Año CXXXIV
 Nº 49.078
Rosario,
jueves  05 de
abril de 2001
Min 14º
Máx 18º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






Juntos pero no mezclados
En Latinoamérica, los diferentes pueblos se empeñan en mantener sus usos y costumbres, pero con poco éxito

En Sao Gabriel da Cachoeira, Brasil, en el remoto Amazonas occidental, adonde se llega luego de navegar tres días en lancha desde la ciudad más próxima, el mundo moderno parece muy lejano, hasta que uno advierte que una botella de plástico de Coca Cola viene flotando por el río Negro.
Los aldeanos van diariamente a sus campos en canoa para desmontar la selva y plantar banano y mandioca. Se muele la raíz del tubérculo para hacer harina y se la asa. Todos los enseres son de paja trenzada.
Y la globalización ha llegado hasta aquí.
La mayoría de las aldeas tienen televisores; falta poco para que lleguen el teléfono y la Internet. Un cartel con dibujos advierte sobre el peligro del sida: "Debes conservar la salud para remar tu canoa y pescar. Para conservar la salud debes usar condones".
Orlando Jose de Oliveira, presidente de la Federación de Pueblos Indígenas, teme que el exceso de cambios sea perjudicial.
Recuerda que cuando llegó la TV, los indios dejaron de trabajar para mirar telenovelas.
"No decimos que no al mundo exterior, pero también debemos recordar cómo ser indios", sostiene. Se coloca el casco y parte en su moto Honda.

El fútbol, omnipresente
En Butranwali, Pakistán, en el piso de barro de su casa en la aldea, Imran, de cinco años, perfora las correas de cuero y las entrega a su tío, Khalid Mahmood, quien confecciona pelotas de fútbol para las canchas de Europa y las Américas.
Trabajando bajo la escasa luz, tardan una hora en confeccionar un balón. Tienen media hora de descanso para almorzar y cinco interrupciones breves para rezar. Trabajan hasta el anochecer.
Hay tres clases de pelotas de fútbol, dice Mahmood. Algunas llevan impresos los nombres de compañías como Pepsi Cola y Coca Cola. La mayoría son exportadas, dice.
En la aldea vecina de Umar Kot, Mohammed Ashraf de 11 años hace una mueca al perforar un trozo de cuero duro. En el interior del cuero están inscritas ocho palabras: "Esta pelota no ha sido fabricada por niños".
En La Paz, Bolivia, en un mercado caótico en la capital más alta del mundo, mujeres indias con sombreros hongo tradicionales venden pescado y fruta, y los muchos señor Lee de la Pequeña Corea prosperan.
La Pequeña Corea surgió hace unos años cuando se corrió la voz entre los surcoreanos que en La Paz, una ciudad ubicada a 3.500 metros sobre el nivel del mar, había un buen mercado para las telas.
Uno de los tenderos se llama Hung In Lee. Aprendió español en Seúl y ahora se llama Mario Lee. Sus dos empleados bolivianos manejan el negocio cuando visita a su familia en Corea una vez al año.


Notas relacionadas
Vistazos a un mundo que se achica cada día más
Los dramas escritos en todos los idiomas
Los precios son distintos
Homero Simpson es dibujado en Seúl
Diario La Capital todos los derechos reservados