En el segundo año en Estudiantes, ya en compañía de su hermano Sebastián, fue el goleador y la figura del equipo con apenas 19 años y eso lo llevó a ser convocado para el Sub 22 que jugó el Mundial de Australia. En Melbourne, lo vieron los italianos y se lo llevaron al Reggio Calabria, que ese año ascendió a primera. Después deslumbró a todo Europa en el Bologna hasta que apareció en escena San Antonio Spurs y no lo pensó ni un segundo. Se decidió y hoy disfruta de esta experiencia única que es jugar en la NBA, que lo tiene como uno de los protagonistas de la final.
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