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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
La cumbre. Todos los reproches para la seguridad y el ministro Fernández
La bronca de los que sufrieron la violencia como un huracán
Los marplatenses no salen de su asombro. Para algunos "la policía estaba arreglada", otros le echaron la culpa al gobierno

Javier Felcaro / La Capital

Mar del Plata (enviado especial).- Falta de seguridad y demoras en la acción policial. Reiterando estas quejas hasta el hartazgo, los vecinos y comerciantes del microcentro marplatense vivieron el día después de los graves incidentes provocados el viernes por participantes de la marcha contra el presidente estadounidense, George W. Bush, convocada por piqueteros duros, organizaciones sindicales y partidos de izquierda y que dejó decenas de locales rotos e incendiados y 60 detenidos.

Los reproches fueron dirigidos a funcionarios nacionales y municipales y policías por haber privilegiado una acción disuasiva y permitido la creación de una zona liberada durante 90 minutos luego de que la columna llegara (sin esgrimir violencia) al primer vallado que define la zona de exclusión en la avenida Colón y Corrientes.

El intendente de Mar del Plata, Daniel Katz, quien anteanoche cosechó insultos y hasta un amague de agresión, recorrió el centro de prensa de la cumbre y anunció que el Ministerio del Interior acababa de resarcir a los damnificados. Antes, al ingresar al hotel Hermitage, el jefe de la cartera política, Aníbal Fernández, había defendido la actuación policial, que priorizó "morigerar los conflictos" (ver página 7).


Zona de desastre
Los vecinos, muchos aún masticando bronca, recorrieron por la mañana avenida Colón desde Corrientes a España, el tramo en el que los destrozos producidos por por dos o tres centenares de manifestantes causaron daños millonarios en empresas, comercios e instalaciones públicas. Azorados, auscultaban el frente del tradicional restaurante Montecatini, donde el tabicado de protección de la vidriera terminó con la leyenda "No al asesino de Bush" pintada con aerosol rojo.

Al percatarse de la presencia de periodistas, un hombre apuró el paso en dirección a Corrientes, no sin antes asegurar que "la policía estaba arreglada". A pocos metros, obreros y empleados municipales limpiaban la vía pública y borraban grafittis, mientras que vidrieros (contratadas por la Intendencia) reponían los cristales rotos.

En Colón y Santa Fe la escena era digna de un campo de batalla. En la sucursal del Banco Galicia no quedó nada por efecto de las bombas molotov lanzadas por los manifestantes. Y pudo haber sido peor: en la vereda de enfrente se encuentra el Automóvil Club Argentino y una estación de servicio de YPF con varios surtidores. Testigos contaron que las instalaciones se salvaron porque fueron elegidas por los violentos para aprovisionarse de combustible.

Con el correr de los minutos, comerciantes y vecinos se arremolinaron en la esquina más perjudicada. El intercambio de opiniones y vivencias desembocó en una virtual asamblea popular. "Ese bigotudo de Fernández (por el jefe de Interior) es el instigador; que venga a dar la cara", reclamó a grito pelado un hombre robusto, enfundado en una campera de gamuza con reminiscencia delarruista.

Otro, con suéter escote en V a rombos e inconfundible tonada patricia, miró fijo a la cámara de la cadena de noticias norteamericana CNN y disparó: "No es casual. Primero pasó lo de Haedo (por los incidentes en la estación de trenes) y ahora Mar del Plata. A estos ladrones los mandó una mafia que tenemos en la provincia de Buenos Aires. Hay peronistas de izquierda y de derecha, pero son todos chorros".

No fue la única voz que aludió a una operación política elípticamente atribuida a la figura del ex presidente Eduardo Duhalde. Más temprano, el diputado nacional Miguel Bonasso, fogonero del Expreso del Alba, había hablado de grupos de "inadaptados, imbéciles y perversos" guiados por "algún sector desplazado de Buenos Aires".


Luces rojas
El debate callejero terminó al rojo vivo. Una mujer pareció intentar defender al presidente Néstor Kirchner pero se atajó ante la mayoría de miradas inquisidoras: "Ojo, yo no lo voté". Un joven frenó su ciclomotor y abrió los oídos a la discusión. Sin embargo, a los pocos minutos se marchó molesto. "Del otro lado de la valla tienen a un genocida (por Bush) y no dicen nada. Estos creen que Mar del Plata se termina en la avenida Mitre y que todos los demás somos negros", afirmó ante La Capital, disconforme con el tenor ideológico de la charla.

Mientras juntaba trozos de vidrios dispersos por la vereda, el dueño de la pequeña rotisería La Mejor contó que tuvo que abandonar el local "por la cantidad de cosas que nos arrojaron". Y que al regresar una hora después del ataque "todavía no había ningún policía, por lo cual esto fue una zona absolutamente liberada".

El disgusto aumentó cuando, alertado por el cúmulo de personas en plena vía pública (en momentos en que los presidentes arribaban al Hermitage), un helicóptero de la Policía Federal sobrevoló la zona. "Mirá, ahora sí vienen", bramó -indignada- una mujer, al tiempo que una transeúnte reivindicaba al intendente: "La verdad es que Katz fue el único que puso el rostro".

Por la tarde, en el local de Havanna emplazado en Colón y Santiago del Estero ya se habían reparado todos los ventanales y los empleados terminaban de reponer la mercadería robada. Y Muchos relatos dieron cuenta de la aparición, a pocas cuadras del comercio y desperdigadas sobre la acera, de varias cajas de los tradicionales alfajores. Eso sí, vacías.

Tampoco se salvaron de la destrucción locales comerciales y locutorios de Telefónica y de CTI. El dueño de dos comercios lamentó la rotura de cristales y el incendio de computadoras, impresoras y escritorios. Y aún no salía de su asombro por haber tenido que apagar el fuego junto a otras personas a raíz de la ausencia de bomberos. Los atacantes se ensañaron hasta con una pequeña peluquería ubicada en Corrientes al 2100, cuya vidriera fue atravesada por una gran piedra.

Todas las opiniones confluyeron en un punto: en que la otra Mar del Plata, la que quedó detrás del triple cerco que resguardó el desarrollo de la reunión de Jefes de Estado, también merecía mayor protección.

No fue casual que en los días previos a los incidentes los comerciantes del microcentro blindaran sus negocios, sugestionados por las movilizaciones por venir y lo ocurrido en Haedo. Incluso el viernes, durante la multitudinaria y pacífica marcha de la contracumbre hasta el estadio mundialista, numerosos locales (hasta estaciones de servicio) hicieron lo mismo.
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El Estado corrió con los gastos de reparación.

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