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 domingo, 12 de noviembre de 2006  
Historia de Juan Moro
Perseguido por grupos de tareas en la última dictadura militar, Rubén Naranjo tuvo que cambiar de ciudad y de nombre

Osvaldo Aguirre / La Capital

A partir de marzo de 1976 la intervención militar en la Universidad Nacional de Rosario, encabezada por el coronel Joaquín Sánchez Matorras, dejó cesantes a centenares de profesores. Entre ellos se encontraba Rubén Naranjo, quien daba clase en la Facultad de Arquitectura. "No hubo tiempo de instrumentar mecanismos de defensa -contó, en una entrevista realizada en junio de 2005-. Cada uno saltó por la ventana que pudo. En principio yo seguí trabajando como rector en la escuela de la Biblioteca Constancio C. Vigil. Ese primer año lo pasé en Rosario, en pésimas condiciones por la desaparición de amigos, compañeros de trabajo y estudiantes".

En abril de 1977 el gobernador Jorge Desimone intervino la Biblioteca Vigil y se puso en marcha un minucioso plan de destrucción de lo que había sido una de las experiencias más intensas en educación popular en el país. "Quedé en banda. Dos grupos de tareas distintos fueron a buscarme a mi vieja casa, que acababa de dejar. Me escondí en casas de amigos y pasé un par de meses en Buenos Aires. Pensé: «bueno, finalmente mis cargos son la biblioteca Vigil, el trabajo en educación. No puede ser algo tan pesado». Volví, aunque no tenía trabajo. Y estando en una reunión de familia un amigo me llevó aparte y me dijo que me tenía que ir, porque me buscaban".

Naranjo dejó Rosario en tren, un medio relativamente seguro para escapar, dado que había menos vigilancia. "Paraba solamente en San Nicolás, había un solo control que pasar. Fui a Buenos Aires porque no tenía otro lugar para irme. Yo tenía direcciones de gente de allá. Y si te vas a escapar, te vas a un lugar más grande, no a uno más chico, te vas a un lugar donde es más difícil que te localicen".

Al llegar no había nadie esperando. "En Buenos Aires me quedé en una esquina con un mínimo bolsito que había alcanzado a sacar. Y apelé a mis relaciones de la Vigil. Llamé a mi amigo, José Luis Mangieri, que había impreso muchos libros de la editorial de la Biblioteca. Me atendió la señora, Cuca, que me conocía. Y me dijo: «Venite», sin más explicaciones. Por esa época él vivía en Santa Fe y Billinghurst, pero le pasó lo mismo que a mí, se quedó solo, aislado, y se refugió en Floresta. Empezamos a trabajar juntos haciendo cosas para imprentas".

También tuvo que cambiar de nombre. "En Buenos Aires todos me conocían como Rubén y punto. Trabajé un tiempo largo para Editorial Abril, en una colección importante de libros y querían poner mi nombre en el staff. Entonces dije que me había separado y que para evitar problemas con mi mujer prefería usar un seudónimo. Y me puse Juan Moro. Juan era mi gato y Moro mi perro. Como quedaba vacío, o chocante, puse Juan H. Moro y así aparecí en muchas publicaciones. También trabajé mucho haciendo afiches para el Circo de Moscú".

Los fines de semana tomaba el tren a San Nicolás, donde lo esperaba su amigo el galerista Gilberto Krasniansky (Krass), para llevarlo a una quinta cerca del pueblo de Timbúes, donde veía a su familia. "Todo ese período estuve siempre con la incógnita de saber qué iba a pasar conmigo, y de tener que eludir continuamente los controles policiales. Donde nos encontrábamos con amigos -sobre todo los de Rosario- lo primero que teníamos que acordar era quién era uno, quién era el otro y qué hacíamos juntos. Porque era muy común que entrara la cana en los bares, levantara a la gente de las mesas e interrogara a las personas por separado. Había que tener una excusa muy bien armada y compartida".

Aunque contaba con trabajo, le costó ubicarse. "Dormí en doce camas distintas, lo cual era un quilombo porque nunca sabía donde había dejado las cosas. El cepillo de dientes quedaba en una casa, las medias en otra. Al principio dormía donde me sorprendía la noche; el que me invitaba a cenar, me invitaba a dormir. Finalmente un amigo me cedió un departamento desocupado en Lavalle y San Martín".

En 1982, "me fui enterado que el grupo de Feced, que era el que me tenía señalado, se había dispersado: un comisario había muerto de cáncer, otro de sus integrantes había sido asesinado por la mujer". En Buenos Aires Naranjo se había vinculado con las Madres de Plaza de Mayo, y siguió acompañándolas en Rosario, donde regresó poco después.

Con la restauración democrática, muchos de los docentes que habían sido cesanteados volvieron a la Universidad. "Hubo encuentros patéticos. Nos veíamos y no podíamos creer que estuviéramos vivos. A mí me pasó con un canillita de Pellegrini y Corrientes. Una vez fui a comprar el diario, y veo que el dueño del quiosco me mira, se queda mirándome. Y al final me dice: «¿Qué hacés acá? Si a vos te habían bajado»".


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