Año CXXXV
 Nº 49.581
Rosario,
domingo  25 de
agosto de 2002
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Banderas rojas y negras en el corazón de Avellaneda

Fernando Gabrich / La Capital

La música que sale de una de las tantas Trafics estacionadas en las inmediaciones del estadio le pone el clima ideal. "Banderas rojas y negras en mi corazón", canta el Indio Solari y su voz se mezcla con la de los hinchas. La ilusión mueve. Y ahí están ellos, los hinchas de Newell's. Embanderados en un sueño y gritando por estar ahí arriba. Como en las mejores viejas épocas.
El sol cae desplomado detrás de la estación Avellaneda. La gente invade las inmediaciones de la Doble Visera. Miles de hinchas leprosos caminan por sus calles, se mezclan con otros tantos miles de Independiente. Los une una amistad y también el orgullo de pelear por el liderazgo del Apertura. Se saludan, se abrazan y cada uno va hacia su sector a alentar. Como en las mejores viejas épocas.
Aparecen como hormigas en la enorme tribuna visitante. La reserva ya está ganada y a ellos no les importa. Esperan el partido de primera. La noche comienza a ser cálida, el reloj marca las 21 y el clima se asemeja a un infierno. Gritos, cantos, papelitos que vuelan. Mucha euforia y un ambiente realmente infernal, especialmente a la hora que el equipo de Gallego pisa el campo de juego. Dos hinchadas unidas por la misma ilusión. Sequeira da el pitazo inicial y los nervios invaden a cada uno de los espectadores. Pero la euforia no se detiene. Ahí siguen los rojinegros, alentando y sintiéndose locales. Y ahí siguen los de Avellaneda, enfervorizados y movilizados por un equipo que les permite soñar en grande.
Cantan los hinchas rojinegros. Cantan por su Newell's y en contra de Central. "De la mano del Flaco se van a la B para nunca más volver", exclaman hasta ponerse disfónicos. También se acuerdan del clásico y la euforia aumenta. Y se unen con los de enfrente en su solo grito que se hace un clamor: "Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta, es de Racing y Central".
El éxtasis total llegó con el gol de Rosales. La vaselina del delantero de Villa María desató la locura en la tribuna rojinegra. Hasta que llegó el baldazo de agua fría cuando falló Passet y Domínguez puso el 1 a 1. Pasaron los minutos y la muchedumbre leprosa contagió a sus jugadores con el aliento. El tiro en el palo de Serrizuela en el último segundo desató el griterío rojinegro. Aplausos y otra vez los cantos para Central y el clásico que viene cerraron una noche infernal.


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