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 domingo, 11 de diciembre de 2005  
[Nota de tapa] - 2001, odisea en Argentina
La historia en tiempo real
Diciembre de 2001, el país estallaba y en ese momento Leonardo Levinas decide escribir una novela. "El último final" recrea ese ambiente y propone un juego al lector sobre el relato en sí mismo

Lisy Smiles / La Capital

Increíble. Ensoñación. Una contradicción permanente. Incertidumbre. Libertad y angustia. 2001, la odisea argentina. Un diciembre que por momentos parece una pieza de arqueología, montada sobre un territorio tomado por sus habitantes pero también plagado de fantasmas. Un país. Eso, 19 y 20 de diciembre también fueron y son este país.

Algo de todo esto es lo que recrea una novela de reciente aparición ("El último final", Leonardo Levinas, Alfaguara). Ese cruce de sensaciones que por momentos estallaba y por otros, desaparecía; donde no había techo, ni piso. Un grito de hartazgo desparramado en las calles; las balas impunes, siempre impunes, sobre los cuerpos; era la historia pegando cachetadas. Y por momentos la ilusión de redes ciudadanas, que construían política, rechazando a los políticos.

Ocurrió, no hace mucho. Se suele olvidar, pero ocurrió. Algo de eso se sintió días atrás cuando Roberto Lavagna dejó el Ministerio de Economía. La incertidumbre sopló sobre el endeble archivo de imágenes de este país.

"El último final" puede decirse que es la novela de Leonardo Levinas, pero también de unos cuantos más que durante aquellos días de diciembre de 2001 deambulaban por la ciudad entre la excitación y la duda. Es la novela de Levinas porque es autorreferencial, lo que sucede allí, le ocurrió al escritor. Salvo, y depende desde donde se mire, la trama policial que protagoniza Emilia, una ficcionalizada vecina del autor. Es que si se lee a Emilia desde la sospecha, surge la certeza de que ella es Argentina.

Desde un punto de vista casi literal, en "El último final" se puede leer sobre la vida de un profesor de historia (Levinas lo es, además de graduado en filosofía y doctor en física) que en diciembre de 2001 decide registrar por escrito todo lo que sucede, pero también lo que a él le sucede. Y en ese marco, una enigmática vecina le arroja en su casa un bollito de papel que dice: "Ayudame".

La novela es voluminosa, pero no por sus páginas (253) sino porque el autor baraja distintas densidades, distintos tempos. Ahí, él se asume como un punto en ese círculo, ese que cree es el tiempo, donde transcurre la historia de este país, la de Emilia.

-¿Por qué elegiste el 2001?

-La novela está escrita en un presente estricto. La idea surgió el 24 o 25 de diciembre de 2001. El planteo fue escribir paralelamente lo que sucedía en el país; lo que me ocurría a mí, el grueso de lo que se dice ahí es cierto; y aparte, armar una trama con una supuesta vecina. La novela empieza el 18 de diciembre. Después de ponerme al día, el 26 o 27 empecé a escribir lo que había ocurrido el día anterior, utilizando los diarios, y de acuerdo también con mi propia participación en los incidentes o en mi actividad de esos días que fue muy especial. En paralelo armaba esa trama donde el personaje femenino es como representativo de todo el estado de cosas del país, en particular de la ciudad (de Buenos Aires).

-Diciembre de 2001 no es sólo el escenario, es también protagonista.

-En realidad, la ciudad es como asaltada por sus propios habitantes. La salida a la calle, los incidentes violentos del 19 y el 20, la caída de De la Rúa, hay una ocupación de los habitantes sobre la ciudad pero también hay una desaparición de la ciudad misma. Había como un estado general de angustia, de incertidumbre. No se sabía si al día siguiente iba a haber un gobierno militar, o una suerte de revolución socialista, quién era el presidente, cuál era el futuro. Paralelamente iba escribiendo todo lo que acontecía y por momentos me parecía que algunas cosas que escribía podían sonar como absolutamente inverosímiles, pero eran absolutamente reales y objetivas.

-¿Cuáles son las dimensiones en las que se juega la novela?

-Hay tres planos: lo que acontece en el país, en Buenos Aires, después está lo que a mí mismo me acontecía y después, la ficción de la vecina, y muchas cosas de la ficción de la vecina son mucho más verosímiles que lo que efectivamente sucedía.

-Por momentos el relato tiene algo de arqueológico.

