Un pequeño escándalo cortó, en la madrugada de ayer, la monotonía de algunas expresiones demasiado técnicas del debate en Diputados. Alicia Castro, tratando de hacer un paralelo con el Senado cuando se trató allí la reforma laboral, aconsejó al gobierno que evite "la compra de voluntades". La ultramenemista Marta Alarcia se sintió aludida y contestó que votaba favorablemente porque era coherente con su prédica tradicional y no porque hubiera plata de por medio.