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 domingo, 27 de noviembre de 2005  
Opinión
Viejas recetas ante un crimen alarmante
Tras el homicidio de un comerciante hace tres días, otra vez se habló de "meter bala" en Rosario, donde en los últimos trece días la policía abrió fuego contra seis jóvenes en una camioneta y hubo seis muertos por disparos

Hernán Lascano / La Capital

Tan desmesurado, tan injusto y tan incomprensible fue el asesinato de Diego Viassoli que las reacciones estallaron en una correntada visceral e imparable. Lo mataron de cuatro tiros el jueves a las 7.50 cuando entraba a su maxiquiosco a trabajar, delante de su esposa, a la que previamente el asaltante intentó, según el relato policial, atacarla sexualmente. Tenía 32 años y dos hijas de 12 y 8 años con quienes vivía en Rondeau al 300, a veinte metros del negocio donde había explotado el drama.

La mayoría de los mensajes emitidos por radio y televisión, como los de los vecinos que encontraron los periodistas que cubrían el crimen, amalgamaban decepción, miedo, inquietud y bronca. Como siempre en estos casos, se volvió a hablar de una ciudad sitiada por criminales, a derramarse los pedidos de pena de muerte y a protestar contra gobierno, jueces y policía.

Una voz llamativa se elevó entre las tantas. Era la de Sergio G., un hombre joven, repartidor de alimentos, jefe de familia. Padre además de Andrés, un nene que va a la escuela con Marianela, la hija menor del comerciante asesinado.

Con inflexión serena, este hombre hilvanó un discurso sencillo pero de gran emotividad. El viernes le dijo a Radio Dos que él mismo al irse a trabajar experimentaba cada día el miedo de no saber si volvería por sentirse acechado por delincuentes. Y se confesó abrumado por las secuelas de este crimen en su propia familia, ya que ahora debía exponer a su hijo a la violencia de explicarle qué había ocurrido con el padre de Marianela y prepararlo para acompañar el dolor de su compañera de aula.

Cuando terminó de expresar todo este cuadro, Sergio planteó que la situación era agobiante y que por ello era precisa una respuesta inmediata. Tomó aire y proclamó: "Si hay que meter bala, que metan bala".

La descarga de Sergio es el discurso de alguien que se siente oprimido por una violencia que asume como injusta intrusión contra su vida y las de quienes, como él, se ganan la vida con esfuerzo. Sergio entiende al delincuente como una persona desviada, que no participa de los valores de la comunidad y al que debe erradicarse a cualquier costo para restituir la armonía perdida de los que quieren vivir en paz y no a costa de los bienes o hasta de la vida de los otros.

Pero la de Sergio es, también, la reacción de una persona a la que este homicidio lo asoma dramáticamente al precipicio de nuestros comprensibles temores cotidianos. El grave problema es confundir una reacción subjetiva ante lo injusto, aunque muchos la compartan, con una solución idónea en términos de política criminal y de seguridad pública. Algo que pasa con recurrencia en la sociedad argentina, donde la tragedia de perder un hijo violentamente en un secuestro convirtió a un hombre en el gran prescriptor de política criminal nacional. Alguien que no se apoyaba para ello en ninguna aptitud técnica, sino en el fervor de millones que se identificaban con su drama individual.

Dos especialistas ingleses que invirtieron décadas para formarse en criminología, John Lea y Jock Young, acostumbran decir que la gente en general sabe que diseñar algo tan complejo como un puente o un avión requiere de investigación, experimentación, estudio y desarrollo continuo. Pero que el problema de garantizar la seguridad pública se concibe como algo simple y por eso cualquier persona, sostienen ambos, se cree capacitada para dar cualquier receta sobre cómo hacerlo.

Estos dos estudiosos dicen que ni la obviedad ni el sentido común crearon los transbordadores espaciales. Y que entonces no hay por qué pensar que la improvisación y la sabiduría popular deben dominar la intervención en sistemas sociales que son mucho más complicados. No obstante, casi todos los días los medios difunden fórmulas con que cada vecino ofrece su eficiente solución.


