Año CXXXIV
 Nº 49.078
Rosario,
jueves  05 de
abril de 2001
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Los dramas escritos en todos los idiomas

La globalización plantea preguntas que claman por respuestas: ¿Debe todo el mundo llevar la misma clase de vida, independientemente de su origen étnico o su nacionalidad? ¿Debe una decisión tomada en un directorio eliminar puestos de trabajo al otro lado del mundo? ¿Qué decir de un mundo en el que los hígados de pez rape de Maine son transportados a Japón, y en el que la casa de Isabel Rodríguez en la Amazonia occidental tiene paredes construidas con latas de leche en polvo Nestlé?
Dramas en miniatura, escritos con todos los alfabetos en el Libro de la Tierra, siempre en marcha. A paso cada vez más acelerado. Todo en movimiento, en cambio constante.
Para bien o para mal, el mundo se achica. Y cualquiera que sea el resultado, el espectáculo será fascinante.
Este es el mundo el 15 de marzo del 2001. Más opciones que nunca. Opciones para las seis mujeres que rodean cuatro computadoras en Solola, Guatemala, y aprenden a usar la Internet. "La experiencia parece imposible para mujeres mayas como nosotras. Pero no lo es", dice la maestra, Silvia González.
Opciones para la gente en el vecindario de Jor Bagh Nueva Delhi, India, que pueden comprar helados fabricados en Iowa, Estados Unidos.
Opciones de Bangkok a Bratislava y estaciones intermedias, donde Tesco ofrece frutas de España y la Costa de Marfil, salsa de soya indonesia, ñoquis italianos.

El dominio de las empresas
"Las grandes empresas dominan a la gente", dice Anna Jonasson durante una reunión de la rama de Estocolmo de Attac, el grupo francés que quiere que se apliquen impuestos a las transacciones financieras para financiar el bienestar social.
Cuando se mueven las placas tectónicas de la economía, las vidas cambian.
En Tallinn, capital de la antigua Estonia soviética, una subsidiaria de la empresa finlandesa Elcoteq ha fabricado millones de teléfonos móviles desde 1992. Pero en enero la sueca Ericsson trasladó esa producción a una empresa internacional con sede en Singapur, y 600 trabajadores quedaron en la calle.
"La gente no está feliz, pero entendemos que estamos en una economía global", dice el estonio Ljubov Voronina.


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