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 viernes, 02 de marzo de 2007  
Brutal asalto. Inhumaron al joven de 24 años asesinado el miércoles en Pasco y Avellaneda
Desconsuelo en el sepelio del repartidor muerto en un robo
A Carlos Pérez lo balearon en la espalda delante de dos compañeros de trabajo. La policía allanó la casa del supuesto asaltante pero no lo encontró. Anoche los seguían buscando

Andrés Abramowski / La Capital

“Ya te di la plata, loco, dejá de tirar. No tirés más, por favor, andate”. Juan Carlos Pérez afrontaba en ese momento uno de los tantos asaltos sufridos en los últimos siete años como repartidor de Coca Cola. Ya le había dado 200 pesos al delincuente que le estaba disparando a su sobrino, aun a sabiendas de que tendría que reponer de su bolsillo la mitad de esa plata. El ladrón se escapó a los tiros y Juan Carlos lo corrió con otro compañero, pero no pudieron alcanzarlo. Volvieron al camión, masticando la bronca por el robo, pero quedaban cuatro clientes por visitar y no podían parar. Pero lo peor todavía acechaba a la vuelta de la esquina de Pasco y Avellaneda: Carlitos no estaba cuidando el camión, como ellos creían; acababa de morir alcanzado por un balazo en la espalda.

  Carlos Martín Pérez tenía 24 años —no 19 como inicialmente había indicado la policía— y era padre de una beba de 4 meses. Desde diciembre estaba empleado en la firma Flete y Distribución Rosario, una de las dos repartidoras más grandes que Coca Cola tiene en Rosario. Antes había trabajado como remisero, cadete y cada tanto changueaba como albañil cuando su padre lo necesitaba en alguna obra.



Vacío. La tristeza abrumaba ayer a la mañana en el velatorio del repartidor asesinado anteayer en Pasco y Avellaneda. Vestido con los colores de su amado Tiro Federal, Carlitos no dejaba de recibir —esta vez en forma de lamento— el cariño de familiares, amigos y compañeros de trabajo que se acercaban hasta la cochería ubicada en Perú y Santa Fe. “Sabía hacerse querer”, recordaba María al mayor de sus siete hijos.

  El muchacho vivía todavía en la casa de sus padres en barrio Belgrano, pero ya estaba a punto de terminar su propia casa en Bolivia y La Paz. “El domingo había terminado el techo y ahora quedaba revocar”, explicó la mamá. Ni ella ni su marido tenían lágrimas en los ojos, totalmente ocupados por una terrible expresión de vacío. “Mañana (por hoy) a las 17 vamos a hacer una marcha. Nos juntamos donde ocurrió todo, no sé adónde vamos a ir. No sé para qué vamos a hacerla porque nadie les da bolilla a las marchas, pero algo tenemos que hacer”.

La tragedia. Cerca de las 18.15 del miércoles, Juan Carlos Pérez, su sobrino Carlitos y César visitaban a uno de los últimos clientes de la jornada que habían empezado a las 6 de la mañana. Terminaban de dejar un pedido en un comercio de Pasco al 4000 y volvían al enorme camión de Coca Cola donde lo esperaban las últimas cuatro paradas del día.

“Yo caminaba adelante —contó el chofer del camión y tío de la víctima—, Carlitos venía detrás mío. En la vereda un tipo en una bicicleta me encañonó y me pidió la plata. Yo le di 200 pesos y los agarró, pero le hizo señas a mi sobrino, que se había cruzado de vereda. No sé qué quería, yo le decía «andate loco, ya te di la plata». Y el tipo le disparó, y mi sobrino agarró una botella y se la tiró”.

  “Yo le decía al tipo que se fuera —continuó su relato Juan Carlos—, que ya tenía la plata, que no disparara. En un momento se fue en la bici, pero el otro muchacho que iba con nosotros le tiró un cajón con botellas vacías y lo tumbó. Se levantó a los tiros y se fue corriendo. En el camino había gente que intentaba pararlo, pero el tipo disparaba balas para todos lados. En un momento un tipo lo agarró y este le puso el revólver en el cuello. Lo seguimos hasta que se metió en un pasillo de la villa en Ituzaingó y Valparaíso”.

  Al regresar al camión, el chofer se encontró la peor noticia posible. Un médico del Sies le dijo que no se había podido hacer nada. Juan Carlos aún no entiende en qué momento una bala alcanzó a su sobrino. Eran casi las 7 de la tarde del miércoles. Ayer al mediodía seguía llorando y parecía inconcebible que algún día deje de hacerlo.
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Juan Carlos Pérez y María, tío y madre del joven trabajador asesinado a sangre fría.

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