Año CXXXIV
 Nº 49.078
Rosario,
jueves  05 de
abril de 2001
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La globalización comercial llega a cambiar pautas culturales de larga data, define profundos cambios sociales y obliga a una interacción impensada hace pocos años
Vistazos a un mundo que se achica cada día más
Norteamérica exporta hígado de pescado a Oriente, y de allí llegan las prendas confeccionadas según los estándares de las marcas más renombradas del mercado

Ted Anthony

Arriba el telón del escenario mundial. El día: 15 de marzo del 2001. El lugar: un planeta interconectado. Escena primera: un fresco amanecer en la procesadora de pescado Sea Fresh USA de Portland, estado de Maine, Estados Unidos. En una balanza, Pepper Hanley pesa las entrañas de lophius americanus, el despreciado pez rape. Su destino: los tazones de sopa de Japón, a 16 mil kilómetros de distancia, donde el hígado de pez rape es un apreciado manjar.
Escena segunda: en las áridas llanuras de Cukurova, en el sur de Turquía, se prepara la siembra de algodón. Algunos de sus destinos: textiles por valor de mil millones de dólares que van a parar a los calzoncillos y a las camisetas de moda que toda joven tiene que lucir.
Escena tercera: en el bar Carnegie de Hong Kong, una joven llamada Apple Wan, promotora de la cerveza Carlsberg, pasea entre las mesas e invita a los hombres a que beban esa cerveza escandinava, en botellas procedentes de China. Con esa promoción, la empresa cervecera gana algunas coronas más en Dinamarca.
Escena cuarta: en un antiguo bazar de Peshawar, Pakistán, cerca del Paso Khyber, el prestamista Mohammed Riaz pasa sobre una cloaca abierta y entra a su tienda. Al lado de su computadora y su fax, dentro de una caja fuerte de acero, hay pilas de billetes con el retrato de un hombre muerto hace 202 años: George Washington.
Un planeta interconectado, seres humanos, mercaderías y dinero, piezas de ajedrez que se desplazan en un gran tablero global.
En España, los caramelos en palito Chupa-Chups salen de la línea de producción en dos variedades: una con sabor a té para China y otra con sabor a ají para México. En Eslovaquia, Valentina Somova toma dos paquetes de una especia tailandesa de la estantería de Tesco, un supermercado inglés. En la isla de Tuvalu, en el sur del Pacífico, se construye una carretera con los 4 millones de dólares procedentes de la venta de su sufijo de Internet, .tv. En Togo, un vendedor callejero ofrece a los transeúntes los grandes éxitos del cantante country Kenny Rogers.
Un planeta interconectado: más abundante, más veloz, más chico. Se abren fronteras, caen barreras. Hay euforia y también confusión.
Cuando se desploma la moneda tailandesa, reacciona la bolsa de la ciudad norteamericana de Omaha. Si caen los precios del cacao en Estados Unidos, los agricultores de Africa occidental pierden dinero. Una empresa sueca traslada su fábrica de teléfonos celulares a Singapur, y la economía de Estonia recibe el golpe. Si el virus informático Love, enviado desde Filipinas, afecta a una empresa de Bogotá, se pide ayuda a los cazavirus de Rumania.

El mundo se achica
El mundo se achica. No hay vuelta atrás.
Veamos lo que ocurre a nivel mundial el 15 de marzo del 2001: Un día escogido al azar en un planeta interconectado.
"A veces me pregunto qué piensan los chinos de nosotros", dice Betzi Lyon al mediodía mientras recorre su tienda de artículos para tiendas de campaña en Montoursville, Pensilvania. "Pensándolo bien, ellos fabrican casi todo lo que vendemos".
No todo, pero mucho, aunque Lyon trata de vender mercadería de fabricación local cuando puede. En sus estantes, la mercadería china se codea con gorras de béisbol de Taiwán, carpas de Sri Lanka, Tailandia y Corea. Un grueso abrigo de invierno viene de la tierra tropical de Bangladesh.
Al otro lado del mundo, en el quinto piso de Chaity Apparels Ltd. en Dhaka, la capital de Bangladesh, un grupo de mujeres de bata verde y naranja cosen ropa para la exportación. Shahera Begum cose puños para empresas como Nike, Wal-Mart y Sears. Pero no piensa demasiado en eso. "La ropa va al exterior y la usan extranjeros. No sé a dónde va, ¿por qué habría de interesarme?", dice.
Los bienes de consumo que ella ayuda a fabricar siguen rutas comerciales modificadas diariamente a medida que se hacen acuerdos, se abren fábricas, mejoran las tecnologías y florece la mano de obra barata.
En Zhongshan, China, uno de los pueblos del floreciente delta del río Pearl, al norte de Hong Kong, se encuentra una fábrica que pertenece a Marco Skates, fabricante de patinetas para una empresa suiza.
El dueño, Wim Ouboter, es suizo; su jefe de ingenieros es alemán, su gerente para Asia es un norteamericano de origen iraní. Los gerentes son chinos de Hong Kong y los 700 trabajadores son chinos continentales. Uno de ellos, Shi Jiaoming, gana de 75 a 95 dólares mensuales, es decir, un 50 por ciento más que el ingreso promedio urbano en el continente.
Los costos de producción impulsan a las empresas a buscar mano de obra barata. Cuando Huffy Bicycle cerró su planta de DeSoto, Missouri, en 1999 porque era más económico fabricar en el exterior, 160 trabajadores perdieron sus puestos.
En Vietnam, cinco fábricas bajo contrato para la empresa de calzado deportivo Nike fabrican 44 millones de pares de zapatos al año.
"Mi vida sería mucho más difícil si no tuviera este trabajo", dice. "Quiero que mi hijo estudie en el extranjero: en Australia o Estados Unidos".
Huynh Thi Xuan Huong coloca en una máquina dos piezas del forro de tela de una zapatilla y las cose. Lo hace 2.000 veces por día. Se entera con estupor que el calzado se vende al consumidor por el triple de los 45 dólares que ella gana en un mes.
En algunos casos, incluso modifican las costumbres tradicionales.
Cerca del Templo Celeste de Pekín, un vendedor callejero ofrece la bebida nacional china. Hongcha, dice la caja: té rojo. Y sobre los caracteres chinos, un logotipo conocido: Lipton.
"El dólar parte de aquí", dice un letrero sobre una máquina ruidosa situada en las entrañas de un edificio en Washington. Pero nadie sabe a dónde irá a parar. Los dólares salidos de la impresora de billetes del gobierno norteamericano serán desparramados por un mundo que espera ávidamente ese producto. El 15 de marzo del 2001, salieron al mundo 23.763.200 billetes. En todas partes la gente los usa. De los 500.000 millones de dólares en circulación, más de la mitad circula fuera de Estados Unidos.



Un sinónimo de la globalización: un puesto de Lipton en Beijing.
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