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 miércoles, 19 de julio de 2006  
Reflexiones
Los brazos de la democracia y del populismo

Jack Benoliel

En una época de anaqueles sobrecargados con tantas trivialidades, es lógico que libros leídos hace tiempo, perduren en nuestra memoria con la frescura de lo agradable y la pujanza de lo esclarecedor.

Uno de esos libros es "Cultura-Contracultura", de Jorge Bosch, donde leemos: "La cultura es la humanización de la humanidad, con sus deslumbramientos y sus tinieblas; ¿y la contracultura? Su promesa es la felicidad, pero a costa de la regresión biológica. El símbolo de ésta, es la horrible risa del idiota". Entre esos deslumbramientos, está la democracia; entre esas tinieblas, está el populismo.

Siendo la cosificación la ideología de la masificación, Bosch no vacila en denunciar las diferencias entre democracia y populismo. Como el Caballero de la Mancha, arremete para superar las neblinosas murallas que intentan ocultar el auténtico perfil de la verdad y afirma sin titubeos: "La democracia está basada en la libertad; el populismo, en la adhesión; en la democracia el protagonista es el individuo diferente y personalizado, mientras que en el populismo, el protagonista es la masa indiferenciada".

¿Cuál es la consigna de la democracia? La educación del soberano. ¿Y la consigna del populismo? Es adular al soberano. Enarbolar la bandera de la cultura democrática frente al auge de la contracultura populista, revela una pasión por el sostén de la verdad lo que requiere esfuerzo, valor civil y firme sinceridad para enfrentar la hostilidad del autoritarismo.

Caracteriza al populismo su predisposición a acatar el pensamiento único. Mario A. Casalla, en un interesante estudio que integra el libro "Globalización e Identidad Cultural", dice: "Y porque no puede ser ético, el pensamiento único deserta de la política; tiene muy poco que ver con ella en el sentido estricto de este término. Precisamente porque lo político es el reino por excelencia de la alteridad, del consenso y del disenso, de los caminos múltiples y de la atención precisa a una realidad siempre cambiante y, por ello, cuestionadora de toda rigidez o dogmatismo conceptual".

La cultura de la democracia promueve la reflexión, la duda, la incertidumbre; por eso está más cerca de la ciencia que de la propaganda socio-política. Más cerca de la filosofía que de la reflexión publicitaria.

La democracia tiene dos brazos: el pueblo y el Parlamento. El populismo, también tiene dos brazos: la ambición de los gobernantes y la sumisión de los gobernados. Víctor Hugo en "Los Miserables" dice que "los pueblos, como los astros, tienen derecho de eclipse". Más ningún gobierno surgido de los brazos de la democracia podrá eclipsar al pueblo; sería reemplazar la luz solar por las sombras de una noche tormentosa.

La faena de la democracia debe ser incesante como las pulsaciones de la vida, para que la sociedad mantenga la normal lozanía de sus instituciones. La salud de los pueblos requiere la oxigenación de un permanente ejercicio de los derechos inalienables del ser humano, traducidos en un inalterable -y loable- ejercicio de la libertad. La tierra, el suelo que pisamos, necesita de semillas, no de rodillas.

José Luis Romero en la segunda edición de "La experiencia argentina", escribe: "El hecho que ha causado más honda sorpresa ha sido la aparición de una masa sensible a los halagos de la demagogia. Este fenómeno -amargo y peligroso- no es de ninguna manera inexplicable. Como en el fondo esta masa es igualitaria y democrática, acoge con calor la propaganda demagógica que parece responder a sus anhelos, sin descubrir los peligros que entraña".

Oportuno es evocar las palabras que desde Venezuela, Simón Bolívar dirigiera en el año 1810 a la América Española: "Es insoportable el espíritu militar en el mando civil". Reflexión que Andrés Bello, el organizador intelectual de varias repúblicas americanas, divulgara en ellas.

Rogamos a los partidos políticos, que no olviden la parábola de la paloma de Kant, que al volar, se quejaba contra el aire que le oponía resistencia, olvidando que era el aire, precisamente, el que evitaba que cayera en el vacío. La alta política aleja el vacío de la indiferencia ciudadana.

El electorado argentino necesita fortalecer la fe en los programas electorales. Depende de los políticos, los que deben exhibir como armas incomparables, pensamientos claros que le lleven a horizontes seguros, donde la ambición esté excluida y los sagrados intereses del país prevalezcan como señera inspiración.

El tema trascendente que hemos desarrollado, bien merece, para concluirlo, acudir a grandes pensadores en busca de auxilio.

Citemos a Goethe: "Un partido político nunca tiene la razón absoluta, precisamente, por ser un partido".

Citemos a Arnold J. Toynbee: "El mayor castigo para quienes no se interesan en la política, es que serán gobernados por aquellos que sí se interesan".

Citemos a William Shakespeare: "La política debería estar por encima de la conciencia".

Citemos a Benjamín Disraeli: "El ejercicio de la política puede ser definido con una sola palabra: disimulo".

Citemos a Juan Bautista Alberdi: "El estadista piensa en la próxima generación; el político piensa en la próxima elección".

¡Cómo celebraríamos a los políticos argentinos si en su accionar nos demostraran fehacientemente, patrióticamente, que hasta los grandes pensadores se equivocan! Reiteramos: de ellos depende.
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