Mauricio Tallone / La Capital
El aplauso obró de caricia tenue y conmovedora. Cuando a las 16.25 su espigada silueta asomó por el túnel del Gigante de Arroyito, un canto con rima a reconocimiento se posó en el anestesiado paso de Edgardo Bauza hacia el banco de suplentes visitante. Como esas zancadillas que de tanto en tanto suele pegar el destino, esta vez el Patón fue un intruso en su propia casa. Por eso optó por no tirarle sal a las fibras más íntimas de sus sentimientos y descansó su mirada en el piso para transitar la tarde. Como el actual técnico de Colón sabía que la cita de ayer no se le planteaba como una anécdota sin relieve, atinó a levantar la vista para fundirse en un abrazo con Miguel Angel Russo y mientras jugaba a no sentir se dejó envolver por la sensiblería de esos hinchas que conoce como nadie. Empezó viendo el partido sentado y lo terminó observando casi en la misma posición. Secundado por su inseparable amigo José Di Leo (ayudante de campo), empuñó el atado de cigarrillos y uno a uno los pitó casi ininterrumpidamente. Apenas si movilizó su humanidad para tomar un sorbo de agua y presionar la botella para que le absorbiera la transpiración. A los 12 minutos salió por primera y única vez del banco. Pisó el límite de lo permitido para darle una indicación a Ariel Pereyra luego de que la avivada de Gonzalo Belloso transformara al Huevo Toresani en el goleador sabalero. Como lo dictó su conciencia, ni se inmutó ante el festejo del resto de los suplentes. Lo suyo se murió en la instancia de tragar un poco de saliva y murmurarle al oído algunas palabras al Camello. "No salí nunca del banco porque al equipo lo vi bien durante todo el partido. Estuve tranquilo, no necesité dar muchas indicaciones", fue la gambeta que se animó a tirar para no quedar en posición adelantada con la situación. Cuando cayeron las cortinas del primer tiempo, enfiló con las manos en los bolsillos hacia el vestuario y dejó que se lo deglutiera la manga. Cuando se reanudaron las acciones, siguió internado en su laberinto y susurrando lo que nunca tendrá explicación. Ni siquiera gastó energías para agarrarse la cabeza por el penal inventado que el árbitro Gustavo Bassi le cobró a su equipo. "Desde la posición que estoy en el banco lo único que vi es que se cayó el Chelito Delgado. Algunos de los muchachos de la televisión me dijeron que no había sido penal, pero sinceramente no lo vi", cuidó hasta el mínimo detalle y declaró lo que el hincha de Central quería escuchar de su boca. Mientras se consumían los últimos minutos y Colón se acomodaba al empate, respiró hondo, camufló la tortura que le resultó estar sentado durante los noventa minutos en un sitio que nunca pensó que iba a conocer, y preparó el discurso para cuando lo abordaran en el vestuario. "Creo que el hincha de Central sabe muy bien lo que significa para mí este club. Además con todo lo que le di como jugador y técnico no necesito demostrarle nada a nadie. Simplemente hoy me toca trabajar en Colón y voy a querer ganar todos los partidos, así sea un equipo formado por mis hijos y mi vieja". Se sinceró un Patón en estado de máxima pureza, auténtico desde la legitimidad que le concedió el conocimiento. Por más que ayer se haya llevado de su propia casa un empate que al hincha de Central le molestó.
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