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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
Panorama político
América, con el corazón partido

Mauricio Maronna / La Capital

Los problemas de Europa son los problemas del éxito. ¿Son los de América latina los del fracaso? La pregunta que se formula el escritor mexicano Carlos Fuentes, además de merecer una respuesta indubitadamente afirmativa, opera como llave para intentar abrir esa mezcla de postal hollywoodense y circo criollo que se vive por estas horas en Mar del Plata.

¿La IV Cumbre de las Américas marcará un antes y un después en la vida cotidiana de los argentinos? Decididamente no. Uno de los que tiene más internalizada esa convicción es el propio presidente Néstor Kirchner, quien puso su mejor pose de anfitrión para lograr esfumar apenas por una horas la imagen de hombre desapegado de los protocolos, los ropajes exuberantes y los gestos de la alta diplomacia.

"En Mar del Plata tenemos cumbre, contracumbre y recontracumbre", se le escuchó decir horas antes de que la ciudad balnearia se convirtiera en el imán mediático del mundo hispanohablante.

En verdad, el santacruceño comprobó en su encuentro del viernes con George Bush que de ahora en más no deberá esperar más andadores de la Casa Blanca para desplazarse por los organismos de crédito y los edificios de las grandes corporaciones extranjeras.

Más allá de la permeabilidad de ciertos análisis a las "fuentes oficiales de Balcarce 50", que pueden convertir en oro lo que en realidad es un papel mojado, la entrevista y posterior mensaje a los periodistas argentinos del hombre más odiado del planeta tiene una traducción concreta: su presidente ya puede caminar sin la ayuda de Estados Unidos.

Pese al diálogo "sincero y crudo", como Kirchner definió su encuentro con Bush, quedó perfectamente claro que ambos mantienen una sintonía que lejos está de quedar interferida por los ruidos laterales, los juegos para la tribuna o la venta de humo que exudaba el Tren del Alba y que luego quedó empotrada en Hugo Chávez, "el Velasco Ferrero del progresismo" (Jorge Asís dixit).

El mandatario norteamericano blanqueó por primera vez que los empresarios de su país demandan reglas de juego claras y seguridad jurídica para sus inversiones, a la par de un frontal combate a la corrupción. El pedido seguramente tendrá su peso a la hora de la designación del futuro canciller argentino, cuyo perfil, precisamente, necesita de esas características. "Tiene que ser una ventana para atraer negocios e inversiones", dicen en los despachos de la Rosada a la hora de dibujar el perfil del sucesor de Rafael Bielsa.

Casi al mismo tiempo en que la cumbre transitaba su parsimonioso ritmo (con el traumático Alca como telón de fondo), Chávez se convertía en un encantador de serpientes. Hablando sin parar, el líder venezolano consumió minutos y horas mostrándose como la contracara del formato elegido para las deliberaciones oficiales.

Aprovechando el sostén mediático de Diego Maradona, Emir Kusturica y otras celebrities más devaluadas, Chávez gesticuló y moduló más de lo habitual. Poniendo huevos también en esta canasta, una nutrida constelación de kirchneristas (con Miguel Bonasso como cabeza más visible) le dio respaldo numérico a la contracumbre.

Nobleza obliga: más allá de lo que genera el líder populista venezolano (una especie de Yeneral González vitaminizado), debe reconocérseles a los gestores de la Cumbre de los Pueblos una extraordinaria capacidad de autoorganización que evitó cualquier desborde. Lo que inflamaron fueron sus gargantas para emprenderla contra todo lo que tuviera alguna pincelada de neoliberalismo.

La tercera secuencia del viernes fue la que devolvió el rostro violento, irracional e innecesario que padece la Argentina y que es rechazado por la inmensa mayoría de sus habitantes.

Como una curiosidad típicamente nativa, la ciudad más custodiada del mundo dejó alguna puerta abierta para que irrumpieran manifestantes arrasando con todo lo que encontraban a su paso en la avenida Colón, destruyendo oficinas, quemando bancos en piras gigantes ubicadas en plena vía pública y haciendo las delicias de los directores de los canales de televisión, que no dudaron en ponchar esas imágenes que rápidamente dieron la vuelta al mundo y cambiaron el eje del enfoque periodístico.

Es imposible dejar de enlazar esa escalada violenta con episodios sucedidos días atrás en la Estación Haedo o con lo ocurrido a las puertas de la Municipalidad de Avellaneda. Y no porque estuvieran unidas por los mismos personajes o autores (cuestión que solamente es lucubrada por algunos periodistas), sino porque otra vez lo que termina siendo un hilo de intolerancia se convierte en una postal demasiado dolorosa para un país que todavía no cauterizó las heridas de diciembre del 2001.

Cuando la última ola de la cumbre le diga adiós a Mar del Plata, el gobierno argentino se encontrará nuevamente con una realidad que le sonríe desde el 23 de octubre y que deposita casi exclusivamente en sus manos (la oposición es hoy una entelequia) la posibilidad de que en dos años más el país deje las últimas escalinatas del infierno.

Los movimientos de tablero en el gabinete, la recomposición del escenario peronista (actualmente una foto movida) y, fundamentalmente, el brío inflacionario que se asoma a las góndolas tendrán (o deberían tener) un sitio especial en la marquesina.

La cumbre, contracumbre y recontracumbre dejaron atrás (y esto hay que agradecerlo) el estado deliberativo que se vive en las filas del otrora poderoso caudillo bonaerense Eduardo Duhalde, punzado por el kirchnerismo que quiere que pague cara su derrota, pero además por buena parte de sus acólitos que piden explicaciones a su desacertada estrategia electoral en la provincia de los desvelos.

Sus ex barones cruzaron el Jordán y le regalaron a Cristina Kirchner un triunfo que, de tan contundente, impresiona. Ahora es el tiempo en que Alberto Balestrini, Miguel Descalzo, Mario Ishii, Alejandro Granados (y sigue la lista) intentarán pasar por caja para ver recompensada la consumación del trasvasamiento (o de la traición, según los duhaldistas más ortodoxos).

Si en verdad el gobierno desea borrar del mapa una forma de hacer política, la segunda etapa de la madre de todas las batallas debería contemplar la erradicación del clientelismo más rancio, que lleva los nombres y los apellidos de quienes le aseguraron a la bella Cristina la victoria en La Matanza, Ezeiza e ituzaingó, entre otros laberínticos pasadizos del conurbano.

¿Se cambiará al perro o bastará con la aparición de nuevos collares?

Poco importan estas cuestiones en momentos en que la pomposa cumbre marplatense explotó por el aire y el divisionismo camina por las calles de América latina.

Una reunión en la que no hubo ganadores pero sí derrotados. Créase o no, los líderes de Estados Unidos, Canadá y México jamás podrán entender cómo a esa ciudad enclavada de cara al océano Atlántico le dicen La Feliz.

Siempre es difícil volver a casa.


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Bush, Kirchner, Chávez y Maradona.

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