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 sábado, 24 de diciembre de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Hoy debemos y nos debemos una reflexión de Navidad, es decir unas breves palabras para recordar el nacimiento de Jesús, de Ieshuá. Comencemos por preguntar ¿quién fue este Jesús? Pues el mesías, es decir el enviado de Dios para algunos; el mismo hijo de Dios para los cristianos; un gran maestro espiritual para una buena parte de personas herméticas; un profeta para los musulmanes y un alborotador, un embaucador que ofendió al mismo Dios para una parte de los judíos de su época; el mesías para otros judíos de aquel tiempo; un hombre que venía a salvar a los judíos del yugo romano para otros y un simple idealista para otros tantos. Un judío no ortodoxo de nuestros días diría, tal vez, que Ieshuá ben Ioséf (Jesús, hijo de José, como seguramente le llamaban en su época) era un buen judío que predicó la palabra de Dios, aunque dejaría asentado debidamente que no fue el Mesías y que era bastante flexible en algunas cuestiones, como no observar rigurosamente el shabat.

-¿Importa, en cuanto al destino del ser humano, quién fue en realidad este ser a quien yo, personalmente, quisiera llamar hoy querido "rabí Ieshuá Ben Iosef" (el maestro Jesús, hijo de José)? Y adviértase que al preguntar si importa quién fue Jesús, lo hago "en cuanto al destino del ser humano". Y remarco este hecho por una frase que recuerdo de George Bernard Shaw: "El cristianismo podría ser bueno si alguien intentara practicarlo". Desde luego que no comparto el mensaje final de estas palabras, por cuanto han sido muchos lo que han practicado el cristianismo y lo siguen practicando. Pero las expresiones de Shaw vienen bien para decir que no es tan importante andar discutiendo sobre quién fue Jesús, sino sobre si se practica su enseñanza y en qué medida esto se hace.

-Lamento profundamente ser pesimista y decir que muchos que se dicen cristianos se han olvidado no sólo de poner en práctica los principios de Jesús, sino que ni en cuenta los tienen (esto último es lo más grave). Y lo más penoso del caso es que muchos de quienes soslayan tales principios son dirigentes políticos, funcionarios que se dicen sus seguidores. Y esto sin contar a sacerdotes que se han olvidado (¿se olvidaron?) del principal mandato evangélico o a pastores que hacen del cristianismo un vil y repudiable comercio o laicos que usan a la Iglesia para acomodarse. Para ser justos, nos incluimos nosotros también -¡primeros!- entre la pléyade de personas que pronunciamos el bendito nombre de Dios, pero que lo ofendemos a cada momento poniendo en práctica la rogatoria al cielo, pero el masazo para nuestro prójimo. ¡¿Qué paradoja, verdad?!

-"¡Pobre Ieshuá!" podrá exclamar algun religioso lleno de piedad. Es cierto, pobre Ieshuá, festejamos su nacimiento para después crucificarlo. Lo crucificamos de mil y unas maneras, pero para resumir digamos que lo hacemos cuando nos desentendemos, por acción u omisión, de la problemática de los demás y sólo nos preocupa nuestro propio destino. ¡Qué error! Y entonces, a poco que se reflexiona, es posible concluir en que no es Ieshuá el ¡pobre!, sino nosotros mismos.

-La expresión de aquel piadoso pastor no sería entonces "¡Pobre Ieshuá!", sino: ¡pobre de nosotros que celebramos un nacimiento sin saber qué celebramos y crucificamos sin saber qué crucificamos! ¡Pobre de nosotros que no comprendemos las consecuencias de la insensatez! Pero, ¿cuál es tal insensatez? Podríamos resumirla de la siguiente forma que es, en el fondo, el mensaje evangélico: "Nadie podrá estar completo sino completa a su hermano, a su prójimo". Y es precisamente porque se ha olvidado el motivo de la Navidad, la razón del nacimiento de Jesús, por lo que hay tanto vacío existencial en el mundo, tanta soledad incluso en compañía. Vacío, falta de completud en todas las naciones, en todas la razas y credos, en todas las clases sociales. Sin ir más lejos, nuestra peatonal Córdoba estará hoy atestada de gente que pugnará por comprar regalos, bebida, comida. No es que esté mal, es sólo que lo asombroso es que no se adquieran otros presentes, otros alimentos que podrían hacer de esta sociedad algo bellísimo. ¡Y eso que tales dones el cielo los regala! De todos modos, ojalá que esta sea una feliz Navidad para todos y ojalá también que aquellos que hoy sonríen no olviden a los que en esta Nochebuena estarán llorando. Por estos últimos, especialmente, pido a Dios y a rabí Ieshuá Ben Ioséf.

Candi II

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