Carlos Bianchi, el técnico más exitoso de la historia de Boca, ingresa a la caja de resonancia de la Bombonera a paso firme, con los pocos pelos al viento y con la misma convicción que le permitió llevar a su equipo a los lugares más encumbrados del fútbol mundial. Pero paradójicamente, como es habitual en nuestro país y vaya a saber por qué resquicio cultural, las personas exitosas siempre tienen algún tipo de cuestionamiento. Y el Virrey no escapa a esta regla, ya que mientras de los cuatro costados el andar del entrenador es acompañado por aplausos y banderas alusivas para que abandone su postura de dejar el club el 31 de diciembre, la Doce mantiene una evidente indiferencia, quizás sustentada en alguna operación política y económica instrumentada de espaldas al sentimiento mayoritario.
Pero más allá del lamentable accionar de una minoría rentada, el pueblo xeneize le tributa a su técnico el reconocimiento surgido de los festejos y también de un trabajo desarrollado con profesionalismo y coherencia.
Bianchi vive sus últimos desafíos al frente de un plantel que también fue diezmado por la crisis, pero con la tranquilidad del deber cumplido. Y el que respira fútbol sabe que no será sencillo para Mauricio Macri y sus compañeros de gobierno encontrar un sucesor, por eso ya lamenta la segura partida del calvo conductor, porque sabe que lo va a extrañar, quizás mucho más que al mejor jugador.
Viaje a Alemania
La sabiduría popular, esa que se sostiene en la intuición que forja el tablón, les indica a los hinchas de Boca que la historia de Bianchi (entre el 12 y el 13 de octubre viajará a Alemania para obervar al Bayern Munich, próximo rival en la Copa Intercontinental) en el club de la ribera ya tiene un final escrito, y que salvo un milagro, la despedida se acerca inexorablemente.
Antes, durante y después del compromiso con los canallas, los xeneizes no perdieron ocasión de hacerle sentir a Bianchi la gratitud y el firme deseo de retenerlo, pero el entrenador elige la respuesta de la sonrisa amplia y acelera el paso para escaparle a las caricias del elogio.
Bianchi trata con sus actitudes de demostrar que nada cambió. Pero no lo logra. Algo se rompió. Aunque su relación con la gente, tan espontánea como vigente, mantiene la magia de siempre. Ayer cuando su retiraba luego de la victoria, el estadio le cantó el clásico "que de la mano de Carlos Bianchi, todos la vuelta vamos a dar" y "Bianchi no se va".
Bianchi prepara sus valijas con el firme deseo de festejar en Boca una vez más. Al igual que los habitantes de esas casitas coloridas que asoman sus cabecitas para sumarse la jolgorio callejero. Pero está claro que dentro de muy poco tiempo habrá un gran vacío muy difícil de llenar. El gran vacío que dejan los hombres que hacen historia.