Año CXXXVI
 Nº 49.865
Rosario,
sábado  07 de
junio de 2003
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En Venado Tuerto reinaron la bronca y la sorpresa

Ni el más pesimista de los parroquianos que inundaron los bares y café de Venado Tuerto se imaginó el desenlace del partido librado entre el hijo dilecto de la ciudad, Guillermo Coria, y el holandés Martín Verkerk por la semifinal del prestigioso circuito tenístico de Roland Garros. La bronca fue el denominador común de los venadenses que ayer alteraron la rutina de sus días para ver en acción al Mago. Pese a todo un cerrado aplauso canceló las aspiraciones del venadense cuando saludó al público parisino, decididamente de su parte.
En los bares el clima de optimismo dominaba la escena y el nerviosismo dio paso a la esperanza cuando el primer raquetazo inauguró la semifinal de Roland Garros. Con dientes apretados los venadenses observaban el partido que desde un principio amenazaba con ser parejo, hecho que finalmente quedó cristalizado en el resultado aunque no en el trámite.
Ni siquiera la cábala de uno de los conocidos de Coria pudo atemperar a la tromba holandesa. "Siempre me pido dos café al mismo tiempo y la verdad es que como cábala siempre funcionó; bah siempre hasta hoy", confió un admirador del venadense.
Guillermo Coria es junto al legendario Marcos Ciani, dos de los personajes más queridos de la ciudad y según una encuesta realizada por este diario tiempo atrás, son los ídolos deportivos por excelencia.
Curiosamente ambos son oriundos de Rufino, a unos 100 kilómetros de Venado Tuerto, pero adoptaron esta ciudad como propia y acá formaron su destino deportivo. "Guillermo es nuestro", dicen con convicción los orgullosos venadenses que ven al Mago como el mejor embajador ante el mundo.
Quizás por ello es que las expectativas estaban puestas en el joven Coria. Todo parecía un trámite, al menos para los venadenses, que culminaría con la derrota del ignoto holandés Verkerk y con el ansiado pase a la final del torneo. Sin embargo el resultado fue el inesperado.
A nadie se le ocurría pensar que el Mago podía quedar fuera de juego ante el holandés y quizás por eso se sintió mucho la derrota, la inapelable derrota. La cara de los parroquianos se veía desdibujar a medida que avanzaban los minutos y sobre el final nadie discutió el triunfo del gigante Verkerk.
Esta vez el Mago no pudo sacar de la galera el prestigio ganado a fuerza de coraje y calidad y sucumbió ante un rival que a prima facie parecía más lento en el juego. Los contrastes eran más que elocuente. El metro noventa del holandés, desparramados en noventa kilos, parecía una ventaja en el rápido polvo de ladrillo de Roland Garros.
"No se puede creer como saca este tipo (en alusión al holandés), tenés que ser un mago de verdad para poder devolver esos raquetazos", dijo un parroquiano que observaba preocupado el partido. El cenicero daba cuenta de los nervios del hombre.
Precisamente en eso estuvo la diferencia con Verkerk, en los saques. Algo imposible para el Mago, al menos en la mañana de ayer.


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