Rodolfo Parody
Avidos de materia prima, los clubes de fútbol europeos salieron a la conquista del mundo en busca de futuros cracks. La ecuación que hacen es simple: los jugadores consagrados son demasiado costosos y por eso ahora apuntan a los más jóvenes. La metodología es novedosa y, en muchos casos, cruel. Muchachos que oscilan entre los 10 y los 18 años son tentados para formar parte del mercado más cotizado del mundo. Los padres sucumben frente a la posibilidad de asegurarles su porvenir. Seducidos por espejitos de colores, muchos se embarcan en proyectos de dudoso destino y de consecuencias impredecibles para los chicos. Emular a Batistuta, Crespo, Verón o Redondo es la ilusión que se va diluyendo lentamente cuando el cuello de botella que significa pasar a las divisiones mayores excluye a la mayoría. Tampoco es casualidad que en momentos donde los argentinos emigran a Europa en procura de un futuro económico, jugar en ese continente pase a ser el ideal. Como siempre, las regiones más excluidas del planeta, como Africa y Asia, son las que sufren con mayor intensidad el saqueo. A pibes que padecen hambre se les presenta la posibilidad inmejorable de jugar en las inferiores de clubes europeos a través de convenios poco transparentes en los que intervienen intermediarios con escasos escrúpulos, con el consentimiento de los padres, quienes sumergidos en la pobreza reciben unos pocos pesos, imaginando que la suerte les ha golpeado las puertas. Lo que sigue poco se asemeja a las presunciones iniciales. Como es lógico, la mayoría queda en el camino, y los dirigentes se desentienden de su suerte dejándolos a la deriva en países con diferentes costumbres y con la dificultad del idioma. Sin dinero para retornar a sus lugares de origen deambulan pasando a formar parte de los excluidos del primer mundo. No tan catastrófico, aunque con ribetes similares, está sucediendo lo mismo en Argentina. El caso emblemático por excelencia fue el de Leandro Depetris, un chico de la localidad de San Vicente, provincia de Santa Fe, que fue contratado por el poderoso Milan de Italia con la condición de que en el 2002, al cumplir los 14, pasaría a las divisiones menores de la institución que preside Silvio Berlusconi, aunque sus padres manifestaron que eso recién se decidirá cuando llegue a esa edad (ver aparte). Mucho más cercano, más precisamente en Rosario, existe una pugna terrible entre los intermediarios por apropiarse de los chicos. "Muchos pasan a representarlos con el sólo hecho de regalarles un par de botines por año", confesó un técnico de divisiones inferiores. Intriga y ocultamiento de información es lo habitual en este mercado donde los niños son la materia prima. Haciendo poco ruido, en los últimos días Leonel Messi, de 13 años, se alejó de Newell's para incorporarse al Barcelona. Poco se pudo conocer de su contratación y de su representante. Es que la venta de chicos es un tema urticante y pocos son los que se animan a dar la cara. Otros futbolistas de Newell's que fueron tentados para seguir el mismo camino son Sergio Maradona y Gustavo Rodas. El primero cobró relevancia nacional en un torneo que se jugó en Mar del Plata el año pasado, mientras que el segundo, a quien se lo sindica como el sucesor de Manso, fue pretendido por varios intermediarios, e incluso le habría llegado una oferta del Parma. A los padres de Lucas Correa las ofertas también les rondaron cerca, pero adoptaron una posición diferente a la mayoría, y decidieron que su hijo continúe su formación futbolística en Rosario Central. Con una experiencia novedosa apareció el club San José, que se dedica a la formación de jugadores y, según su presidente Edmound Addoumie, es único en su tipo. Bajo la coordinación de Miguel Isabella, establecieron un singular contrato con el Gueugnon de Francia, a través del cual la entidad gala beca a 15 futbolistas que son entrenados en Rosario y, al cabo de un tiempo, pasan al fútbol francés. Para Mauro Marchano, en la actualidad en la reserva de Rosario Central, practicar durante 15 días en el Manchester United fue una experiencia valiosa, aunque en realidad, la presencia del delantero podría haber sido una movida que perseguía otros motivos y del que no están exentas instituciones belgas. Entre clubes e intermediarios ambiciosos, y padres que priorizan el dinero, el chico pasa a ser una mercancía. Su suerte está definida de antemano, y cuando las circunstancias llevan a que sea uno más de los tantos que no trascienden, aparece una palabra ingrata en esta sociedad exitista, que es la de fracaso. Justamente en jóvenes que tienen toda la vida por delante pero que focalizaron su existencia, por el entorno que los rodea, en una sola cosa: triunfar en primera. Así el sueño del pibe se deshace con la misma facilidad con que los clubes poderosos negocian con la complicidad de muchos.
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