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 domingo, 08 de abril de 2007  
Interiores: la voz de la experiencia

Jorge Besso

Se la considera uno de los recursos más valiosos en tanto representa un saber probado, perteneciente al mundo de los hechos, no a la ilusión o al engaño de las palabras ni a las especulaciones de la teoría, lo cual la trasforma en un argumento decisivo en las confrontaciones, sobre todo en las controversias entre jóvenes y viejos.

Por lo que parece la experiencia tiene voz propia lo que le da un plus de ventaja sobre otros argumentos a los cuales hay que recurrir para resolver algo. La experiencia implica un conocimiento de la vida por el simple y contundente expediente de que acumula circunstancias ya vividas anteriormente, y que pueden ser aplicadas y aprovechadas para lo que está por venir. En la naturaleza de la experiencia habita una lucha interior nunca resuelta, y que con toda probabilidad nunca se pueda ni se deba resolver: es la que protagonizan dos bandos más o menos irreconciliables:

  • O se aprende de los errores.

  • O siempre se tropieza con la misma piedra.

    En cierto sentido se trata de la batalla, también irresuelta, entre el optimismo y el pesimismo. Para el optimismo lo óptimo siempre es posible, en cambio para el pesimismo cualquier esfuerzo y toda esperanza es inútil ya que lo pésimo siempre está a la vuelta de la esquina. Pero el optimismo y el pesimismo comparten la misma ilusión: creen saber el curso futuro de las cosas. Precisamente la experiencia debiera enseñarnos que ni el optimismo ni el pesimismo tienen razón, a pesar de que lo negativo suele tener una apariencia de verdad un tanto superior respecto de lo positivo, aunque más no sea porque en definitiva son muy pocos los que aciertan con el número premiado de la lotería. Lo mismo si se tiene en cuenta la pesada sentencia de la ley de Murphy: “Si algo puede salir mal, va a salir mal”.

       Una visión para nada optimista de la experiencia tenía Agustín Alvarez, un mendocino muy olvidado, general de la Nación, poseedor de una inteligencia y una escritura muy incisiva. En 1899 publicó un texto con un notable título: “Manual de patología política” donde analizaba las lacras de la política argentina. Una de las más pesadas según Alvarez era el sectarismo, y otra todavía mucho más grave eran los salvadores de la patria ya que se proponían no gobernar el país, sino salvarlo, lo cual, decía, era una cosa “grave, muy grave, de gravedad mortífera, porque esto no admite control, contrapeso, equilibrio, ni componendas”. En cuanto a la experiencia lanzaba una sentencia fantástica: “La experiencia es un médico que llega in artículo mortis”. Si se tiene en cuenta que muchas de sus reflexiones se exponen en un libro publicado en 1902 con un título premonitorio, “¿Adonde vamos?”, a 105 años de la inquietante pregunta el balance no pudo ser peor para nuestro país y para el mundo, en el lapso de mayor avance tecnológico de la historia, y a la vez de los mayores genocidios militares y económicos. Agustín Alvarez no pudo ver el siglo XX ya que murió en el comienzo de las tragedias, en 1914, que es el año del inicio de la Primera Guerra Mundial, a la que le sucedió 35 años después la segunda, y demás barbaries del siglo pasado que se prolongan hasta el presente. Pero si un milagro le hubiese concedido a este general un paseo por nuestros tiempos, con toda probabilidad no saldría de su asombro y del impacto traumático que le produciría el cumplimiento de sus peores premoniciones, y la confirmación de la inutilidad de la experiencia al menos en materia política.

      ¿Cuál sería la enfermedad humana a la que el médico de la sentencia de Alvarez llegaría tarde? Con toda evidencia esa enfermedad es la capacidad humana de no aprender que viene a ser tan grande o más que la de aprender, por lo cual se constituye en el límite y el mayor obstáculo para la educación que es precisamente a lo que apostaba este general que soñaba con una política laica y tolerante. Finalmente una evaluación de la experiencia colectiva e individual tal vez arroje los resultados más negativos con relación a las sociedades, tanto actuales como pasadas, porque todas siguen, en mayor o menor medida, en deuda con la democracia ya que se ha vuelto incompatible con el capitalismo.

       La voz de la experiencia suele ser un tanto monótona, sobre todo si queda atrapada en el único tono de voz de quien habla sabiendo todo de ante mano. Son todos aquellos que están de vuelta: cuando uno va, ellos vienen. Con todo, en este mundo no es muy posible estar de vuelta pues como se sabe se trata de un viaje sólo de ida, y en el recorrido la voz de la experiencia no llegará tarde si se trata de una voz no sólo que sabe, sino que sigue aprendiendo de las cosas y de uno mismo. Como los iceberg, que ahora se van descongelando, pero es más lo que ocultan que lo que muestran.
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