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 domingo, 17 de septiembre de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Hubiéramos podido ser más felices o, mejor dicho, hubiéramos podido tener un poco más de paz interior, pero ese viento tempestuoso, pertinaz e irremisible nos arrastró hacia el espacio de lo efímero, de lo frívolo, de lo insustancial, cuando no al infierno de lo aborrecible. Y henos aquí perdidos en una escena existencial tan llena de neblinas como perturbadora.

-¿Perturbadora? ¿Sólo perturbadora? No, mi querido Candi, cuando repasamos con la mirada del corazón esa escena de la que habla (y que no es otra cosa que el mismo mundo) vemos al ser humano, nos vemos, en una desesperada lucha por alcanzar esa paz aludida. Vano intento de tantos pobres, de tantos infelices, de tantos sensibles corazones. ¡Claro que sí! ¡Hubiéramos podido ser más felices! Pudo ser, amigo mío, pudo ser, pero no nos dejaron. Algunos hombres, poderosos y decisivos, soplaron tan fuerte, que nos convirtieron en miserables objetos de ese viento arrebatador e impiadoso.

-¡Ah! Abrumadora necedad la de aquellos que no comprendieron ni comprenden nada de lo que debería ser comprendido. Insensatez mental, oscuridad del corazón, la de quienes nos han condenado al abismo de las angustias no queridas. ¿Y en virtud de qué, por qué y para qué, mi querido Inocencio, esos pocos dominadores han humillado y sometido a la multitud de las naciones?

-Le responderé sin circunloquios: en virtud del poder mal entendido y peor empleado; en virtud del dinero incapaz de trascender los límites de este nivel existencial; en virtud, al fin y al cabo, de la nada.

-Gratis, pues, los nobles corazones de la humanidad, los espíritus buenos, han sido y siguen siendo arrojados a una muerte antes de la muerte. Sin propósito cuerdo (no pueden tenerlo por su propia naturaleza) las injusticias han oprimido al ser humano. Locura, y de todas las locuras la más loca, es aquella que apresura la muerte. Porque ávidos de destrozos los dominadores (y no conformes aún con haber arrasado aquella vida digna prometida por Dios a su criatura) quieren matar los sueños, las esperanzas y hasta la misma fe. Y aun insaciables y disgustados con lo que consideran escasos resultados de tan terrible genocidio, el de la muerte psíquica o la herida espiritual, suelen matar literalmente el físico. ¿Hace falta que repase las cientos de miles de muertes objetivas que los dominadores de uno y otro signo cosechan cada día?

-¿Es acaso este un domingo lleno de tristezas?

-Antes de satisfacer los deseos de su curiosidad, comenzaré diciendo que hace unos horas, una mujer, ante la certeza de que mi salud aún estaba intacta, me dijo como el médico amigo que me pasó la "sonda observante" hasta el mismo receptáculo de alimentos y emociones: "Este hombre no tiene nada". Y añadió la buena dama en cuestión: "Pero este hombre tiene muchas cosas por las que debería estar menos nostálgico y más agradecido". Pero se ve que soy, Inocencio, además de ingrato con Dios, algo así como el centauro de la mitología griega, ese que a Ulises enseñó el arte de curar y que sanaba impulsado por el dolor que le provocaba el sufrimiento de otra criatura. Esa empatía, esa tristeza que se despierta ante la tristeza del otro es lo que oculta a veces la alegría por tantos dones concedidos. Claro que yo, lamentablemente, no curo y eso es también razón de más angustia. Pero no, Inocencio, no es este un domingo lleno de tristezas o, en todo caso, si hay una tristeza servirá para la reflexión primero y la acción después. Esta es una columna para decir que el sufrimiento existe y es mucho más que aquel que se requiere para el crecimiento espiritual. Este "plus de angustia" impuesto por los dominadores carece de sentido y por eso la columna es, también, para recordar lo que dijo Huxley: "El bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás". Pero la brutal avidez de algunos por obtener para sí todo aquello que constituye la felicidad, empacha, satura al mismo ávido; convierte a la felicidad o paz interior en infierno de todos y confunde el sentido de felicidad con la vacuidad del placer. Cambiemos, pues, en este fin el mismo inicio de la charla: podemos ser más felices, o, mejor dicho, podemos tener un poco más de paz interior. Soplemos juntos contra ese viento tempestuoso.

Candi II

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