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 domingo, 11 de diciembre de 2005  
[Lecturas]
Cercano y seductor

José Luis Cavazza / La Capital

Leer una novela de Haruki Murakami es como disfrutar de un chocolate riquísimo; no podés parar de comerlo y, al mismo tiempo, deseás que el final se demore el mayor tiempo posible. Más o menos así ocurre con la lectura de "Tokio Blues" (1987) y "Al sur de la frontera, al oeste del sol" (1998), las dos últimas novelas del escritor japonés editadas este año en Argentina por Tusquets.

También, leer a Murakami puede llevar al engaño de que Tokio y Kioto son ciudades que quedan a la vuelta de la esquina y de que las historias son como guiños para revisar nuestras propias historias, sobre todo para quienes cruzaron la frontera de los 40 años. Estas historias van para atrás, intentan rescatar siempre el tiempo perdido.

Murakami, con su prosa clara y directa y sus historias emotivas, levemente melancólicas pero que no buscan deprimir sino resaltar el costado espontáneo y de libertad de sus personajes, es un autor al que a uno le da ganas de recomendar a los amigos. Porque Murakami hoy es el escritor más seductor de Japón.

Ambas novelas tienen varios puntos en común. Los relatos son en primera persona, y los narradores bordean los 40 años (37 años, exactamente). En "Tokio Blues" Toru Watanabe retrocede hacia el final de su adolescencia y en "Al sur..." Hajime inicia el periplo en la niñez.

La música, para Murakami, no es un elemento decorativo, sino que juega un papel de vaso comunicante entre sus personajes y Occidente. En "Tokio Blues", al escuchar una vieja canción de los Beatles, "Norwegian Wood", a bordo de un Boeing 747 a punto de aterrizar en Hamburgo, Watanabe inicia el viaje mental hacia atrás, hacia la infinidad de cosas que creía haber perdido en el curso de su vida. El muchacho, además, en los momentos de mayor melancolía escucha el disco de Miles Davis "Kind of Blue" (aunque no en CD como señala el libro en un error de la traducción, ya que la escena se sitúa a finales de los años 60). A Hajime también le gusta el jazz; es más, en su adultez regentea un club de jazz (el propio Murakami regenteó en los 70 un bar de jazz en Tokio). Un disco de Nat King Cole cantando "South of the Border" envuelve a Hajime en dos momentos claves -al comienzo y al final de la novela- de su historia junto a Shimamoto, además de inspirar el título del libro. Y juntos escuchan en el club de jazz "Star-Crossed Lovers", la pieza de Duke Ellington que habla de unos amantes que nacieron bajo el signo de la fatalidad.

Es que estas novelas de Murakami cuentan, esencialmente, historias de amantes desdichados. De amores imposibles de sostener. De jóvenes que no encuentran el rumbo sobre finales de los convulsionados años 60 y de personajes centrales femeninos -Shimamoto, de "Al sur..." y Naoko, de "Tokio Blues"- tan misteriosos como difíciles de penetrar, esto dicho en el sentido más amplio del término. Es sorprendente: las demás mujeres de las historias son activas y resueltas, a diferencia de Shimamoto y Naoko, tan etéreas y siempre al borde de la inestabilidad psíquica.

En las historias de Murakami, al contrario de las novelas de Mishima y de Yasunari Kawabata, por ejemplo, no hay vínculo visible con el Japón de costumbres milenarias, con el budismo zen y los templos de oro. Muestran una Tokio turbulenta y occidentalizada. Leer a Murakami -que vivió en Europa y Estados Unidos entre 1988 y mediados de los 90- conduce a Scott Fitzgerald, Joseph Conrad, J.D. Salinger, Miles Davis o a los Beatles. Watanabe lee "El cazador oculto" y su amiga Reiko toca en la guitarra una fuga de Bach, "Norwegian Wood", "Julia", "Michelle" y luego hablan de "Casablanca". Quizá, el elemento japonés más fuerte en las novelas de Murakami es el hilo que une a sus personajes con la muerte y, sobre todo, el suicidio. Dice Watanabe al respecto: "La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida. Es una realidad, y mientras vivimos, vamos criando la muerte al mismo tiempo".

Los personajes de Murakami viajan hacia la madurez, desde donde regresan, en forma de relato, a las incertidumbres de la juventud. Watanabe y Hajime realizan en el viaje al margen de la tradición, la religiosidad y sin la influencia de pecado alguno: lo hacen envueltos en la rutina de las grandes ciudades, sin la certidumbre tutelar de los dioses. Tal cual lo hace el hombre contemporáneo en su periplo diario hacia una felicidad tan poco probable como deseada. Quizá por algo de todo esto, el mundo de Murakami sea tan cercano y seductor.
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Murakami. Claro, directo y emotivo.

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