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 domingo, 08 de abril de 2007  
Química de la memoria
Iluminaciones en la noche
Marga Steinwasser y María Antonia Sánchez presentan una serie de objetos aportados por el público que retrata el impacto de la dictadura en la vida cotidiana

Osvaldo Aguirre / La Capital

Héctor Germán Oesterheld, el gran escritor y guionista de historietas desaparecido en un centro clandestino de detención del último gobierno militar, decía que cada objeto conserva las huellas de la vida que lo envolvió. Una historia que late en silencio a la espera de que alguien preste atención y esté dispuesto a contar de nuevo. Esa idea está presente en “Química de la memoria. Una experiencia de la desaparición”, la muestra de la artista plástica Marga Steinwasser y la socióloga María Antonia Sánchez que reúne objetos relacionados con la dictadura militar y se expone en el Museo de la Memoria de Rosario.

   La idea fue planteada por el artista alemán Horst Hoheisel, que participa en la muestra con una caja vacía, ya que, dice, “esta historia no es la mía”. Marga Steinwasser, contenta por la respuesta de la convocatoria, explica que “como alguien que no pertenece a esta memoria, él pensó en trabajar como un catalizador, en el sentido que tiene ese término en química, es decir, un precipitado que acelera los procesos” y que en el marco en cuestión se planteó como “un proceso de memoria cuya aceleración debería acompañar el arte”.

   Esa perspectiva “nos dio el inicio para hacer este trabajo, que empezamos con él hace más de un año” y tuvo una primera presentación en la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires. “Desde entonces juntamos objetos, a partir de gente que conocíamos, y se fue ampliando la red. No buscamos un cierto sector específico. Muchas veces no fue fácil, porque la gente decía que nos iban a entregar cosas y no lo hacía. Finalmente lo conseguimos”, dice Steinwasser.

   La propuesta de “Química de la memoria” era aportar un objeto que remitiera de algún modo a la memoria y a la dictadura militar, con un texto donde se relatara su historia. “Una de las preguntas que nos hicimos fue si incluíamos a los jóvenes que nacieron durante o después de la dictadura. Nosotros sentíamos que la convocatoria tenía que ser abierta”, interviene María Antonia Sánchez. Así fue, la diversidad de experiencias con respecto al modo en que impactó la dictadura en la vida cotidiana es uno de los efectos más importantes de la muestra. Una parte significativa de los participantes son jóvenes que “recién están empezando a hacer su proceso de memoria”. Y uno de los símbolos de la muestra, un zapatito con el emblema del campeonato mundial de fútbol de 1978, fue aportado por una joven que tenía entonces 3 años y lo usaba como un juguete. Al cabo del tiempo el sentido cambió: “representa un pedacito de lo que se construyó: la hipocresía de la muerte”, dice el texto que lo acompaña.

   El mundial de 1978 es uno de los sucesos insistentes en los recuerdos del público. Hay otros objetos que lo aluden: un plato, la programación oficial del campeonato. También aparecen íconos de ese período ominoso de la historia como el Falcon verde o un folleto, “Técnicas de infiltración”, en el que se enseñaba a “detectar” subversivos.

   Pero lo que primero llama la atención, al ingresar a la sala, es una camisa. Gabriela Koatz la había encargado, pero no llegó a usarla. La modista que la confeccionó la esperaba el 15 de noviembre de 1976, para probársela. Y recién cinco años después se enteró que Koatz había sido asesinada cinco días antes de aquella cita, con su compañero Palmiro y su suegro Víctor.

MENSAJES CIFRADOS

   Hay un guardapolvo que conmemora al maestro Isauro Arancibia, asesinado por la dictadura en Tucumán en marzo de 1976. Un frasco con tierra y agua de la Plaza de Mayo. Una vela y una estampa de San Antonio: “A partir de marzo del 76 mi mamá prendió una velita a San Antonio cada día que yo iba a la Facu”, se explica.

   Una pava trae consigo a las presas políticas en la Alcaidía de Rosario en 1976. “Al salir en libertad la puse en uso y hasta el día de hoy la utilizo. Me trae a la memoria los buenos y sentidos momentos compartidos que nos ayudaban a superar las angustias y los miedos”, escribe su dueña. También se exhibe una cartera de jean que salió del penal de Villa Devoto en 1978 y cuya propietaria sólo volvió a abrir tres veces, desde entonces, y que ahora presenta como una ofrenda contra el olvido. En el otro extremo, una mujer comenta por qué ofrece los escarpines de un niño nacido en abril de 1976: “significan para mí por un lado la alegría de haber sido mamá y por el otro no haber mirado a mi alrededor o no haberme dado cuenta del espanto y del horror en que estaba sumergida la Argentina”.

   A veces el dolor ante una pérdida no borra la intensidad de la experiencia compartida. Noemí presenta una caja de colores legado por un desaparecido al que llamaban el Inglés: “de él me quedan el recuerdo de sus besos, la firmeza de sus convicciones y esta caja que guardé a lo largo de tantos años”, escribe.

   Para Steinwasser la muestra expone “un inconsciente colectivo de la sociedad”. Sánchez advierte que la frase “Quimica de la memoria” tiene más de una interpretación. “Cuando la oí me acordé enseguida de las Abuelas; al principio cuando ellas buscaban a los nietos y encontraban alguna pista, cuando sentían que era el chico que buscaban, hablaban de una química —recuerda—. Es un proceso que trae a la superficie las marcas de la memoria que generalmente por dolor o por las exigencias de la vida cotidiana no necesariamente mostramos”.

   Marga lee una cita de Kandinsky, reproducida en una de las paredes de la sala de exposición: “todo lo que está muerto palpita. No sólo las cosas de la poesía (...) sino también un diminuto botón brillando en el lodazal de la calle, todo tiene un alma secreta que guarda silencio con más frecuencia que habla”. Y María Antonia agrega: “En cada objeto que nos rodea depositamos nuestra energía, nuestra ilusión. Y en la búsqueda de esto también está nuestra ilusión de tomar contacto con la ilusión de la generación que quiso un mundo más justo”.



Química de la Memoria puede visitarse de lunes a viernes de 8 a 18 y sábados y

domingos de 11 a 19. En el Museo de la Memoria, avenida Del Valle y Callao.
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Icono. El Mundial de Fútbol 1978, uno de los sucesos señalados por el público para definir a la peor de las dictaduras argentinas.

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