Sergio Faletto / La Capital
Los canallas llegaron al Gigante para demostrar que el golpe recibido en Liniers no había dinamitado el estado de ánimo. Que la confianza estaba intacta. Que la derrota provocó el dolor lógico pero que no desató ningún drama. Y ahí estaban otra vez. Marcando una importante presencia haciendo caso omiso a la televisación del partido para Rosario. Y recibieron al equipo con el cotillón habitual. Renovando la férrea actitud para respaldar a sus jugadores en una lucha sin pausas. Ratificando el reconocimiento también a los hombres de Colón que nacieron en Central. Por eso aplaudieron a Bauza, Tombolini y Belloso. Aunque cuando la pelota se puso en movimiento las cortesías de protocolo quedaron en el previa. Ya con el encuentro en marcha las sensaciones se hicieron notorias. La primera jugada de riesgo fue sabalera, pero Carignano la dilapidó y el alivio recorrió los cuerpos centralistas. Ya allí percibieron ese feo cosquilleo que anunciaba otra tarde difícil. Originado en el funcionamiento de su conjunto que volvió a arrancar errático y desordenado. Pero quisieron convencerse de que se trató de una jugada aislada. Por eso alentaron sin cesar. Con el firme objetivo de empujar a los hombres de Russo hacia el arco de Tombolini. Pero la concentración popular se tropezó con la distracción de sus jugadores. Y padecieron un gol surgido desde la viveza de los visitantes. Silencio. Murmullo. Insultos arrojados al viento. Y una vez más el aliento para reparar la fe. Central fue una y otra vez, pero por los caminos equivocados, aunque desde afuera muchos coincidían en señalar la hoja de ruta correcta. Lectura acertada que se corporizó en el grito de muchos plateístas que le reclamaban a sus futbolistas que buscaran el juego por abajo y no a través de anunciados e intrascendentes pelotazos. Pero el colmo de los canallas fue la actuación de otro canalla. Porque Tombolini sacó dos pelotas de gol que sacó de quicio a un viejo centralista que vociferó: "Aplaudánlo ahora, aplaudánlo". Como si el reconocimiento previo debiera invalidar la lealtad de un arquero a su trabajo. Los estados anímicos fueron trocando hasta que la euforia y el desahogo elaboraron una combinación a partir de un penal que fabricó el árbitro y que Petaco transformó en gol. Renació la ilusión. Que amagó con instalarse en cada ataque canalla. Pero que se desvaneció en cada atajada de Tombo y en cada desacierto en la definición. Hasta esfumarse con la culminación del juego. La gente de Central estuvo una vez más. Se fue otra vez con enojo. Lamentando los dos puntos perdidos. Con la preocupación por lo que no fue. Y con la esperanza de que el equipo vuelva a ser.
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