Meter bala
En trece días, del sábado 12 al viernes 25 de noviembre, hubo en Rosario seis muertes por disparos de armas de fuego. No son pocos casos. Aquel primer día un ex combatiente de Malvinas fulminó a un chico desarmado de 16 años que supuestamente le sacaba herramientas de su camión en Francia al 5800. El mismo día un policía persiguió y mató a un ladrón de 22 años que quiso robar en una distribuidora de Barrio Godoy. Y por la noche un robo en un depósito de golosinas de Empalme Graneros resistido por un vigilador decretó la muerte de un asaltante de 25 años. En la refriega fue gravemente herido el custodio. Y a un cadete de 18 años, ajeno al hecho, también lo balearon.

El jueves pasado fue el caso del comerciante Viassolo. Anteayer un policía echó a tiros a cinco asaltantes del Hospital Español matando a uno de ellos (ver página 41) y un rato antes otro suboficial se enfrentó contra los ladrones de una moto que murió con un tiro en una vértebra en Lejarza y Manantiales.

La política de "meter bala", por lo visto, está vigente. La grave cuestión es que enunciados como ese confieren legitimidad a la brutalidad de intervenciones que muy a menudo con sus resultados generan un valle de lágrimas. Porque algo jamás asegurado cuando se aprieta el gatillo es quién recibe el tiro.

Atento al reglamento, el policía que anteayer disparó en el Español cumplió con su deber de conjurar un ilícito. Ahora, pensando en el resultado posible, ¿es razonable abrir fuego en un corredor donde circula público? El discurso de Sergio pidiendo meter bala -y efectivamente allí había delincuentes- insinúa la respuesta afirmativa. Lo que nunca pensará Sergio es que su propia receta puede tener efectos terribles. Sergio imagina que ante un disparo invariablemente caerá un delincuente. Nunca concebirá que él mismo con sus hijos, o cualquier persona, puede estar en el pasillo hospitalario donde silban esas balas.

La obnubilación del miedo propone acciones contra la inseguridad que la mayoría tomará como solución aunque de solución no tenga nada. Es un discurso que deja sucesos recientes en zona de amnesia e induce a planteos casi esquizofrénicos. El reclamo fervoroso de más plomo se dirige a la policía. Pero lo elevan muchos que se horrorizaban, hace nomás diez días, cuando una patrulla del Comando cosió a disparos reglamentarios el vidrio de una camioneta donde iban seis jóvenes que eludieron un puesto de alcoholemia.

Hay que tener mucho respeto por la gente que sufre, oír su reclamo de protección y dar respuesta. Pero ni el diseño de un transbordador espacial ni de una política de seguridad se improvisa con métodos pasionales. Meter bala o agravar las penas son respuestas retroactivas al delito: no lo solucionan porque van detrás de él. Y el delito no deviene de la anormalidad de un individuo sino, mayoritariamente, del funcionamiento "normal" de una sociedad que excluye. No es el resultado no previsto de un individuo extracomunitario y desviado sino, a menudo, el efecto que la sociedad descarga sobre cada vez más sujetos privados de escolarización, de perspectiva laboral, de chance de vivienda y confort que a otros sí les brinda visiblemente.

La falta de ciudadanía provoca criminalidad. El delito nunca se erradicará pero se podrán atenuar sus potencialidades trabajando, justamente, para crear ciudadanía. "La privación que viven las grandes masas en la Argentina produce este delito desesperado", dice el criminólogo santafesino Máximo Sozzo. "Lo fundamental es una cosa más compleja y más perversa: esas mismas personas que están privadas de bienes materiales se encuentran incluidas culturalmente en una serie de estereotipos acerca de lo que es una vida digna de ser vivida". Es decir: invitados a desear pero sin herramientas para tener.

El ideal represivo condensado en un trágico eslogan -"meter bala"- crea la ilusión de que una respuesta a corto plazo es posible y eficaz. Será tranquilizador para quien quiera engañarse. Lo mismo que los reclamos de mayor presencia policial: pese a la validez de la acción preventiva, aunque se militarice la sociedad la policía llegará cuando el delito esté consumado. Hay que pensar en el antes del delito. Ello exige que la misma sociedad civil requiera más análisis profundo y enormes niveles de inversión pública que incluyan a los descontentos que hoy, delinquiendo, no tienen nada que perder. Esas son políticas de largo plazo. Contra el delito, cualquier otra cosa es un remiendo efímero.


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La conmoción de la madre de Viassolo, asesinado en Rondeau al 300.

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