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 domingo, 11 de diciembre de 2005  
El viaje del lector: París, glamour y bohemia

De rebote, casi sin pensarlo y gracias a una gentil invitación, me vi otra vez pisando las calles de una de las ciudades más cautivantes que me ha tocado conocer: París. La Torre Eiffel, El Arco de Triunfo, Notre Dame, son íconos indiscutibles y realmente moviliza pararse delante de cada uno de ellos. Sin embargo, París es mucho más que un puñado de monumentos muy bien distribuidos.

Caminarla es un placer: sus grandes espacios verdes, el Sena, las anchas avenidas y las más anchas explanadas, los espacios culturales, el equilibrio de su arquitectura, el buen gusto. En París, parece haber lugar para todo y para todos.

Me llamó la atención la estación de Cluny La Sorbonne, que tenía firmas en relieve a lo largo de todo el techo. Intenté imaginarme el subte de Buenos Aires de esa manera y no lo conseguí.

De los tres días que pasamos allí, uno se lo dedicamos al parque de diversiones de Eurodisney, un lindo lugar para llevar a los chicos. Algo curioso es que los personajes típicos trabajan media jornada, es por eso que me quedé sin mi foto con Pluto, que al mediodía marcó tarjeta y se fue a su cucha.

De vuelta a la ciudad, visitamos el Museo del Louvre, algo que por sí justifica la visita a cualquier ciudad donde estuviese emplazado no sólo por la colección de arte que resguardan sus galerías, sino por lo maravilloso de su arquitectura. Para poder ver todo hacen falta tres días... Para conocerlo, no alcanza toda una vida.

También en París hay un lugar al que quisiera volver cada vez que tuviese un par de horas de tiempo ocioso: los Jardines de Luxemburgo. Un espacio verde en el medio de la ciudad, lleno de flores de todos colores y tamaños. Pudimos pasar por allí sólo por algunos minutos, puesto que, como la gran mayoría de los parques de Europa, cierran sus puertas a una hora determinada. Así que, cuando todavía había luz solar, empezaron a sonar silbatos que nos "arrearon" literalmente hasta las salidas.

El domingo por la mañana visitamos el Sacré-Coeur, bajamos a Montmartre atravesando toda la zona bohemia de París, con artistas callejeros y cafés de mesas diminutas para llegar finalmente al Moulin Rouge. El menú más económico que incluye el derecho a espectáculo costaba alrededor de 180 euros por persona. Por suerte, era domingo a la mañana y llevaba una buena baguette en la mochila. A la tarde subimos a la torre Eiffel. Cuando los nazis venían avanzando y la caída de París en sus manos era ya un hecho, los empleados de la torre sabotearon los ascensores. De esta manera, el führer debió optar por subir 1665 escalones o tomarse fotos desde Trocadero, con la torre de fondo. La vista desde lo alto de la estructura es increíble. Ayuda mucho que la ciudad no tiene edificios altos, lo cual permite que se pueda divisar cada punto con facilidad.

Más tarde, perdidos, caímos en el Quartier Latin, una zona de hermosas callecitas muy angostas y zigzagueantes donde abundan los restaurantes italianos, mexicanos, griegos y algunos que publicitan carne argentina. Cenamos y nos dedicamos a caminar la "ciudad luz" con la única misión de llenarnos los ojos de imágenes que cuesta sacarse de la retina. París es el glamour que venden las revistas expresado en sus grandes tiendas y restaurantes, pero también es diversidad cultural.

Mariano Folis
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