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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
Camboya: Belleza más allá de los templos

Matías Balbo

Hace menos de una década, incluir a Camboya como destino del sureste asiático era algo impensado. Después de treinta años de guerra civil, este país olvidado por el mundo abre sus puertas para los turistas llenos de aventura. No hace falta ver un folleto turístico para darse cuenta que el Angkor Wat, símbolo comparado con el Taj Mahal o la Muralla China, es el orgullo nacional.

El majestuoso templo, impreso en todos los devaluados billetes o inmortalizado en la bandera nacional, es la "meca" del extranjero. Sin embargo, Camboya no sólo nos ofrece Wats (templos). La costa sur, con playas desérticas de arenas blancas y aguas de ensueño, es el lugar de descanso merecido si se quiere visitar los exuberantes bosques del interior, navegar por el poderoso río Mekong o ver los delfines de agua dulce. Con una superficie parecida a Uruguay, y con una población de 13 millones y mayoritariamente menor a treinta años debido a las cenizas que dejaron los regímenes dictatoriales, llegar a Camboya es posible mediante vuelos provenientes de sus países limítrofes, China o Taiwán. Para aquellos con presupuesto reducido, paciencia, y con ganas de conocer la verdadera Camboya, cruzar la frontera por tierra es la opción. Las desoladas aunque seguras rutas de tierra nos dan la bienvenida a una realidad donde el presente no parece superar al pasado. En los cien kilómetros después de la frontera, el visitante observara la supervivencia de sus pobladores y la escasez de apoyo que su vecina Tailandia se ha empecinado a demostrar a lo largo de los años.


Para explorar el Angkor Wat
Siam Reap es un pequeño pueblo que crece día a día. Es el punto de inicio para recorrer el lugar religioso más grande del mundo construido entre los siglos IX y XIII por el imperio Khmer para glorificar a una sucesión de reyes jemeres.

"No hay nada que se le parezca", parece ser el pensamiento colectivo de los miles de turistas fascinados que regresan a las hosterías después de transitar los 26 kilómetros cuadrados de extravagantes templos y monumentos en ruinas a lo largo de los tres días que dura la estadía.

Para los que permanezcan más tiempo en Siam Reap, una visita el museo a los caídos por las minas antipersonales, aún existentes en zonas rurales, ayuda a entender aún más su historia. Allí se comparten experiencias con sobrevivientes y se toma conciencia de lo que alguna vez ocurrió en su país con la dictadura de Pol Pot: tiempos de atrocidades, refugiados, pobreza e inestabilidad política.

La capital es una ciudad cautivante. Antigua colonia francesa, es la sede para internarse en sus espectaculares mercados, comer alguna especialidad a base de arroz o comprarse una típica krama (bufanda en idioma jemer).

A quien le interese los contrastes, una visita al palacio real, morada del rey Sihanouk, y a la espectacular Pagoda de Plata, nombre que adquiere debido a sus 5000 azulejos de plata, puede resultar un oasis de calma comparando a sus calles atiborradas de bicis y motocicletas que se encuentran detrás de sus muros.

Como relajarse es parte de las costumbres asiáticas, los camboyanos se enorgullecen de ser pioneros en los masajes corporales realizados por personas no videntes y una visita apoyará a la "fundación manos que ven" y nos dejará con energías para continuar el viaje hacia las playas del sur del país donde se puede practicar buceo de nivel por pocos rieles (moneda local).

Dejando Camboya uno siente que ha transitado por paisajes de imponente belleza, disfrutado de una reciente pero relativamente estable paz de una nación que espera del turismo una salida para su pobre economía.
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El lugar religioso más grande del mundo fue construido para honrar a los reyes jemeres.

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