Oscar Blando (*)
Existen sobradas razones para la queja y el malestar ciudadano sobre cómo se desarrolla la vida política argentina. Es legítimo el rechazo popular por las denuncias de corrupción en la política y el repudio a los sucesivos incumplimientos de los mandatos electorales. Sin embargo, en este escenario legítimamente crítico se ha colado el discurso de la antipolítica, es decir, de quienes no son ajenos ni son víctimas de la situación política, económica y social en la que nos encontramos. Por el contrario, han sido y son protagonistas fundamentales y en gran medida responsables de lo que nos pasa. Los mismos que produjeron la crisis, los que aumentaron la pobreza a niveles insostenibles, los que no solucionan el déficit fiscal ni atraen inversiones, los que hacen subir el riesgo país: esos nuevamente ofrecen "la solución" y muchos de ellos se trasladan sin mediaciones desde sus empresas y "fundaciones" a los salones ministeriales sin pasar por los partidos políticos que denigran y marginando al Congreso que califican de "lento e ineficaz". Son los que ahora simplifican el problema con el pretexto del costo de la política. Sin dudas, deberá hacerse más transparente la política, pero también deberán transparentarse los mercados: ¿no es hora de que aporten su "cuota de sacrificio" al igual que empleados públicos y jubilados, y paguen impuestos y corran riesgos como en cualquier país capitalista? Este nuevo avance neoconservador contra la política parece peligroso porque en Argentina esta prédica ha tenido una clara orientación autoritaria predecesora de tentativas conspirativas y golpes de mercado. Pero la disputa emprendida por algunos políticos compitiendo para ver quién presenta el proyecto de ajuste más audaz, nos parece absurda y -en tiempos electorales- oportunista y demagógica. Sobre el descontento popular, el discurso antipolítico propugna que el ciudadano anule su voto, lo haga en blanco o se abstenga de ir al cuarto oscuro. Han repetido que nada justifica ir a votar ya que todos los candidatos son lo mismo. Por lo menos en Rosario, esto es falso: hay innumerables candidatos a concejal (favorecidos por la impresentable ley de lemas), hombres de partido y quienes provienen de otros ámbitos, desde periodistas y deportistas hasta veterinarios y travestis. También se ha dicho que ir a votar no sirve, que en definitiva nada cambia. Por el contrario, la abstención y la renuncia a elegir perpetúa al statu quo y es funcional a quienes se dice combatir. Tampoco resulta cierta la campaña que insta a anular el voto porque hacerlo positivamente o en blanco, dicen, significa contribuir al sostenimiento de partidos que rechazan. Desde estas mismas columnas, Iván Cullen demostró que ello en realidad incide en un mayor "aporte permanente" para los partidos políticos que participan de una elección. Renunciar al sufragio supone renunciar a la memoria y lo que significó para los argentinos la lucha por la reconquista de la soberanía popular. Existe un riesgo, porque no es cierto que el pueblo nunca se equivoca, pero se trata de respetar sus decisiones. Hay empezar a resolver la crisis, y el sufragio es uno de los instrumentos que determina quién la resuelve, cómo y en beneficio de quiénes. Entendido así, el voto y la democracia, significan mucho más que elecciones cada tantos años. (*) Titular de Derecho Político de la UNR
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