-Si, es bueno eso. Yo, por ejemplo, para recuperar la sensación que tenía debo volver a leerlo, esas sensaciones son como irrecuperables. Era como un estado de ensueño, pero de absoluto ensueño. Yo estuve en parte de los incidentes y si no los vuelvo a releer me cuesta mucho recuperar esa sensación. Otra cuestión es la vigencia. En algún momento me parecía que todo eso perdía algo de vigencia, que el país había cambiado mucho, creo que fue hacia finales del gobierno de Duhalde, pero después me di cuenta que si uno lee la novela es muy representativa de lo que todavía pasa y va a pasar en este país.

-Con la salida de Roberto Lavagna de Economía algo de esa sensación reapareció, al menos la pregunta sobre si el 2001 está cerca o lejos.

-Hay una suerte de tiempo circular. Cuando vos tenés un tiempo circular, como el de los calendarios, y estás parado en el presente, es decir en un punto del círculo, lo que está atrás parece el pasado y lo que está adelante, el futuro. Pero resulta que en un círculo el pasado y el futuro son absolutamente relativos, porque vos a medida que te vas acercando al futuro te estás acercando también al pasado, si es que se va a repetir. Y en la realidad Argentina es como una constante repetición de determinados vicios.

-La cuestión del tiempo aparece casi como una obsesión en toda la novela.

-Sí, es una obsesión. Pero en esta novela siento como que el tiempo me venció un poco, en el sentido de que en esos días era como que pasaban todas esas cosas y no pasaba nada, y eso se veía mucho a nivel espacial. Recuerdo con mucha fuerza una sensación, cuando se dieron los incidentes, yo estuve cerca del Obelisco, y ahí era una concentración de historia. Vos salías de ese radio y la ciudad estaba como vacía. Eran como dos tiempos totalmente diferentes, el de los acontecimientos vertiginosos, y después estaba toda una ciudad muerta, en el mismo momento.

-Hoy, ¿podés comprender lo que pasó?

-No sé, hay distintos niveles de comprensión. Yo creo que hay cosas que se pueden comprender, era obvio que iba a suceder esto, que la cosa iba a explotar, pero a mi lo que más me cuesta comprender es cómo se puede llegar a una cosa así. Hay cosas que no se aprenden de la propia historia, de lo que uno parece haber entendido, y esa experiencia es como que se borra. Para mí lo más elocuente está en el "Que se vayan todos". Se quedaron, y además se quedó lo peor. Y uno puede entender que la consigna es muy discutible, pero hablaba de la bronca, de la desconfianza, y después vos ves que los tipos van y los votan. Es como que es el único sistema disponible.

-Vos en la novela decís "la historia que estoy escribiendo", ¿o sea que escribiste historia?

-Bueno, sí, en este caso. Si bien es una novela, y está escrito desde lo literario, en cierta manera es un libro de historia porque apunta mucho a la sensación, y la sensación tiene a veces un grado de realidad mucho mayor que un objeto, que una cosa. Yo creo que muchas veces es más efectivo, más real, recrear una sensación histórica que una concatenación de hechos o de acontecimientos.

-¿Quién es Emilia? ¿Es una alegoría en sí misma, porque en la novela se habla de las alegorías de Emilia?

-Emilia, toda la historia de Emilia, el pseudopolicial, donde no cierra nada definitivamente, es una alegoría, como vos decís, por toda esa incertidumbre. No sé, yo constantemente la veía como la metáfora de la Argentina. Y eso es lo único no real de la historia.

-Pero a la vez es hiperreal.

-Sí claro, pero además se filtra perfectamente en mi propia historia y el propio anecdotario del país, encaja perfectamente, y por ahí es lo más verosímil, y es un historia inventada. Mientras parece que lo más inverosímil es la crónica política de lo que pasaba.

-El último final parece como imposible.

-Sí, puede ser. Por lo pronto es redundante. El primer final de la novela no es el último porque después la novela se resuelve por fuera de lo planteado como una situación absurda respecto de toda esa trama. Eso es como un juego; no lo puedo contar, porque si llega a salir una segunda edición de este libro, es posible que le cambie el final, porque después pasó otra cosa. El último final suena un poco a eso, es como una novela que habla de sí misma.

-Hay cajitas chinas.

-Es como un tic que yo tengo, ¿acaso uno mismo no es una cajita china?
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La consigna. "Se quedaron y además se quedó lo peor", advierte Levinas.

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