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 domingo, 20 de agosto de 2006  
Cocina: sabores de vida

Quique Andreini

Mi querida lectora, hoy le propongo una receta sabrosa que puede reemplazar a las tradicionales pastas del domingo.

Mil hojas de pejerrey

Necesitará:

  • 500 gramos de pejerrey

  • 1 cebolla

  • 1 tomate

  • n 1 morrón

  • 1 diente de ajo

  • caldo de verdura

  • tapas para lasaña o masa para canelones

  • 2 tazas de salsa blanca

  • 1 taza de salsa de tomate

  • queso rallado

    Cocine el pejerrey en el caldo de verduras. Retírelo y reserve una taza del caldo. Mientras tanto, rehogue en aceite de oliva la cebolla y el pimiento. Agregue el tomate trozado sin piel ni semillas y el diente de ajo, dejando cocinar unos minutos más. Agregue el pejerrey desmenuzado, vierta un poco del caldo de la cocción y mezcle bien, condimentando a gusto.

    Mezcle la salsa blanca con la salsa de tomate. En una fuente para horno vierta una cucharada de salsa, una tapa con la masa elegida, luego otro poco de salsa, encima un poco del relleno de pescado, otra tapa, salsa, relleno, tapa, y así hasta completar, por último bañe con salsa. Espolvoree con abundante queso rallado y lleve al horno unos 15 minutos.
    Había una vez...
    Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos. Cuando el aburrimiento bostezaba por tercera vez, la locura propuso: "Vamos a jugar a los escondidos". La intriga levantó el ceño extrañada y la curiosidad sin poder contenerse preguntó: "¿A los escondidos, cómo es eso?"

    Es un juego, explicó la locura, en el que me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden, y cuando haya terminado, el primero que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego. Todos encontraron dónde esconderse. Cuando estaba terminando de contar, el amor aún no había hallado un sitio apropiado, hasta que divisó un rosal y decidió ocultarse entre sus flores.

    Cuando terminó de contar salió a buscar dónde se habían escondido los sentimientos. De uno a uno, todos fueron apareciendo menos el amor. La locura buscó por todas partes, y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal, tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas. Se escuchó un doloroso grito. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía qué hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Desde entonces, cuando se jugó por primera vez a "los escondidos", el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.

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