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 miércoles, 17 de mayo de 2006  
Se cumplen 25 años del último triunfo argentino. Fue de Reutemann

Si en ese momento hubiera sabido que sería el último argentino en ganar en la Fórmula 1, tal vez hubiera festejado de otra manera. Mejor dicho, quizás hubiera festejado. Pero Carlos Alberto Reutemann tenía motivos mucho más importantes para apenas esbozar una mueca al recibir su trofeo, mientras a su lado Jacques Lafitte descorchaba el champán y Nigel Mansell, el que fuera campeón del mundo en 1992, celebraba como un chico su primer podio. La historia nunca más se repetiría para un piloto local y la sequía de 25 años sin alegrías en un deporte que tanta pasión enciende en el país, agranda sin dudas aquel mérito. La del triunfo del Lole en el Gran Premio de Bélgica, el 17 de mayo de 1981.

Reutemann conquistó la pole position, la penúltima de sus 10 años en la máxima categoría. El domingo haría el récord de vuelta y con los 9 puntos que le otorgaba la victoria se alejaba 12 puntos en la punta del campeonato. Nada podía estar mejor para el santafesino tras completar las primeras 5 carreras de un campeonato de 15, en el que intuía era su última chance de coronar el sueño perseguido desde su debut, con pole incluida, en el Gran Premio argentino del 72. ¿Qué pasó entonces?

Hacía apenas un mes y cinco días que Reutemann había cumplido 39 años, justo con la disputa de la carrera en el Oscar Alfredo Gálvez, donde el Brabham con la revolucionaria suspensión hidroneumática de Nelson Piquet pulverizaba a todos y al Lole apenas le alcanzaba para ser segundo, gracias al abandono de la otra joya del equipo de Bernie Ecclestone, conducida por el mexicano Héctor Rebaque.

Descubierto el novedoso sistema por los demás equipos, el Williams FW07C de Reutemann también disponía de él desde la carrera anterior en San Marino y llegaba al tortuoso autódromo de Zolder en igualdad de condiciones y con la firme determinación de pelear el título. Eso lo había dejado bien claro en Brasil, el inolvidable día en que bajo la torrencial lluvia de Jacarepaguá desobedeció la orden de equipo y ganó de punta a punta enfureciendo a su coequiper, el campeón Alan Jones.

Fue precisamente el irascible australiano el que sacaría fuera de pista a Piquet al inicio de la carrera en Zolder, tras un toque polémico y luego del retraso de la Ferrari de Didier Pironi que picó en punta. Y cuando el número uno de Williams buscaba su segunda victoria que lo volviera a meter en conversación, se fue solo contra una pila de neumáticos.

Entonces Reutemann, que seguía expectante la desenfrenada pelea de las primeras vueltas, tendría el camino libre para llegar sin problemas a la bandera a cuadros, acreditando un récord de 15 carreras consecutivas en los puntos, que se cortaría a la carrera siguiente en Mónaco y que tardó muchos años en batirse.

Pero, como se dijo, Lole no era un hombre feliz. El viernes, al salir a pista para la tanda no oficial, se le cruzó el mécanico de Osella Giovanni Amadeo y no pudo esquivarlo causándole la muerte, que sobrevendría días después. Eran tiempos de caos organizativo, de boxes abarrotados de gente que nada tenían que hacer allí y, para colmo, el de Zolder tenía la calle demasiado angosta. La sinrazón volvería a reaparecer el domingo de la carrera, cuando la disputa por el poder entre Jean Marié Ballestré, pope de la Fisa, y Bernie Ecclestone, pope de la Foca (las dos entidades se disputaban el control de la F-1, que ganaría el inefable inglés), llevó a una demora absurda de la largada.

Para colmo, el Arrows de Riccardo Patresse se clavó en el cuarto cajón de salida, el largador no vio sus señas, un mecánico kamikaze se metió detrás del auto para arrancarlo y fue atropellado a máxima velocidad por el otro piloto del equipo, Siegfrid Sthör. La carrera siguió y hasta que no bajó del podio en que ni siquiera levantó un brazo, Reutemann no se enteraría que de milagro el mecánico seguía vivo.

El Lole apuró el paso, iría a visitar a la familia de Amadeo y relegaría a un plano insignificante la que sería su última victoria en la Fórmula 1, la última de un argentino. La que no pudieron repetir en sus quijotescos intentos Oscar Larrauri y Norberto Fontana, y mucho menos Esteban Tuero y Gastón Mazzacane, económicamente respaldados. Y que 25 años después, más allá de la posibilidad de que alguna vez José María López compita en la máxima, aún suena a utopía.
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