Beatriz Lecumberri
Um Qasr, sur de Irak. - En la carretera entre Um Qasr y Basora, ocho iraquíes lloran junto a un ataúd vacío y una fosa cavada en la banquina. En su interior, yace el cadáver descompuesto de Basem Abdu Zarah, muerto hace diez días a manos de soldados británicos y recuperado finalmente ayer por su familia para ser enterrado dignamente. "¿Qué culpa tenía mi pobre hijo?", solloza desesperado su padre, ya anciano, sentado impotente al borde la carretera. El tercer día de la ofensiva en Irak, Bassen y otras diez personas circulaban por esta carretera en dirección a Basora, 55 km al norte de Um Qasr, donde vivían. Todos ellos creían que más al norte estarían seguros. "Nos dispararon soldados británicos. Primero contra el auto y después, cuando todos salimos del vehículo con las manos en alto, siguieron atacándonos con metralletas", recuerda Hassem Farah, uno de los ocupantes de la camioneta, que recibió un disparo en la pierna y acudió a recuperar el cadáver de su amigo. Efectivamente, la carretera vecina está sembrada de cartuchos que dan fe de la violencia del ataque. La camioneta estalló y quedó reducida a cenizas. Además de Bassen, el conductor recibió un disparo mortal y falleció horas después en el hospital de Um Qasr, donde también fueron internados varios de los heridos, entre ellos una niña de 10 años. Al lado de la camioneta se encuentran también los restos de un camión calcinado. En su interior, reposan todavía los esqueletos de dos personas, que según los presentes murieron acribillados antes de que su vehículo explotara. En Um Qasr no saben decir quiénes son y nadie fue a reclamar sus restos. Ante la imposibilidad de celebrar un funeral en medio de los combates, Bassen fue enterrado improvisadamente en el lugar en que murió. Sólo ayer su familia pudo venir a buscar sus restos. Sorprendidos por la escena, algunos autos se detienen en la carretera, pero los ocho hombres les instan a seguir su camino por miedo a ser de nuevo blanco de disparos. Minutos después, un soldado británico desciende de un blindado y pregunta qué están escondiendo en aquella fosa. Cuando descubre la verdad, se esfuma cabizbajo. "Estaba claro que no eran militares, ¿por qué los mataron?", insisten los iraquíes mientras siguen excavando, primero con palas, después con las manos, en busca del cadáver de Bassen. Conforme su trabajo avanza, el olor se torna insoportable y necesitan ponerse perfume en la nariz y taparse el rostro para no vomitar. El cadáver de Bassen aparece, ya irreconocible, y sus amigos lo recuperan con la ayuda de cuerdas. Los hombres se arrodillan y lloran. Un niño que ha acompañado el siniestro cortejo contempla mudo la escena desde el interior del vehículo. "Este pueblo no necesitaba esta guerra. Estábamos mejor sin ellos", repiten los hombres antes de acomodar el cuerpo, envuelto en un plástico, en un ataúd de madera y subirlo al techo del auto. "¡Tenía 30 años, hacía sólo cuatro meses que se había casado. Eramos todos tan felices!", recuerda el padre antes de abandonar el lugar. (AFP)
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